Horizonte Vacio. Daniel C. NARVÁEZ

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Horizonte Vacio - Daniel C. NARVÁEZ

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salió del despacho. Se fue al suyo notando como por el camino algunos alumnos hablaban en voz baja y lo señalaban con la cabeza. “Vale. Vamos bien” pensó.

      El zumbido del móvil lo apartó de estos recuerdos y lo trajo de nuevo a la realidad. Mientras cogía el teléfono para contestar miró a Lorena que descansaba plácidamente. Nada parecía indicar que en su cuerpo se estaba produciendo una lucha por la vida, o por la muerte. No conocía el número. Contestó en voz baja.

      – ¿Sí?

      – Soy Sandra. ¿Cómo va todo?

      – Tu hermana duerme. Lleva así quince minutos.

      – Vale. Cualquier cosa me avisas.

      – Descuida.

      Nada más cortar la llamada se abrió la puerta y entró una enfermera. Saludó y realizó una serie de comprobaciones. Puso el termómetro a Lorena, miró los niveles del gotero, revisó algo en un bloc y tras apuntar la temperatura salió. En ese momento Lorena abrió los ojos y buscó con la mirada a Jukka, quien se había acercado a la ventana y miraba con ojos cansados al horizonte. El no se había dado cuenta de que ella estaba despierta, por lo que se sorprendió cuando escuchó su voz.

      – ¿Recuerdas el día que quedamos para ensayar la exposición del video que iba a hacer?

      – Claro que lo recuerdo —dijo él volviéndose.

      Jukka recordaba ese día con una nitidez impresionante. Lorena había hecho un trabajo impresionante el año anterior analizando un videoclip, y se le ocurrió que podría explicar a los del curso actual lo que había hecho. El análisis plano a plano, las influencias que tenían, los elementos visuales. Era un videoclip realizado con la técnica de rotoscopía, algo que la fascinaba, y que esperaba poder hacer algún día. Aquella tarde de primavera Jukka quería que Lorena ensayara. Ella le había dicho que le ponía nerviosa hablar en público, y estuvo a punto de rechazar la oferta de exponer su trabajo, pero Jukka confiaba en las posibilidades de ella. Le dijo que cuando explicara a los otros alumnos él estaría en el aula, que controlaría desde el fondo el tiempo y le iría dando indicaciones. Finalmente ella accedió y se llegó esa tarde con todo el material previsto.

      Jukka había reservado un aula y tras pedir la llave en conserjería se fue allí para preparar el proyector y el ordenador. En ello estaba cuando llegó ella. Cuando Jukka la vio se quedó mudo por su aspecto. Nunca la había visto vestida de esa manera. Lorena llevaba unos leggings negros que marcaban el contorno de sus piernas, sus caderas y sus nalgas como una segunda piel. Una camiseta ajustada de color rojo marcaba sus pechos. La melena castaña reflejaba los rayos de sol que entraban por la ventana. Jukka sintió una atracción inmediata pero súbitamente un pensamiento se instaló en su mente: “No hay que cruzar la barrera. Nunca. Con lo de hace un mes ya vale”. Ella comenzó a exponer su trabajo, mientras que Jukka, sentado en la mesa corrida frente al ordenador hacía anotaciones en un papel para luego comentarla con ella. En un momento que Lorena se detuvo por no saber qué decir, él le dio un consejo para hablar: “Toda aula tiene el punto de los mil metros. Se encuentra frente a ti. Mires donde mires ahí está. Su utilidad es buscarlo y relajarte cuando sientas que te pones nerviosa. Te obliga a no mirar a nadie”. La contestación que dio Lorena lo dejó desconcertado “Pero tú no lo usas. Me miras a mí”. Jukka no supo que decir. En ese mismo momento Lorena se acercó a la mesa para apuntar algo en un folio que tenía preparado. Se inclinó y con sus nalgas rozó a Jukka, quien no reaccionó. Ella, dándole la espalda, se incorporó y se acercó aún más, pegándose a él. Jukka notó como ella estaba nerviosa. El levantó las manos a media altura como para intentar cogerla por los hombros, pero se detuvo. Lorena se giró y quedó mirando fijamente a Jukka. Él notaba como la respiración de ella era jadeante, como el pulso se le había acelerado, se notaba como palpitaban las venas de su cuello, sus labios humedecidos. También él se sentía extrañamente excitado. Su corazón latía desbocado, sus sienes sentían una opresión que empezaba a doler, sus músculos estaban tensos. Pero un pensamiento se cruzó en su mente: “Pasar de largo. Aunque quieras. No te metas en líos. Aquí no”. Cogió a Lorena de los hombros y acertó a decirle que no.

