Horizonte Vacio. Daniel C. NARVÁEZ

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Horizonte Vacio - Daniel C. NARVÁEZ

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cualquier otro, abrió la pestaña de favoritos y seleccionó Grooveshark. Una vez dentro de la web, buscó el canal de chill out y comenzó a sonar una selección de música relajante. Fue al baño y se duchó. Luego, tras vestirse con un raído pantalón de corte militar y una camiseta de manga larga, cogió una cerveza de la nevera, la abrió y salió a la terraza. Contempló el horizonte, el reflejo anaranjado de un sol que precedía al otoño; se deleitó con el olor del salitre y la calma que flotaba en el ambiente. Bebió a pequeños tragos y apoyado en la barandilla recordó como había ido la jornada para poder rellenar el informe diario de trabajo antes de mandarlo a la supervisora. Sin saber porqué, ese día hizo un recorrido rápido por sus últimos años.

      Habían pasado cuatro años y la nueva vida que había elegido Jukka le satisfacía enormemente. Cierto era que en ocasiones recordaba la sorpresa que causó cuando nada más regresar a Burgos entregó su carta de renuncia. Eligió además un viernes para no tener que dar mayores explicaciones ni encontrarse con más gente de la deseada. Desde luego esquivó a Arantxa quien insistía en verlo y le saturaba el correo electrónico con mensajes de apoyo.

      Regresó a Alicante tal y como se fue. Con un par de maletas y varias cajas de libros. Se instaló en un apartamento que había pertenecido a sus padres y que estaba desocupado desde hacía años. Un pequeño espacio donde poder vivir sin más pretensión que pasar desapercibido el resto de sus días. Algo que parecía ser factible teniendo en cuenta que su apartamento formaba parte de un gran bloque de doscientas viviendas situado en segunda línea de la playa. La altura de su piso, una planta diecisiete, le permitía tener una privilegiada vista de la playa y de los bloques colindantes. La urbanización tenía piscina, pistas deportivas, club social, árboles; en definitiva, lugares donde poder pasar el tiempo. Su piso era discreto. Nada más salir del ascensor había un pasillo exterior que comunicaba las diferentes puertas de los apartamentos, que estaba señalados por medio de letras. Desde la A hasta la F. El suyo era la letra E. El modelo más pequeño que hizo la constructora a finales de los ya lejanos años 70. Como todos, el piso estaba orientado hacia levante.

      La puerta de su apartamento daba acceso a un pasillo en forma de ele en torno al cual se iban distribuyendo los diferentes espacios del piso. Apenas se entraba estaba el cuarto de baño. Frente a la puerta de entrada estaba el dormitorio principal, con salida a una terraza de unos siete metros. Siguiendo el pasillo a la izquierda una pequeña habitación con una ventana estrecha en el tercio superior de la pared. La recordaba con cariño pues fue su habitación desde la infancia hasta los primeros años de juventud momento en que marchó a estudiar fuera de Alicante. No obstante, la puerta siempre la tenía cerrada. En cuatro años no había entrado. Frente a esta habitación estaba el salón. Amplio, luminoso y, de la misma manera que el dormitorio, con acceso a la terraza. Al final del pasillo y junto a la pequeña habitación, estaba la cocina con orientación a poniente.

      Jukka se instaló en pocos días. Días de trámites para darse de alta en los servicios básicos y que le sirvieron para mantener la mente ocupada. Su siguiente prioridad fue cambiar el mobiliario pues parecía más un museo de los años ochenta que un piso del siglo veintiuno. Donó todos los muebles a una ONG que trabajaba con exdrogadictos en un programa de restauración y venta de muebles. Trajo los suyos del piso en donde vivía en Burgos y completó con alguna oferta de las tiendas locales.

      No olvidó lo más importante: el trabajo. Jukka, había estado trabajando en la enseñanza desde que terminó sus estudios. Veinte años trabajando en aulas. No tenía pensado muy bien que buscar. Tampoco es que hubiera una gran oferta laboral. Crisis. Paro. Pensó en algún momento que había cometido una especie de suicidio al largarse de un trabajo más o menos seguro, pero lo que andaba buscando no lo iba a tener. Estuvo barajando sus posibilidades y su memoria le llevó a una persona de la que tenía un buen recuerdo: Elisa Alonso.

