Horizonte Vacio. Daniel C. NARVÁEZ

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Horizonte Vacio - Daniel C. NARVÁEZ

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Sandra, soy… bueno… ya sabes —dijo él.

      – Sí. No te preocupes. Se despertará enseguida. Ya sabes que estás aquí. Un momento.

      Jukka observó que Sandra se dirigió a sus padres, que se encontraban en el umbral de la puerta. Les dijo algo en voz baja. Percibió un gesto de desaprobación en ambos, pero ella gesticulaba y señalaba indistintamente primero a Jukka y luego a su hermana. Los padres salieron, aunque Jukka se quedó sorprendido por la mirada que el señor Melero le dirigió. No llegaba a comprender si era de ánimo o de odio.

      – Ven —la voz de Sandra lo devolvió a la realidad—. Acércate a la cama, te puedes sentar en el borde.

      Jukka se acercó a la cama y por primera vez tuvo una idea de lo ocurrido. Aunque estaba tapada y llevaba la bata del hospital, el cuerpo de Lorena se veía maltrecho. Uno de los brazos estaba escayolado. Tenía contusiones y magulladuras en la cara. Un nuevo pensamiento en la mente de Jukka: “Su rostro de diamante ha perdido el brillo”. Una pequeña herida se inclinaba en su frente. De manera tímida asomaba la marca de un hematoma por el cuello y el escote redondo de la bata. Se perdía más allá de la vista, pero el color purpúreo anunciaba el desastre ocurrido. Jukka se percató en el gotero y su incesante suministro translúcido de calmantes, antibióticos y otros compuestos que intuía servirían para aliviar el dolor y combatir sus heridas. En todo caso para alargar la vida. O para evitar el necesario descanso final. Jukka sintió una opresión en el corazón y la respiración se le agitó. Sus ojos se humedecieron.

      – Jukka… —Sandra se dirigió a él por su nombre, lo que le hizo entender que con ella no tenía nada que esconder—. Mi hermana se muere. Por favor. Se bueno con ella. No le rompas el corazón otra vez, ¿vale?

      – No… —comenzó a decir Jukka.

      – No digas nada —le dijo Sandra poniéndole la mano en el hombro—, tan solo recuerda cuando la conociste, todo lo que hablasteis; pero sobre todo lo que no os dijisteis. Yo os voy a dejar solos. Voy a llevar a mis padres fuera un rato, necesitan descansar. Cualquier emergencia ya sabes, avisas a las enfermeras y me llamas, te apunto aquí mi número.

      Mientras Sandra apuntaba el número en un pañuelo de papel, Jukka se quedó sorprendido de la capacidad que tenía para organizar las cosas. De cómo era capaz de mantener la cabeza despejada y lúcida en un momento como este y sobre todo con su hermana en la cama en un estado más cerca de la agonía que de la vida. Sobre todo, teniendo en cuenta su juventud. Veintitrés años. Ella se acercó a él para entregarle el papel.

      – Ella, ahí, en esa cama, y el responsable de esto impune. ¡Vaya mierda! —terció Jukka indignado.

      – Lo están buscando —susurró Sandra, mientras acariciaba el pelo de su hermana—. Tarde o temprano lo cogerán… Es cuestión de tiempo. Lo cogeremos.

      Al decir esta última frase miró directamente a Jukka. Él se quedó sorprendido al ver un extraño brillo en los ojos de Sandra. No lograba identificar si ese brillo era fruto del dolor, de la rabia o de algo más poderoso. En cualquier caso, sus miradas conectaron. Sintió como si toda su indignación se la estuviera transmitiendo y clamara por un poco de paz en toda esta dolorosa situación.

      Sandra se acercó de nuevo a la cama y se sentó en el borde. Con una mano le indicó a Jukka que se pusiera junto a ella. Mientras, ella comenzó a acariciar la larga melena castaña de su hermana. Con tanta suavidad y cariño que a Jukka se le removieron las entrañas. A continuación, Sandra acarició el rostro de Lorena y al notar que esta se movió levemente se acercó al oído y le susurró unas palabras.