      A continuación, todo volvió a la normalidad. Lorena continuó con su explicación, más nerviosa de lo que había empezado. Terminó de manera atropellada y apenas prestó atención a lo que le dijo Jukka. Tan solo miraba la puerta como queriendo huir. Salió rápidamente, en cuanto pudo.

      – Lamento lo que pasó —dijo Lorena sacando a Jukka de su recuerdo.

      – No pasó nada —añadió él, pero pensándolo bien se corrigió— Créeme si te digo que siento que no pasara nada.

      – ¿Jukka? —preguntó ella sorprendida— ¿Estás seguro de lo que dices?

      – Ya lo creo.

      – Lorena, lo siento. Iba hasta arriba de ansiolíticos —aclaró Jukka, intentando justificar en este momento algo que había ocurrido hacía ya dos años.

      – Me lo podías haber explicado —dijo Lorena—, lo hubiera entendido. Te hubiera ayudado, lo sabes ¿verdad?

      – Lo sé. Pero me costaba pensar, me costaba actuar. Me pasaban las horas muertas en el despacho, mirando por la ventana. Te aseguro que el mejor momento de la semana era cuando os daba clase a los de tu grupo y te tenía cerca. O cuando venías a tutoría y nos poníamos a hablar.

      – ¿Te acuerdas cuando lo de la matrícula de honor? —preguntó ella con ojos brillantes.

      – Claro. Como olvidarlo. Recuerdo que te dije “¿si te pongo una matrícula de honor que me das?” —Lorena comenzó a reír al recordar la escena—, me soltaste un “Lo que tú quieras” mientras me mirabas de una manera seductora. Te aseguro que me costó no saltar por encima de le mesa, a pesar de las pastillas, la pose que tenía y como dijiste la frase. ¡Joder! Me hubiera fundido contigo en un abrazo.

      – Pero eso sí lo hiciste al día siguiente ¿no? Con Giovanna. —le preguntó entre la curiosidad y el reproche refiriéndose a una alumna italiana.

      – ¿Celos, Lorena?

      – Me dijeron que estuviste con ella en un aula y que luego os fuisteis juntos en tu coche.

      Jukka también recordó este momento. Le vino a la memoria Giovanna, una joven italiana, alta, con cuerpo de modelo —de hecho, había desfilado en alguna pasarela en Italia— y un rostro marmóreo de perfil clásico adornado por dos ojos de color celeste. Los compañeros de Jukka le lanzaban puyas siempre que podían con frases como “tío, te has quedado con la tía más buena de la tercera promoción” a lo que él solía responder con un irónico “no es mía, pero si crees que tienes posibilidades con ella inténtalo”. Desde luego recordaba el día que le había indicado Lorena ya que tenía el coche aparcado al lado del de un colega y los vio meterse en el coche y salir en dirección a la ciudad.

      – Te voy a contar lo que pasó —empezó Jukka—. Giovanna era la alumna a la que le dirigía el trabajo final de la carrera. Estuvo trabajando muy duro durante todo el curso. Al día siguiente de lo que me cuentas era su examen ante el tribunal. Simplemente preparamos la defensa. Cuando terminó me pidió si la podía bajar a Alicante y dejarla al lado del Puerto ya que yo pasaba por ahí.

      – Y… ¿lo del día siguiente?

      – ¿Lo del día siguiente? No entiendo a qué te refieres Lorena.

      – Al acabar

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