Los Hombres de Pro. Jose Maria de Pereda
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Los Hombres de Pro - Jose Maria de Pereda страница 7
Y como estas libertades se las había permitido varias veces, en una de ellas la niña con quien tropezó se detuvo jadeante; y echándose atrás los rizos con ambas manos, exclamó en el tono más desdeñoso que pudo:
– ¡Qué plaga de moco, hija!… ¡Cómo se agarra!
– Eso es de familia— dijo otra, que se paró a su lado.
– Pues vamos a decirla una fresca— añadió otra— , a ver si se va.
– ¡Si yo creo que hasta debe de tener miseria, mujer!– apuntó una delgadita como un mimbre, que oscilaba mucho al andar y se chupaba un dedo en cuanto se paraba— . ¡Cómo se arrasca!
– Oye, tú— dijo al oído de la anterior, abriendo mucho los ojos y enarcando las cejas, una pequeñuela, muy nerviosa y asombradiza— . ¡Si traerá la navaja!
– ¿Qué navaja?– preguntó la delgadita, no muy segura de su valor.
– Una muy grandona que tenía en la mano el otro día, a la puerta de su casa.
– ¿Y qué nos haría con ella, tú?…
– ¡Madre de Dios!… Como estamos aquí solas y en medio de este bosque…
– ¿Quieres que nos vayamos a casa?…
– ¡Para ella estaba!– dijo con desenvoltura una mayorzuela que había oído estas observaciones— . ¡Miedosas, más que miedosas!…
– ¡Pues juega tú con ella si no!
– ¡Como no juegue yo con ese pendón!… Primero iba y se lo decía a mi papá.
– ¿Vamos a buscar el perro que tenemos nosotros en la huerta, y a hinchársele aquí mismo?– propuso la miedosa.
– ¿Y si se la come toda?
– Que se la coma. Mi papá es alcalde…
– Sí; pero eso lo castiga Dios…, y puede que nos caiga algo malo.
– Pues ¿qué hacemos si no?
– Vámonos a aquel rincón, a ver si se queda aquí sola y después se marcha.
Y esto dicho, las vanidosillas fueron desfilando lentamente y mirando hacia atrás con el rabillo del ojo; llegaron a un ángulo de la alameda, y allí se acurrucaron en el suelo, formando estrecho y apretado círculo.
A todo esto, la pobre desdeñada niña, que había estado observando a las otras durante su breve diálogo, mirando de reojo y mordiéndose las uñas, cuando las vió sentadas se dirigió hacia ellas paso a paso, con la cabeza gacha; y al estar a media vara de las desdeñosas, se dejó caer al suelo lentamente y se puso a deshojar las florecillas del césped, sin arrancarlas, flechando ojeadas de través de vez en cuando al grupo, y sorbiendo muy recio el aire con las narices.
– ¡Hija, qué peste de chica!– exclamó impaciente la mayorzuela al verla a su lado otra vez— . ¡Ni aunque fuera de engrudo!
– ¡Así ella se pega!– observó la más cachazuda.
– ¡Si el otro día la vi yo limpiarse las narices con la enagua!– dijo muy admirada la delgadita, sonándose las suyas con los dedos.
– ¿Vamos a arañarla?– propuso la nerviosa, crispando los suyos.
– Eso no es de tono, hija— respondió la mayor— . Mejor es otra cosa, ahora que me acuerdo.
– ¿Qué cosa es?
– Darla mate, para que rabie de envidia.
– Pues emza tú.
– Verás qué pronto. Amigas de Dios— continuó muy recio, de modo que lo oyera la intrusa— : mi papá vino de las Indias el año pasado…, y trajo cinco fragatas cargadas de onzas…, y un negrito para que le sirviera el chocolate…; y es tan rico, que se cartea con el rey de las Indias…; y a mí me da dos reales cada vez que es su santo…, y yo los echo en lo que me da la gana…; y tengo tres muñecas de resorte, y un muestrario de botones que le regaló a mamá para mí una modista que quitó la tienda…; y tengo dos marmotas de lana para ir al colegio en el invierno…, porque yo voy al colegio, y no a la escuela de zurri-burri, como algunas infelices… que yo conozco…, y puede que no estén muy lejos de aquí. Yo voy a cumplir siete años; y cuando los cumpla, me dará mamá una pechera de imitación, que ella ya no pone, para hacer unos encajes a la muñeca grande; y un señor que viene a casa, me da dos cuartos todos los domingos; y si yo quisiera, me regalaría una almohadilla de coser, con su llave de oro y su dedal de plata…, y… y… (Ahora tú)– dijo a la nerviosa, que la seguía por la derecha; la cual, después de estremecerse y de mirar con ojos espantados a la solitaria niña, continuó:
– Pues mi papá es alcalde de toda la villa, y tiene tres casas como tres palacios, y un primo en la corte del rey; y mi mamá tiene una doncella que es hija de condes, y siete vestidos para cada hora que da el reló, y una cadena así, así, así de larga, que le costó un millón a papá cuando estuvo en París de Francia. Y cuando yo sea grande, me comprarán tres vestidos cada mes, y un reló con diamantes y botas a la emperatriz. Yo voy también al colegio con ésta; y en mi casa se come principio todos los días, y los domingos se toma café; y mi papá tiene un perro en la huerta que muerde a las tarascas pegotonas.
– Yo soy hija de juez— dijo la que seguía a la nerviosilla— ; y siendo hija de juez, a mi papá le sirven cuatro alguaciles, de levita, y le llaman usía; y además le pagan una onza cada día todos los españoles; y cuando va a Madrid, vive en los palacios del rey; y la otra noche me dijo en la mesa que si le tocaba la lotería me iba a comprar una caja de música. Y mi mamá compra los garbanzos por mayor: ayer compró tres libras; y por Navidad nos regalan pavos los señores que van a casa porque tienen pleitos; y yo tengo muchos vestidos, más de tres, y dos pares de botas, con las que tengo puestas y otro par que me harán para San Pedro, si le cae a papá la lotería; y mi papá es tan poderoso, que manda a la cárcel a todo el que quiere, u le manda ahorcar, como ya lo ha hecho otras veces; y si yo le dijera que metiera en la cárcel a una pegotona que yo sé, en seguida la metía.
– Pues en mi casa— continuó la delgadita, dejando de chuparse el dedo— todo es un puro merengue. Mi mamá no come más que pastelillos; mi papá, bizcochos; y yo, jalea; y mi hermana Carmen, suspiros. No queremos puchero, porque no es de tono; y por eso a las muchachas les damos hojaldre. Y mi papá recibe todos los años, de renta, más de doce sacos de harina, quince arrobas de manteca y dos cajas de azúcar de la Habana.... Porque mi papá es indiano, y trae todas las noches mucho dinero a casa, cuando viene de la tertulia, adonde va también el juez, el papá de ésta; y si no comieran tanta inmundicia algunas niñas zanguangas que yo sé, no estarían tan pringosas y tendrían mejor educación.
– Toda mi casta— dijo la más seria y conceptuosa— viene de reyes; y en mi casa las camas son de oro y las ropas de seda de la India; y si mi papá gana el pleito que le defiende el papá de ésta, ensanchará la huerta en más de otro tanto…; y como soy tan fina por principios, cuando me apesta una niña ordinaria, se lo digo, y al sol.
– Pu…