      Lorena abrió los ojos y miró cansinamente a su alrededor. Se notaba que estaba adormecida y que le costaba percibir donde estaba y lo que estaba ocurriendo. Pero la borrosa figura que estaba al lado de su hermana se hizo nítida y enseguida reaccionó.

      – ¡Jukka! —alcanzó a decir al tiempo que empezaban a resbalar las lágrimas por sus mejillas—. ¡Pero… tu pelo! Has cambiado —dijo Lorena sorprendida pues recordaba a Jukka con el pelo corto.

      Sandra se apartó y salió silenciosamente de la habitación. Jukka se sentó en el borde de la cama y cogió la mano de Lorena. No lloraba, pero notaba sus ojos humedecidos y una opresión en el pecho. Con la otra mano acarició la mejilla de Lorena. Sus ojos se miraban.

      – Mi estimada Lorena. No esperaba tener que verte en este estado.

      – Jukka… No es mi culpa…

      – Ya lo sé. Recuerda: no hay culpa.

      – ¿Cómo estás? ¿Cómo te va en Burgos?

      – En Burgoslavia —bromeó sin darse cuenta de que al reír Lorena experimentó dolor—. Lo siento no quería hacerte reír.

      – No importa. ¿Burgoslavia?

      – Es por el frío —dijo Jukka, omitiendo parte de lo que estaba pensando: “Es todo tan frío.”

      – Me sorprendió mucho que te fueras. No me avisaste antes.

      – Te envié un mensaje el mismo día que me trasladé. Al móvil.

      – Lo sé. Lo recibí —Lorena miró hacia la ventana—. No son formas de hacerlo. Me pasé el día llorando. ¿Sabes qué día te fuiste?

      – Sí. El 26 de julio. El día de tu cumpleaños —Jukka, sin saber muy bien porqué, se sintió extrañamente avergonzado—. Han pasado ya dos años, Lorena. ¿No has podido olvidar?

      – ¿Y tú?

      – No —sentenció sinceramente Jukka—. ¿Sabes?

      – ¿Qué?

      – La noche antes de marcharme intenté llamarte. Llegué a marcar tu número… pero no me atreví a enviar la llamada.

      – Pero… ¿por qué?

      – Tenía miedo. En serio.

      – ¿Miedo… a mí? —dijo Lorena al tiempo que intentaba levantar una mano para alcanzar a Jukka, pero no pudo por el dolor. Él cogió su mano y la acarició.

      – Lorena, tenía miedo a que al oír tu voz cambiara de opinión. Si te hubiera dicho que me iba, que dejaba el trabajo, y me hubieras rogado una sola vez que me quedara, lo habría hecho. Desde que te conocí fuiste una parte de mí, y la mitad del tiempo ni lo sabías —al acabar la frase Jukka se dio cuenta de que Lorena se había quedado dormida. “Malditos calmantes” se dijo. Se quedó junto a ella, sentado en la cama, sosteniendo su mano entre las suyas.

      2

      Jukka hizo memoria. Otoño de 2006. Academia Valenciana del Cine. Inaugurado dos años atrás, el Centro —como solían llamarlo— había surgido de la mente de unos cuantos profesionales del audiovisual y políticos de la Comunidad Valenciana. El proyecto tenía el ambicioso objetivo de formar a las nuevas generaciones de cineastas, desde directores hasta carpinteros. Una utopía desde luego, puesto que no había tejido profesional activo en la ciudad de Alicante. Al menos en la cantidad prevista como para mantener en funcionamiento un centro de enseñanza dotado de un enorme estudio de cine que permanecía vacío e inactivo durante demasiado tiempo.

      El proyecto se había agigantado con la entrada en escena de una de las universidades públicas

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