Doce hábitos para un matrimonio saludable. Richard P. Fitzgibbons

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Doce hábitos para un matrimonio saludable - Richard P. Fitzgibbons Claves

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por esa misma razón se prolongan las tensiones matrimoniales.

      La ira y el perdón posaborto

      Durante la terapia matrimonial algunos esposos presentan los conflictos psicológicos —tristeza, ira, desconfianza y culpa— que siguen a un aborto. No es infrecuente que una esposa albergue una ira intensa contra el esposo por haberse sentido presionada a abortar. En muchos de estos matrimonios los maridos admiten el tremendo error cometido y piden perdón. La intensa ira que sigue emergiendo periódicamente en las esposas demuestra que el trabajo de perdón posterior al trauma del aborto debe prolongarse durante muchos años. Los esposos refieren la gran ayuda que supone para ellos llevar el dolor provocado por el aborto al sacramento de la reconciliación. A muchos también les ha ayudado participar en programas de sanación posaborto como el Proyecto Raquel.

      La desconfianza, la tristeza y la ira postaborto son con frecuencia inconscientes. Un sacerdote me comentó que, cuando las parejas acudían a él en busca de consejo para un problema de ira desmedida, él solía preguntarles si en su pasado había existido un aborto. Según él, muchas veces la respuesta era afirmativa. Cuando le hice esa misma pregunta a un hombre que acudió a mí harto de las constantes peleas con su esposa, levantó un dedo y asintió con la cabeza. Poco después le dijo a su mujer que creía que el aborto les había hecho mucho daño a los dos y era una fuente encubierta de conflictos en su relación. Pidió perdón a su esposa por el papel que había desempeñado en el aborto y sugirió que ambos confesaran su pecado en el sacramento de la reconciliación.

      Las ventajas de la fe

      Después de cuarenta años de ejercicio de la psiquiatría, he comprobado que la fe supone una gran ayuda para muchos matrimonios que luchan contra la ira. La oración y los sacramentos, en especial los de la Eucaristía y la reconciliación, ayudan a los esposos a gestionar la ira del pasado y del presente de un modo más maduro, racional y afectuoso. También resulta útil meditar la Escritura y grabar en el corazón las palabras de san Pablo: «Maridos, amad a vuestras mujeres y no seáis ásperos con ellas» (Col 3, 19); «que la mujer reverencie al marido» (Ef 5, 33).

      El perdón es la clave para vencer la ira. En los capítulos siguientes volveremos sobre el empleo de la terapia del perdón para resolver la ira asociada a otros conflictos conyugales. Una vez más, la fe demostrará ser una fuente de ayuda extraordinaria para las parejas que se esfuerzan por amarse cada día más con el amor de Cristo.

      2.

      LA GENEROSIDAD VENCE AL EGOÍSMO

      EL OBJETIVO DE ESTE CAPÍTULO ES AYUDAR a las parejas a entender que crecer en generosidad puede vencer al egoísmo. La virtud de la generosidad protege al matrimonio de la poderosa influencia del egoísmo, que Juan Pablo II considera el gran peligro para el amor. Cuando se descubren sus raíces y aflora el daño que ha provocado, se puede iniciar el proceso de eliminar mediante el cultivo de la generosidad esta causa tan importante de los conflictos matrimoniales y los divorcios.

      La buena noticia es que la generosidad incrementa la felicidad conyugal. Un estudio nacional realizado en 2013 halló una correlación entre una alta calidad conyugal y unos altos niveles de generosidad. El estudio, llevado a cabo con 1365 parejas, reveló que la generosidad, entendida como pequeños actos de amabilidad, muestras de respeto y afecto, y como la disposición a perdonar los defectos y los fallos del otro, estaba positivamente asociada a la satisfacción conyugal y negativamente asociada a los conflictos matrimoniales y a la probabilidad constatada de divorcio[1].

      Ken y Sandra

      Aunque Sandra entró en mi despacho luciendo una amplia sonrisa, sus ojos enrojecidos e hinchados delataban la realidad. A los pocos minutos fue saliendo a la luz el motivo de su visita.

