Horizonte Vacio. Daniel C. NARVÁEZ

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Horizonte Vacio - Daniel C. NARVÁEZ страница 10

Horizonte Vacio - Daniel C. NARVÁEZ

Скачать книгу

al descubierto y ocultaban las brutales señales del accidente bajo unos vendajes. Su cuerpo, cubierto por la bata en la que aparecía el logo del hospital, parecía extremadamente frágil. Jukka notó que la respiración de Lorena era entrecortada, como aquel día en el aula. Ella lo miraba a los ojos, como aquel día.

      Con mucho cuidado Jukka pasó los brazos por debajo de las piernas y la espalda de Lorena y la levantó poco a poco. La tomó en brazos y asegurándose de que la vía no se enredara ni se soltara de su mano, se sentó suavemente en el borde de la cama. Apoyó a Lorena contra su pecho y luego mientras con una mano sostenía su cabeza con la otra le acarició el rostro. Ella sonreía y Jukka notó como la palidez desapareció momentáneamente y su rostro se ruborizó. Aunque tenía el brazo escayolado, Lorena hizo el esfuerzo y con los dedos acarició la cabeza de Jukka. Ella intentó incorporarse un poco pero un gesto de dolor se dibujó en su rostro. Jukka entendió y acomodó mejor el cuerpo de ella sobre su pecho. La boca de Lorena, entreabierta permitía ver unos dientes blancos. Jukka acercó sus labios a los de ella y la besó. Sus labios se fundieron, sus lenguas se buscaban. Jukka notaba como el cuerpo de Lorena se erizó por un instante. Luego, se miraron a los ojos. Lorena sonreía y entornó los ojos. Tomó la mano de Jukka y la llevó a su pecho, para sentirla sobre el corazón. Jukka notaba los latidos y esa rítmica cadencia lo cautivó. Imitando a Lorena también cerró los ojos. Se quedó profundamente dormido, el cansancio pudo con él. Apenas unos segundos que le hicieron sentir como si hubiera dormido días enteros.

      El ruido de pasos agitados, voces alteradas y gritos entrecortados, un lastimero quejido que poco a poco se convirtió en un llanto desolador lo volvió a la realidad. Abrió los ojos y se encontró con la causa de este panorama que había oído antes que visto. Se percató que su mano seguía sobre el pecho de Lorena. Pero no notaba los latidos del corazón. Bajó la vista y la vio. Con los ojos cerrados, pálida, inerte. Pero con una sonrisa en el rostro. Una expresión de felicidad. Jukka intentó moverse, pero en ese momento y sin que supiera muy bien cómo, Melero se acercó corriendo y le quitó el cuerpo de su hija de encima y entre lágrimas lo depositó en la cama. Observó como la madre se abalanzaba sobre ella y lloraba mientras repetía como una letanía la frase “mi pobre niña”. Sandra también lloraba, pero tuvo un momento para hacerle un gesto de aprobación a Jukka que estaba desconcertado. Despacio y tratando de pasar desapercibido recogió su cazadora y se dirigió a la puerta. No se había percatado que otra persona había presenciado la escena en la que él sostenía el cuerpo inerte de Lorena. Leopoldo, el novio de Lorena. Jukka lo miró y sin que mediara ni una sola palabra ni un gesto, éste le dio un puñetazo en el rostro al tiempo que comenzaba a insultarlo. Jukka sintió junto al golpe como empezaba a salir sangre que escurrió entre sus dedos y comenzó a gotear en el suelo.

      Una enfermera entró en la habitación y con voz autoritaria puso orden en la habitación. Los únicos que parecían ajenos eran los padres de Lorena. Leopoldo seguía intentando encararse con Jukka y sólo la persistencia de Sandra consiguió detenerlo. La enfermera le indicó a Jukka que lo siguiera hasta la sala de urgencias donde le realizarían una cura.

      Aturdido, dolorido, cansado, somnoliento. Cuando salió del hospital miró al cielo y dejó que el sol calentara su rostro.

      3

      Jukka estaba descansando en la habitación de un hotel que había localizado cerca del Parque de la Concordia. Tumbado en la cama miraba el techo. A su lado, sobre la colcha arrugada, el teléfono móvil —en modo silencio— indicaba una nueva llamada entrante efectuada por Arantxa. Era la vigésima. Un nuevo icono en forma de sobre parpadeó señalando un mensaje nuevo, también de Arantxa.