      Elisa había sido su primera jefa. Era la directora de un centro de formación de azafatas de vuelo —tripulantes de cabina de pasajeros como aprendió a decir correctamente Jukka en aquellos años— y de congresos. Cuando lo seleccionaron para trabajar allí le resultó de lo más extraño «¿Qué voy a enseñar a las azafatas?” se preguntaba. La respuesta vino enseguida: Historia del Arte. Jukka siempre recordó este trabajo con cariño. La academia en cuestión estaba ubicada en un entresuelo. Con gran acierto se habían instalado cuatro aulas y tres despachos además de una minúscula recepción en un espacio de cerca de noventa metros cuadrados.

      Fue una buena época y comenzó a curtirse en las maneras de enseñar, de evaluar, corregir, y algo muy importante a lidiar con las exigencias de una empresa. Recordó que el día que abandonó aquel puesto de trabajo, un caluroso día de mayo de 1999, Elisa se mostró muy comprensiva, sentía tener que prescindir de Jukka pues sus clases gustaban, pero él había decidido emprender una nueva faceta en su vida. También Elisa le había dicho que el día que volviera, si necesitaba algo que la llamara. Que nunca dudara en pedirle ayuda si tenía algún problema.

      “Diez años es mucho tiempo” había pensado Jukka antes de llamar por teléfono a Elisa, pero para su sorpresa, ella se alegró mucho de escucharlo. Tras las típicas palabras de saludo, quedaron en verse en el centro de la ciudad, en una cafetería que estaba enfrente de la academia que aún funcionaba. Jukka llegó pronto. Elisa llegó a la hora en punto. Jukka admiró de nuevo el estilo y elegancia de Elisa, quien seguía teniendo el porte atractivo de tiempo atrás. “Aunque el exceso de maquillaje y el tinte del pelo ayudan” se dijo a sí mismo. Estuvieron hablando. Jukka hizo una especie de recorrido vital de sus últimos años en apenas media hora, hasta que llegó al punto principal. La necesidad de tener un trabajo. A su edad y en la coyuntura de crisis por la que se estaba pasando no aventuraba ninguna perspectiva de éxito. Pero para su sorpresa, Elisa tuvo solución. Le comentó que su hermano tenía una empresa, llamada Gestión General —bromeó con el nombre indicando que lo mismo servía para gestionar un supermercado que para gestionar una fábrica de calzado— en la que seguro podría encontrar algo para él. El resto de la conversación transcurrió en torno a una interminable taza de café, recordando experiencias de los años en los que Jukka fue profesor en aquella academia. Días después Jukka entraba a formar parte de la empresa Gestión General, en un puesto de trabajo nuevo para él consistente en supervisar el posicionamiento de los productos de una multinacional, que estaba presente en el sector de la alimentación y los productos de droguería, así como la correcta aplicación de las ofertas que dicha empresa implementaba para tratar de fomentar el consumo de sus marcas y salvar el escollo de la crisis.

      Jukka tenía una lista de cuarenta y cinco supermercados que debía visitar a lo largo del mes, semana a semana, día a día, en las comarcas de l’Alacantí, la Marina Baixa y la Marina Alta. Desde El Campello hasta Denia, realizaba una ruta siguiendo el litoral revisando productos, anotando, hablando con los encargados, llevando nuevas promociones —vales de descuento, camisetas, balones de playa, material escolar, o “ilusión para los menos favorecidos” en época navideña, es decir: la típica campaña por la que la empresa donaba un euro por cada compra de determinado detergente— y tratando de resaltar los productos y marcas de la multinacional colocando coloridos y vistosos poster en las entradas de las tiendas, stopper en los lineales donde estaban los productos, expositores de cartón e incluso algún hinchable con forma de botella de champú. Por este motivo había cambiado de coche, ya que necesitaba más espacio para llevar todo perfectamente organizado en cajas. Debía efectuar dos visitas al mes, una por quincena. La primera de ellas siempre para implantar la oferta, la segunda para reforzarla y comprobar el grado de aceptación por parte de los consumidores.

      El cómo y cuándo hacía las visitas estaba en manos de cada empleado. De manera que Jukka había organizado las visitas de tal manera que le permitían disfrutar de algunos días libres al mes. Planificó siete rutas que visitaba en los primeros días del mes, de lunes a viernes. Dejaba un día libre en medio y luego volvía a empezar la segunda ronda de visitas. De este modo al final del mes tenía a su disposición unos tres o cuatro días libres, sin contar con el destinado al curso de formación.

      La

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