Doce hábitos para un matrimonio saludable. Richard P. Fitzgibbons

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Doce hábitos para un matrimonio saludable - Richard P. Fitzgibbons Claves

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       Comportamiento no colaborativo

       Falta de apoyo

      Una vez identificadas las formas de expresión de la ira, los esposos pueden recurrir al método para gestionar esa emoción: el perdón.

      Perdón

      El perdón implica sacar a la luz la ira generada en la familia de origen, en relaciones anteriores y en el propio matrimonio para, a continuación, decidirse a trabajar en liberarla sin dirigirla contra el cónyuge, los hijos u otras personas. También implica optar por perdonar de inmediato, aquí y ahora, a la persona que la ha provocado. La terapia del perdón para disminuir y resolver el daño causado por una ira desproporcionada[3] es un método psicológicamente probado.

      El perdón produce muchos beneficios. Ayuda al individuo a olvidar las experiencias dolorosas del pasado y a liberarlo del sutil control de las personas y los acontecimientos. Facilita la reconciliación entre los esposos y entre estos y otros miembros de la familia, y disminuye la probabilidad de cometer la injusticia de desviarla dentro del hogar. Los estudios de mi colega el Dr. Robert Enright han puesto de relieve lo que se observa a diario en la práctica clínica: el perdón aumenta la confianza, ayuda a resolver los sentimientos de tristeza y ansiedad[4] y evita su recurrencia.

      El proceso de perdón

      Aunque el perdón es el método más eficaz para adquirir el control sobre una emoción tan intensa como la ira, no es algo que se produzca de forma natural ni con facilidad. Después de descubrir los orígenes más profundos de una ira que, en muchas ocasiones, o bien se niega o bien es inconsciente, y después de intentar comprender la trayectoria vital y las relaciones que la persona causante del daño ha vivido en el pasado, aún queda trabajar el perdón.

      Los esposos inician ese proceso explorando las experiencias negativas de la infancia en la relación con sus padres o con otras personas. Los dos deben identificar cuál de sus progenitores los ha defraudado más. A ambos cónyuges les resultará útil intentar comprender las relaciones parentales del otro. Simultáneamente a este proceso de descubrimiento, la pareja va cobrando conciencia de que en la mayoría de los casos la causa de las conductas del cónyuge reside en los daños emocionales provocados en el pasado por los padres o por otras personas, o bien en la imitación de las debilidades del carácter de los padres. Fijarse en el pasado para entender el presente suele llevar a constatar que, por lo general, las heridas que causa otra persona no son deliberadas. Hasta quienes son deliberadamente crueles suelen haber sufrido previamente algún trauma.

      Una vez que cada esposo ha adquirido cierto conocimiento de sí mismo y del otro, se puede empezar a trabajar el perdón. Ese trabajo se aborda de tres maneras: con la mente (cognitivamente), con el corazón (emocionalmente) o con la oración (espiritualmente).

      El perdón cognitivo de la mente

      El trabajo de perdonar comienza por tomar la determinación de no volver a expresar la ira dirigiéndola contra el cónyuge o contra los hijos. ¿Cómo?: decidiéndonos a pensar en el perdón cada vez que algo nos altere y a decirnos sobre la marcha: «Quiero comprender y perdonar, comprender y perdonar, comprender y perdonar». Mientras repetimos esas palabras en nuestra mente, la ira empieza a disminuir. Este ejercicio recibe el nombre de perdón inmediato. Puede ser que, mientras se está practicando, surja un recuerdo doloroso en el que está involucrado alguien más: en tal caso, debemos desviar nuestros pensamientos hacia esa persona para perdonarla también.

      Si moderamos nuestra ira mediante este ejercicio, aumentará nuestra capacidad de comunicación. Cuando los esposos se dicen claramente y con calma lo que necesitan el uno del otro pueden hablar desapasionadamente de lo que exige cada situación concreta.