      A Jukka la nariz le dolía a pesar de los calmantes que le había recetado y que tenía encima de la mesilla de noche. Por su mente pasaban entrelazadas imágenes del pasado más lejano y de lo que había ocurrido apenas unas horas atrás. No lograba quitarse de la cabeza la muerte de Lorena. Había momentos en los que creía sentir el peso de su cuerpo en los brazos. No lograba apartar de su memoria el rostro que tenía ella cuando estaba inerte en sus brazos. Esa sonrisa. “Feliz. Se ha ido feliz.” Pero en el fondo le reconcomía una terrible duda. Si no se hubiera ido. Si se hubiera quedado en Alicante. Si no hubiera pensado únicamente en él. Si hubiera prestado un poco más de atención a lo que ocurría a su alrededor. Si hubiera prestado verdadera atención a Lorena. ¿Hubiera llegado a la misma situación? Dudas. Demasiadas para un día tan intenso. Jukka se levantó, se dirigió a la nevera del mini bar y la abrió. Cogió una mini botella de vodka, la abrió y la bebió de un trago. Volvió a la cama y se dejó llevar por un sueño inducido por los medicamentos y el alcohol.

      El zumbido del móvil lo despertó. Tenía la impresión de que acababa de dormirse, pero cuando cogió el teléfono y vio la pantalla se quedó perplejo. Sábado, siete y media de la tarde. Había estado durmiendo cerca de veinticuatro horas seguidas. La llamada era de Sandra.

      – ¿Sí, Sandra? —contestó con voz somnolienta.

      – Jukka —notó que hablaba en voz baja, como ocultando el hecho de estar llamándolo—, ¿cómo estás?

      – Bien —mintió, pero que era una nariz rota comparada con la muerte de su hermana—. ¿Y tú cómo estás?

      – Te lo puedes imaginar. Oye, no puedo hablar mucho. Mañana al mediodía es el funeral.

      – Me lo imaginaba. Pero no creo que el resto de tu familia quiera verme por ahí.

      – Pero yo sí. Además, tengo algo importante que decirte —se escuchó ruido de voces junto a la de Sandra, por lo que esta terminó la conversación de forma brusca—. Te mando la dirección en un mensaje. Tengo que colgar.

      Jukka quedó pensativo. «¿Ahora qué? ¿Se puede complicar aún más esta situación?” Decidió salir y tomar el aire. En la recepción preguntó por la dirección de algún bar y le explicaron cómo llegar al más cercano. Consiguió llegar tras perderse un par de veces al lugar que le habían indicado en la calle Don Quijote. El barman se quedó mirándolo y desconfió un poco al ver a un tipo greñudo con un esparadrapo sobre una nariz rota y unos ojos que empezaban a ponerse morados por efecto de la fractura.

      – ¿Un mal día? —dijo el barman tanteando el talante del cliente.

      – De perros —acertó a decir Jukka.

      – Bueno. Todo tiene solución, ¿no? Menos la muerte —replicó aquel intentando mantener una conversación lo más esquiva posible.

      Jukka se limitó a asentir. El barman esperaba que pidiera algo.

      – Un ruso blanco. Por favor.

      Jukka se dedicó a sorber lentamente del vaso. Cada trago le dolía. No supo cuanto tiempo tardó en acabar su copa. Pero cuando lo hizo regresó tranquilamente al hotel. Se dio una ducha, engulló un par de calmantes y se metió en la cama. En el momento de dormirse le pareció estar entrando en un oscuro pozo sin fondo, en una caída irremediable.

      El sonido del despertador del móvil lo sacó de la espesura del sueño. Tenía que prepararse para ir al funeral. Miró el teléfono y vio en efecto un mensaje enviado por Sandra, cerca de medianoche, indicándole el lugar. Un tanatorio cercano al hospital donde había fallecido Lorena. Se afeitó y nueva ducha. Se vistió lo mejor que pudo, tan solo había echado una americana a toda prisa en el equipaje y una camisa gris.

      Cuando llegó, la capilla del tanatorio estaba llena. No quería que se notara su presencia por lo que se quedó al fondo, junto a una columna. Desde allí podía ver a la familia en primera fila. Los padres destrozados, y Sandra intentando mantener el tipo. Junto a ella distinguió a Leopoldo, que llevaba puestas unas gafas oscuras.

Скачать книгу