Horizonte Vacio. Daniel C. NARVÁEZ

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Horizonte Vacio - Daniel C. NARVÁEZ

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y su rostro se enrojeció.

      – Pues… —dijo Jukka para intentar alargar la conversación, pero fue interrumpido por Jana.

      – Jukka. Quería agradecerte lo del DVD. Lo daba por perdido. Si te apetece puedes venir a mi casa y tomamos algo.

      – No quiero molestar —dijo él mientras pensaba en que era una manera muy original de agradecer la devolución del DVD.

      – En absoluto —replicó Jana—. Es más, insisto.

      Fue ahora Jukka el que rio la ocurrencia. Asintió y le pidió un par de minutos para cambiarse mientras ella volvió a su piso. Cuando Jukka llegó, Jana lo invitó a pasar a su vivienda. Lo poco que vio le recordó a su propio apartamento, pero un poco más grande. Sobre todo, la cocina ya que tenía una galería que daba al pasillo exterior. El salón tenía las mismas dimensiones y junto a él estaba el dormitorio principal, lo que sabía por haber visitado hace años un piso similar. El resto de la casa no lo vio, pero sabía cómo era: un dormitorio de tamaño medio y un baño completo. Como en todos los apartamentos, salón y dormitorio principal tenían acceso a la terraza que tenía la misma longitud que la de su piso. Cuando entró Jana lo hizo pasar al salón. Tenía muebles muy sencillos. “Catálogo Ikea” pensó Jukka. Dos sofás de tres y dos plazas, mesa auxiliar, mesa de comedor y cuatro sillas con tapizado azul a juego con los sofás. Mueble modular de color cerezo, en el que destacaba una televisión de plasma, un DVD y sistema de sonido multicanal. En las estanterías había unas cuantas películas. Esto llamó la atención de Jukka quien de reojo intentó leer los títulos. La voz de Jana llamándolo a la terraza le sacó de esta acción. En la terraza había una tumbona, una mesa de plástico de color verde y dos sillas a juego. Varias plantas daban algo de colorido a las toscas paredes descoloridas.

      – ¿Quieres tomar algo? —preguntó Jana.

      – Si tienes una cerveza estaría bien —dijo Jukka con total confianza.

      – Vale —Jana entró y hasta la terraza llegó el ruido de la nevera al abrirse y el tintineo de unas botellas de cristal. Regresó con dos botellines de tercio.

      – Gracias —dijo Jukka y bebió el primer sorbo—. No te había visto antes por aquí.

      – Pues llevo desde mayo en el piso. Yo tampoco te había visto.

      – Debemos tener horarios diferentes, obviamente —Jukka bebió de nuevo— De modo que eres ¿checa?

      – Sí —respondió ella bebiendo de su botella—. De una pequeña ciudad a unos ochenta y cinco kilómetros de Praga. Jičín. No te sonará.

      – ¡Ah, sí! ¡Claro que sí! Está en la zona del Paraíso Bohemio —dijo Jukka con expresión segura ante la mirada desconcertada de Jana.

      – ¿Lo conoces? ¿De verdad?

      – Ya te digo. El castillo Trosky, el valle que hay a sus pies, el bosque que hay en las laderas del castillo. Sí lo conozco.

      – ¿Y eso a que se debe? —preguntó Jana con interés.

      – Cosas del pasado —respondió apesadumbrado Jukka—. No es algo que me apetezca recordar.

      – Vale.

      – Y tú, Jana. ¿Cómo es que hablas español tan bien?

      – Como tú ¿no? No eres español ¿no?

      – Sí lo soy. Es una larga historia familiar. Mi abuelo vino de Finlandia a España a mediados de los años 40. Una historia aburrida.

      – Vale —Jana bebió y comenzó a mirar el horizonte. Las primeras sombras de la noche ya se cernían sobre el mar y los colores azul oscuro y negro se iban fundiendo—. Estudié español. En la Universidad.

      – Lengua y literatura. ¿Filología?

      – No. Eran asignaturas complementarias y en una academia privada. Estudié Film Studies… ¿Cómo se dice aquí?

      – Cine. Comunicación Audiovisual… más o menos. No hay algo similar.

      – Pues entonces eso. Estudié cine.

      – Interesante —dijo Jukka al tiempo que sintió una especie de escalofrío—. ¿Trabajas en algo relacionado con el cine?

      – No —contestó con pesadumbre—. No tiene nada que ver. ¿Y tú? ¿En que trabajas?

      – Promotor de ventas. Voy a supermercados de la provincia, me aseguro de que los productos de la compañía para la que trabajo estén bien posicionados, que se apliquen las ofertas y promociones. Es un trabajo, hasta cierto punto, cómodo.

      – Pero estás fuera todo el día, en la carretera. ¿Verdad?

      – Sí. Pero me gusta. Me relaja conducir —bebió un sorbo y cambió de tema—. ¿Y esa afición por el cine clásico? Los Nibelungos no es una película que le guste a cualquiera.

      – Me gusta ese tipo de cine ¿sabes? Como que era todo muy ingenuo, muy directo y con mucha frescura —Jukka advirtió que los ojos de Jana se habían encendido, su rostro además demostraba entusiasmo en lo que decía.

      – Sí, supongo que tienes razón —dijo él con cierta indiferencia.

      – Oye, Jukka, ya sé que te acabo de conocer y a lo mejor te suena a tontería o a que soy una pesada, o descarada. Pero… —balbuceó un poco antes de terminar la frase— ¿te gustaría ver la película conmigo? A lo mejor te convences de que es cierto eso que te digo. Si ves como hacían los efectos especiales, la interpretación, los movimientos de cámara tan rudimentarios para la época, el propio tema. Está basado en una leyenda épica…

      – Disculpa Jana —cortó Jukka—, en serio me gustaría, pero mañana tengo que madrugar. Tengo que ir a hacer una de las rutas que me toca y tengo que salir temprano. En serio. Me gustaría, pero si no te importa mejor en otro momento.

      – Vale —dijo Jana con cierta frustración.

      – En serio, me gustaría. ¿Podemos vernos otro día? —preguntó Jukka.

      – Pero tendría que ser por la tarde. Tengo un compromiso por la noche —respondió ella mirando hacia el horizonte.

      – Sin problema. Cuando llegue después del trabajo vengo a avisarte.

      – Mejor me llamas al móvil —le dijo mientras le apuntaba el número en un trocito de papel y se lo daba.

      Jukka lo cogió. Sintió un escalofrío al rozar los dedos de Jana. Se percató que, en su mirada, hacía unos instantes viva y alegre, había aparecido como un velo de tristeza o, aún más, de melancolía. Tras despedirse de ella volvió a su apartamento. Terminó el informe que no había hecho antes y comenzó a pensar en el encuentro con Jana, en la breve conversación que le hizo recordar su pasado.

      Cogió una cerveza de la nevera, la abrió y salió a la terraza. Por curiosidad miró en dirección al piso de Jana. Se veía luz. Luego, Jukka perdió su mirada en el firmamento. Algunas estrellas brillaban tenuemente, otras, por el contrario, parecía hacerlo con insistente fijeza. Del interior del salón le llegaba la música. Decidió finalizar su día. Se dispuso a apagar el ordenador,

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