      El perdón emocional del corazón

      Con el perdón emocional la persona experimenta el sentimiento de haber perdonado a quien le ha hecho daño: un sentimiento que suele ir precedido de la ardua tarea de perdonar mentalmente. Una vez que la estrategia cognitiva que acabamos de describir ha moderado la ira, se percibe con más claridad la bondad esencial del ofensor. Cuanto mejor se comprende al otro, mayor es la compasión.

      Si los esposos consiguen escapar del control del dolor emocional del pasado, sus sentimientos mutuos de amor y confianza se hacen más fuertes. A medida que aprenden a dominar su ira, se sienten menos ansiosos y más seguros y, por lo tanto, son más capaces de reaccionar con amabilidad y sin ira cuando es necesario corregir a algún miembro de la familia.

      Algunos esposos se sienten culpables por no tener ese sentimiento de perdón en el acto. Creen que su condición de cristianos les exige perdonar de corazón y sobre la marcha. Llegan a pensar que, dado que carecen de ese sentimiento, no han perdonado realmente. En ese caso, tienen que ser conscientes de que el perdón de corazón puede tardar mucho tiempo, incluso años, y de que mientras tanto el perdón cognitivo es eficaz y sincero. Si a alguien le cuesta perdonar emocionalmente al cónyuge, a los padres o a quienes le han hecho sufrir, no debe desalentarse.

      Al perdón de corazón, que es el nivel más hondo de perdón, se llega gracias a una honda comprensión de las debilidades y de la infancia del ofensor. De este conocimiento suele nacer una actitud compasiva hacia él. No obstante, este extremo final se alcanza por lo general después de un largo proceso de perdón con la mente o bien en la oración, que es el tercer método de perdón.

      El perdón espiritual en la oración

      Para moderar el exceso de ira dentro del matrimonio es sumamente eficaz la virtud teologal de la fe. Hay daños sufridos en la infancia o a lo largo del matrimonio tan graves y dolorosos que a los esposos les cuesta mucho empezar a perdonar mentalmente o de corazón. En el proceso de sanación hay momentos en que el perdón parece imposible, sobre todo si el cónyuge, el progenitor o un pariente político siguen haciendo daño.

      Muchas veces uno de los esposos emprende el proceso de perdón mientras que el otro mantiene su conducta agresiva. En ese caso, el perdón espiritual es capaz de moderar la ira de varias maneras: entre otras, reconociendo nuestra impotencia frente a ella y tomando la decisión de recurrir a Dios en la oración diciendo: «Señor, frena mi ira» o «Señor, perdónale [a mi esposo, mis padres o a otros], porque yo ahora mismo no soy capaz». Los católicos cuentan con la posibilidad de trasladar su lucha por el perdón al sacramento de la reconciliación. Como ocurre con el perdón cognitivo y emocional, el perdón espiritual debe practicarse repetidamente antes de que cesen la ira intensa y las sobrerreacciones. Dominar la ira lleva su tiempo.

      El perdón diario

      El Señor dijo a san Pedro que no perdonara siete veces, sino setenta veces siete, es decir, muchas veces al día. Se trata de una necesidad psicológica, porque las heridas y las decepciones se producen constantemente. Resulta útil seguir el consejo de san Pablo: «No se ponga el sol estando todavía airados» (Ef 4, 26). Podemos hacerlo antes de acostarnos reflexionando sobre nuestra conducta diaria, pidiendo a Dios que nos perdone y perdonando nosotros también.

      Errores y obstáculos para el perdón

      A veces existe un arraigado deseo de justicia que nos hace más difícil tomar la decisión de perdonar. Algunas personas se resisten a perdonar porque piensan que decidirse a hacerlo equivale a negar la gravedad del daño y, en cierto modo, a disculpar al ofensor. Otro error frecuente que impide perdonar es la idea de que previamente el ofensor debe pedir perdón.

      El perdón no exige una disculpa por parte del ofensor: ni siquiera exige creer que este cambiará de conducta. Tampoco exige depositar la confianza en alguien que no muestra ningún deseo de cambiar. Lo que logra el perdón es hacernos más fuertes para afrontar y gestionar

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