Horizonte Vacio. Daniel C. NARVÁEZ

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Horizonte Vacio - Daniel C. NARVÁEZ страница 11

Horizonte Vacio - Daniel C. NARVÁEZ

Скачать книгу

chiquillo que cambiado estás!

      Se giró y vio a Victoria acompañada de Nekane. Jukka las miró y simplemente abrazó a Victoria y luego a Nekane. Les indicó que salieran. Victoria le dijo algo a Nekane y esta se fue, no sin antes hacerle una imperceptible caricia en la mano.

      – Pero ¿qué te ha pasado en la nariz? —preguntó Victoria.

      – Nada, que soy un poco torpe y mira como he acabado.

      – Pero, pero… ¿cómo te has enterado de lo de Lorena? Ha sido una pena, oye. Tan joven.

      – Si yo te contara.

      – Oye… Tú sabes algo.

      – No es agradable ver como muere uno de tus demonios —dijo él de manera reflexiva.

      – ¡Ay, Jukka! —replicó ella observándolo con ojos llorosos. Jukka notó como le comenzó a temblar el parpado—. Había escuchado rumores, algo había visto, pero no sabía… ¡Claro! Cuando a veces me decías que estabas luchando contra tus “demonios interiores”, ¿era ella?

      – No había nada, de verdad. Mira estoy agobiado. Estoy harto —dijo cambiando de tono—. Ayer fue un día muy raro. Tan raro que Lorena acabó muerta en mis brazos. ¡Joder! No he podido dejar de pensar en la pietá. Tengo ganas de que termine todo esto y volver a Burgos.

      – Vale, tranquilo —le dijo Victoria pasándole el brazo por los hombros—. ¿Cómo te va por allí?

      – Bien. Muy bien. Clases, reuniones y mucho anonimato. ¿Y vosotros? ¿Cómo os va?

      – Para que te voy a engañar. Mal. Va todo muy mal. Lábaro y su equipo no paran de gastar el dinero. ¿Sabes? Cuando te fuiste lo primero que hizo fue asumir tu puesto con el complemento salarial incluido. Pero sin hacer absolutamente nada. No ha parado de hacer viajes a Rusia, al Caribe y vete tú a saber dónde más. Despidió a unos cuantos profesores y contrató a varios amigos suyos o recomendados, alguno de ellos no puede ni firmar las actas por no sé muy bien que tema de incompatibilidad laboral. Últimamente se encierra en su despacho y durante horas se escucha la destructora de documentos con su zumbido característico.

      – Todos los tiranos, desde Mesopotamia, tienen un deseo incontrolable por destruir las pruebas de sus excesos. Él no iba a ser menos.

      – El tema no pinta bien.

      – Huid —dijo secamente Jukka.

      Acababa de terminar la frase cuando vio llegar a Lábaro, que caminaba con su peculiar aire pomposo y grandilocuente oscilando de un lado a otro. Era el estilo reservado para sus grandes puestas en escena. Vestía un traje oscuro y corbata negra elegida para la ocasión como no podía ser de otro modo. El pelo engominado le daba un aspecto especialmente grotesco. Jukka tuvo la esperanza de que lo ignorara, pero, por el contrario, su presencia actuó como un imán para Lábaro, quien se acercó rápidamente al tiempo que comenzaba a hablar con un tono de voz demasiado alto, nada apropiado para el lugar y el momento.

      – ¡Pero mira a quién tenemos aquí! ¡Jukka Lehto! ¡Caramba! —se acercó y bajó el tono lo imprescindible para no montar un escándalo, pero para asegurarse que su comentario iba a ser escuchado, al menos en las inmediaciones— ¿Qué pasa señor Lehto? ¿Qué incluso desde Burgos te la seguía tirando?

