Horizonte Vacio. Daniel C. NARVÁEZ

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Horizonte Vacio - Daniel C. NARVÁEZ

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el lema “una grande y libre” le parecía fuera de lugar en el momento actual en el que se encontraba la sociedad. Pero siempre han existido los nostálgicos. Con Ramírez las conversaciones empezaban siempre de la misma manera, referencias al Generalísimo, la pervivencia del contubernio comunista masónico, la ocasión perdida por los héroes del 23 de febrero. Luego derivaba en la necesidad de mantener la “casta española”. Momento en el que comenzaba a presumir de su mujer cien por cien española que estaba en casa “ocupándose de la familia como Dios manda”. Le contaba una y otra vez la historia de sus tres hijas, todas con nombres de advocación mariana: Macarena, Lourdes y Rocío; y sus cuatro hijos: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. A lo que Jukka, pacientemente, asentía con una expresión ausente, ya que había escuchado tantas veces la historia que ya no tenía la tentación de reír al escuchar juntos los nombres de evangelistas y vírgenes.

      “Cansino”, es lo que se repetía Jukka en su interior ante la verborrea nostálgica e irracional de su interlocutor. De modo que su estrategia era escuchar, desconectando lo máximo posible y aprovechar un momento de respiro, para atacar con la última promoción que llevaba. Así hizo ese día y consiguió únicamente colocar los stopper en el lineal de champús.

      Medio agotado por haber tenido que aguantar una vez más la conversación con Ramírez, Jukka volvió a su coche y se marchó por la carretera costera que unía Moraira con Calpe. Era un itinerario corto, pero realmente curioso ya que la mayoría de las tiendas, restaurantes e incluso casas que había en los márgenes de la carretera tenían nombres alemanes, holandeses o noruegos. Le hacía sonreír ver en algunos comercios de esta zona carteles escritos a mano, o impresos, estratégicamente colocados en los que se podía leer: “Se habla español”. Era como estar en un mundo paralelo. En realidad, la gran cantidad de ciudadanos europeos instalados en esa zona era abrumadora. Con un predominio de personas mayores, cada vez más se podía ver a familias más jóvenes ocupándose de los negocios. Incluso habían construido colegios especiales donde se educaba según los modelos de sus respectivos países. Un auténtico mosaico de la Europa actual, a la que se estaban incorporando cada vez más rusos y ucranianos.

      Atravesó las calles serpenteantes de La Sabatera, cruzó el paso sobre el Barranc Roig y se incorporó a la carretera que unía Teulada con Moraira en un descenso hacia la costa. Un camino que siempre contaba con un volumen de tráfico generoso, aunque, obviamente, en verano era mayor. Las siguientes visitas estaban muy cerca. La primera de ellas un Super Plus en la calle Les Vinyes.

      Cuando entró, no pudo hacer más que sonreír al escuchar la música que sonaba por megafonía, un remix tecno de los que le gustaban al encargado:

      Azzurro,

      Il pomeriggio è troppo azzurro

      E lungo per me.

      Mi accorgo

      Di non avere più risorse

      Senza di te

      El encargado, Carlos Celdrán, era un tipo joven, rozando la treintena. Era alto y delgado, con un rostro fino y alargado, tenía unos ojos oscuros vivarachos que brillaban alegremente. Celdrán tenía una melena larga y lacia que le llegaba hasta la cintura. Cuando hablaba solía moverse nerviosamente y normalmente concluía sus frases con un “pim – pam, pim – pam” mientras agitaba las manos como si fuera un Dj. Cuando Jukka le pedía permiso para poner algún tipo de promoción él se desentendía con una frase que era su leitmotiv: “eso ya lo han hablado los jefes ¿no? Pues tú a lo tuyo a poner todo y me dejas la tienda bien adornada. ¡Pim – pam, pim – pam!”. Tal y como esperaba, dejó las promociones previstas y continuó el recorrido.