      —No sé qué es lo que va mal —dijo, jugueteando con los dedos—. Quiero mucho a Ken, pero a nuestra relación le falta algo.

      Luego continuó explicando que sus primeros años de matrimonio fueron exactamente como había soñado. Ken era cariñoso y atento y, después del nacimiento de su primer hijo, fue un padre colaborador.

      Pero, con la llegada del segundo hijo, Ken empezó a pasar menos tiempo en casa y a dedicarlo a sus aficiones —el footing, la pesca, el golf—, o bien se quedaba sentado delante de las pantallas sin pronunciar palabra.

      —Intento decirle que necesito que me ayude con los niños y que procure que no me sienta sola —decía Sandra con lágrimas en los ojos—. Yo sola no puedo con todo. Pero, en cuanto intento hablar con él, lo único que dice es que soy una egoísta. Me recuerda cuánto trabaja para mantenernos. Y es cierto, pero ¿soy egoísta por querer que pase más tiempo con nosotros en lugar de dedicarse a trabajar y a ver deportes en la tele, y a jugar al golf con sus amigos todos los fines de semana?

      Las lágrimas empezaron a correr por sus mejillas.

      —A veces pienso que internet y su televisión de pantalla grande le importan más que yo.

      A la siguiente sesión asistió el propio Ken. Me dio la sensación de ser un hombre íntegro y de fe al que le extrañaban las quejas de su mujer.

      —Trabajo mucho por ella y por mis hijos: no sé qué estoy haciendo mal. Lo único que intento es descansar, igual que hacía mi padre.

      Añadió que no se había dado cuenta de que el hecho de pasar tanto tiempo separado de Sandra y de sus hijos la hiciera sentirse tan dolida y tan desamparada.

      Esta historia la he escuchado muchas veces. El dolor de Sandra no era producto de su imaginación. Sin darse cuenta, Ken se había dejado llevar por el poderoso tirón del egoísmo. Poco a poco se fue encerrando en sí mismo y apartándose de su mujer y de sus hijos, disfrazando su egoísmo de la necesidad de descanso para compensar las exigencias del trabajo. En su opinión, trabajar tanto lo hacía merecedor de disfrutar del ocio. Lo cierto es que el egoísmo había cambiado a Ken. Ahora pensaba más en sí mismo y menos en su mujer y en sus hijos, y situaba sus deseos y sus necesidades por encima de los de ellos. Sandra creía que él se merecía ese tiempo de ocio y, sin quererlo, permitía su conducta.

      Ken se mostró muy receptivo a la desazón de Sandra y manifestó su intenso deseo de cambiar para evitar el dolor que provocaba en ella su falta de consideración.

      —Te quiero, Sandra —dijo—, y no tengo ninguna intención de hacerte daño. Creía que el matrimonio funciona así: que, después del trabajo, el marido puede hacer lo que quiera, como hacía mi padre, y que la mujer lo consiente, como hacía mi madre.

      Nadie les había enseñado ni a él ni a Sandra que la auténtica naturaleza del matrimonio consiste en una entrega plena a imagen de la relación entre Cristo y su Esposa, la Iglesia.

      Sin ser consciente de su propio egoísmo, Ken había ido alimentando su ira contra Sandra, a la que, a su vez, consideraba una egoísta demasiado centrada en los bienes materiales y en su aspecto físico. Unas veces se sentía querido por ella y otras se sentía utilizado. Pero lo que más le dolía era que Sandra no secundase su deseo de tener un tercer hijo. Achacaba su negativa a su escasa disposición a asumir la entrega y el sacrificio que implicaba ser madre de una familia más numerosa.

      A medida que íbamos repasando los síntomas del egoísmo, el conflicto matrimonial se fue destapando y esclareciendo gradualmente. Paso a paso y con mucho esfuerzo, Ken y Sandra reconocieron que los dos se habían dejado llevar por el egoísmo, centrándose cada vez más en sí mismos. Por lo general los dos pensaban antes en el «yo» que en el «nosotros». Sandra admitió que no se había dado cuenta de lo importante que era para Ken tener otro

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