      Jukka sintió el aliento etílico de Lábaro. El comentario desde luego se había escuchado y había tenido el efecto deseado. Jukka notó como algunas personas lo observaban y como aparecían gestos de asco y desprecio. Por su mente pasó fugazmente la idea de darle un puñetazo a Lábaro. Pero se calmó con una idea: “Por respeto a la memoria de Lorena mejor no. Menos hoy y menos aquí”. Por el contrario, decidió quitarse de en medio tras intentar dejar desconcertado a Lábaro.

      – Yo también me alegro de verte, Adolfo, pero me tengo que ir. Que te vaya bien.

      Tras decir eso salió del tanatorio. Se puso sus gafas de sol oscuras y se sentó en un banco y sin poder aguantar más dio rienda suelta a unos sentimientos encontrado. Dolor y pena se mezclaron con la rabia y la indignación. Mientras lloraba amargamente se dijo que al menos nadie lo miraría raro. En definitiva, era uno de los lugares más propicios para mostrarse así.

      No supo cuánto tiempo esperó en el exterior. Tras la experiencia con Lábaro y cómo lo había expuesto de manera tan canalla no tenía ganas de estar durante el oficio religioso. De todas maneras, nunca había creído en las palabras de los curas. En un determinado momento vio como salían rostros conocidos. Tenía ganas de salir de allí y regresar a la rutina de las clases, de los trabajos, las prácticas y tutorías. Mantener la mente ocupada se le antojaba una de las mejores maneras de salir de todo este embrollo que no acababa de entender. El zumbido del móvil lo distrajo. Lo llamaban de la Facultad. Pensó en que quizás era Arantxa, pero ante la duda no tuvo más opción que contestar.

      – ¿Lehto? —reconoció al instante la voz. Se trataba del decano—. ¿Cómo estás muchachote?

      – No muy bien Arturo.

      – ¿Estás mal de salud?

      – No —Jukka pensó que podía haber mentido y haber dicho que lo aquejaba una gripe, o un problema estomacal o cualquier virus o bacteria, algo propio de la fecha, pero optó por contar la verdad—. Estoy en Elda. En un funeral.

      – ¡Ah, caramba! ¿Alguien de la familia? En cualquier caso, vaya mi pésame por delante.

      – Gracias. No es familiar. Es asunto personal. Disculpa tengo que saludar a los parientes.

      – De acuerdo. Oye cuando vuelvas pásate por mi despacho. Tenemos que comentar algo. Oye, buen viaje de regreso.

      – Gracias.

      Jukka bien sabía que a pesar del tono cortés y amable le iba a caer una especie de filípica, término que además encontraba apropiado ya que el decano era especialista en Historia Antigua. La verdad es que lo había hecho mal. No había dado ningún aviso. Le tocaba asumir la responsabilidad de sus actos. En estos pensamientos se encontraba cuando se acercó Sandra.

      – ¿Cómo lo llevas? —preguntó Jukka.

      – Mal —tenía los ojos vidriosos y no paraba de secarse la nariz—. Se había trasladado a Alicante. Había empezado a trabajar en lo que le gustaba.

      – Me imagino. A hacer su vida. Con su pareja y con un montón de responsabilidades.

      – Leopoldo no vivía con ella. Solo iba cuando quería… —no terminó la frase y se quedó mirando a Jukka.

      – Entiendo. No sigas.

      – Ahora sé que no volverá algún fin de semana a visitarnos. Ni nos reiremos de nuestras tonterías, ni iremos a conciertos, ni haremos tantas cosas que solíamos hacer… —sacó algo del bolsillo y se lo entregó—. Por cierto, Jukka, toma esta pulsera. Era de mi hermana. He pensado que quizás te gustaría tenerla de recuerdo.

      Jukka le dio las gracias. Se trataba de una pulsera de acero con una placa de unos cinco milímetros de ancho en la que estaba grabada la letra L.

      – Bueno Sandra, lamento que hayamos tenido que conocernos en estas circunstancias. Pero tengo que regresar. La vida sigue.

      – En

Скачать книгу