      La siguiente parada era justo en la perpendicular, la Avenida de la Paz. El supermercado era el William’s Market, perteneciente a una pequeña cadena británica que operaba en España. Jukka detestaba las visitas a esta tienda —no por el idioma ya que se defendía en inglés con cierta soltura, aunque la encargada insistía en hablar en español— sino porque ésta, Kathryn Gossiper, llevaba siempre las conversaciones a terrenos personales. Tenía rostro triangular, que llevaba siempre con un exceso de maquillaje, ojos de un azul intenso y cabello tintado en rubio platino, algo entrada en carnes, siempre vestía ropa muy ajustada. Kathryn solía recibir de manera muy educada a Jukka. Apenas él había terminado de explicar cuáles eran promociones y ella había analizado el porcentaje que sobre las ventas tendría resaltar el producto y en consecuencia el aumento de sus ganancias una vez hubiera abonado a los proveedores. Así ocurrió aquel día en el que tras poner la promoción del champú le dejó el talonario de vales.

      – Jukka —comenzó a decir ella mientras se esforzaba en hablar español con su acento británico— ¿conoces a algún abogado?

      – Pues no. A ninguno. ¿Tienes algún problema? —preguntó con desgana, pues ya sabía que aquello iría a derroteros nada agradables.

      – ¿Te acuerdas de que te dije que había echado a mi novio de casa?

      – Sí, recuerdo. Fue en la última visita, hace un mes.

      – Bueno, pues volvió a por cosas suyas, pero no quería irse y al final un vecino consiguió echarlo. Me dice que tenga cuidado de que me va a pillar por ahí.

      – Vamos, que te ha amenazado. ¿Cierto?

      – Sí.

      – Pues no seas tonta y ve corriendo a la Guardia Civil y lo denuncias.

      – Pero si se entera me puede hacer daño.

      – ¿Prefieres que te de una paliza? ¿O que te mate?

      – ¿Podrías declarar ante un abogado? —le preguntó directamente mientras Jukka pensaba en la clase de lío que iba a meterse.

      – Tú ve a denunciarlo y luego todo se andará —vio que no acababa de entender la expresión—. Si llegado el momento necesitas ayuda me llamas.

      – Gracias.

      Jukka se despidió. Sabía que algo había de verdad, pero mucho de mentira. Ella tenía antecedentes por consumo de drogas, borracheras y escándalo en la vía pública. Se lo había dicho Celdrán cuando al principio de comenzar en este trabajo Jukka le comentó que le tocaba visitar el supermercado de los ingleses que estaba a la vuelta de la esquina. “¡Ándate con ojo muchacho! —le había dicho—. La inglesa es canela fina para meterse en líos. Borracha y hasta las cejas de farlopa. La han trincado varias veces y a punto de acabar en la trena. ¡Con estos ojitos lo he visto yo!”.

      Jukka decidió no darle más vueltas al asunto y continuar con su itinerario de visitas. Condujo por la sinuosa carretera de Moraira a Calpe. Era un trayecto plagado de curvas peligrosas en el que Jukka disfrutaba con el cambio de marchas pues le gustaba apurar al máximo antes de entrar en las curvas. Le gustaba sentir como la fuerza centrífuga atraía al coche y parecía arrojarlo al arcén. En ocasiones le daba impresión de que si no mantenía correctamente el control del coche podría acabar zambulléndose en el mar. A mitad de camino paraba obligatoriamente en un supermercado de reciente apertura, el Parduotuve. Era propiedad de Anselm Vagnas, un lituano de mediana edad que acababa de instalarse en Moraira. El negocio lo gestionaba su pareja, Fernando Baradat, al que había conocido mientras este fue a Lituania con una beca Erasmus. Baradat era alto, tanto como Jukka, delgado hasta la exageración. Su rostro escuálido y rectangular quedaba atenuado por unas gafas igualmente rectangulares tras las que se escondían unos ojos marrones que denotaban nerviosismo e inseguridad. Su cabello revuelto aumentaba esta imagen. No obstante, gestionaba el negocio con una meticulosidad excepcional. Cuando en alguna ocasión Jukka le había mencionado a Baradat el orden que llevaba, pues tenía un registro de cada una de las promociones que había llevado y el tiempo que había estado en vigor,

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