Horizonte Vacio. Daniel C. NARVÁEZ

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Horizonte Vacio - Daniel C. NARVÁEZ

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el comportamiento de Jukka. Que si no había tenido respeto, que si había sido prepotente, que si las formas una y otra vez, que si esto y lo otro. Hasta salió la manera en la que conducía. Jukka optó por murmullar un “lo siento no ocurrirá más” para poder seguir con las visitas y salir de Denia cuanto antes, lo que significaba perder de vista a Prisca. Poco le importaba el informe que mandara a los jefes superiores.

      El resto de las visitas, un par de Super Plus y una tienda independiente. Sin mayor problema en ninguna supuso que pudiera terminar la ruta. Se despidió de Prisca, quien le recordó una vez más lo importante de la profesionalidad, del comportamiento impecable e impoluto en el trabajo antes de dejarlo.

      Jukka llegó a Calpe para la hora de la comida. Se dirigió al restaurante que le correspondía ese día para comer. Sentía una sensación agridulce tras la jornada de hoy. Contaba con que Prisca le echaría alguna bronca para no perder la costumbre. Pero no se esperaba que fuera por una tontada que encima era responsabilidad de otra persona. “Este Rodrigo es un imbécil. A ver si algún día aprender a hacer su trabajo y no jode a los demás. Malabarista, es lo que es. Un malabarista”.

      Pensamientos que iba desgranando mientras comía su ensalada y un filete de lubina a la plancha. Cerveza, agua con gas, y café en lugar de postre. Pensamientos que se retiraron paulatinamente al empezar a observar a una pareja que llegó y se sentó en la mesa que estaba justo delante de la suya. Eran ya de cierta edad, entrados en los sesenta. Ella era gruesa. Con pelo canoso rizado. Vestía un pantalón de chándal y una blusa floreada. Gafas de sol oscuras. Él, de apenas metro sesenta, tenía pelo engominado hacia atrás. Canoso. Vestía vaqueros ajustados y camisa negra remangada sobre unos brazos fibrosos y tostados por el sol. Destacaba un viejo tatuaje de un ancla y un nombre que Jukka no apreciaba a leer desde donde estaba. La camisa abierta hasta el cuarto botón dejaba ver una gruesa cadena de oro de la que pendía un grueso crucifijo. Apenas intercambiaron unas palabras entre ellos cuando llegó el camarero. Sin hablar nada se tomaron una crema de bogavante y luego, cuando les trajeron una enorme mariscada, cada uno, con matemática precisión fueron pelando gambas y langostinos. Tenían el ritmo propio de una máquina. En el centro, un centollo esperaba su turno. Fue el hombre quien empezó a manipularlo y a extraer la carne que le iba pasando a su mujer. Un trozo para ella otro para él. “El sentido del amor. A eso se reduce”, pensó Jukka.

      Mientras apuraba su café mirando al mar pensó en llamar a Helena, pero no insistió mucho en ese pensamiento. Pensó que lo mejor era hablar con Wageman esa misma tarde y decirle que había encontrado a la mujer y que ella ya le llamaría. Esa sí que era una manera inteligente de quitarse el tema de encima.

      El regreso hasta su piso fue complicado debido a una retención por obras en Altea. Si bien esta circunstancia le regaló un momento desconcertante cuando en pleno atasco, con el carril lleno de vehículos detenidos, el conductor que iba delante bajó de su coche, abrió el maletero y sacó una cerveza de una nevera portátil. El mismo conductor le hizo a Jukka el gesto de compartirla a lo que amablemente renunció. «¡Qué cosas!” pensó. Cuando llegó, tras una ducha necesaria, se percató del DVD que había encontrado el día anterior y que había dejado en la mesa del salón, junto al portátil. Volvió a mirar la carátula y esbozó una media sonrisa. Decidió acercarse de nuevo a intentar devolver la película a la vecina. Salió. Llamó a la puerta y escuchó pasos. Se dio cuenta que lo observaban por la mirilla, aunque no abrían la puerta. Puso el DVD delante para que lo vieran al otro lado. Se escuchó el ruido de un par de cerrojos descorriéndose. Finalmente, una cabeza se asomó cautelosamente. Jukka se encontró con unos marrones que le miraban con curiosidad. Una melena rubia platino, un rostro ovalado, de piel muy blanca, en el que llamaban la atención unos labios puntiagudos pintados de rojo intenso. Una nariz ligeramente respingona completaba lo que podía ver. El cuerpo se cobijaba detrás de la puerta como si fuera un escudo y temiendo a algo desconocido.

      – Hola buenas tardes —comenzó a decir Jukka educadamente—, soy el vecino del apartamento de al lado, bueno, de la letra E.

      – ¿Sí? —dijo la chica con curiosidad aferrándose a la puerta con más intensidad.

      – No sé si te acordarás, pero ayer coincidimos en el ascensor y al salir se te debió de caer esto —Jukka le alargó el DVD—. Vine enseguida, pero debías estar ocupada. Hoy he venido en cuanto he llegado del trabajo.

      – Gracias —dijo ella.

      – Buena película, por cierto —añadió él, aunque se dio cuenta de que la chica no tenía ganas de conversación—. Bien, que la disfrutes. Hasta luego.

      Jukka volvió a su piso sin dejar de pensar en la frialdad y falta de interés demostrado por la dueña del DVD. “En fin, todos tenemos rarezas” esbozó mentalmente mientras llegaba a su apartamento. Encendió el ordenador, buscó la plantilla de documento para el informe del día. Se preparó unos fideos como cada día. Al abrir el correo para enviar el informe se llevó una sorpresa. En la bandeja de entrada, junto a la publicidad de siempre, había una notificación de Facebook: Helena Härma le solicitaba amistad.

      Recordó que hacía cuatro años que no lo usaba. No es que fuera un fan de las redes sociales, pero lo empleaba para comprobar el impacto que tenían las prácticas de sus alumnos ya que les pedía que estrenaran los cortos que realizaba. Algunos alumnos abusaban de este método y lo buscaban cuando se conectaba para preguntarle asuntos relacionados con las asignaturas, las prácticas, las calificaciones, o simplemente para chatear sobre música o cine. Otros colegas directamente facilitaban sus números de móvil para que los llamaran o les enviaran mensajes. Pero Jukka prefería este método. En ocasiones si notaba que empezaban a ponerse pesados con las conversaciones y las preguntas, o si detectaba que se entraba en una especie de bucle irracional o si alguien empezaba una especie de tonteo virtual desconectaba rápidamente; pero las más de las veces sí que empleaba horas para hablar, compartir videos y referencias a películas de cierto interés. Pero hacía cuatro años que había borrado todos sus contactos, toda su información. No tenía explicación a porque no desactivó la cuenta. Quizás debería haberlo hecho. O quizás no. El caso es que tenía una solicitud de amistad de alguien que acababa de conocer. Jukka entró en Facebook con cierto temor. No tenía ningún mensaje ni foto ni absolutamente nada. Buscó el perfil de Helena antes de decidirse a aceptar la solicitud de amistad. Había unas cuantas fotos en las que aparecía visitando monumentos, comprando libros, y unas cuantas fotos de unos planos arquitectónicos. Revisó los amigos que tenía Helena y se trataba de personas con intereses semejantes. Animado por lo que había visto le dio a aceptar la solicitud de amistad. Automáticamente apareció en la columna derecha, habilitada para el chat, la minúscula imagen de Helena. Indicaba que hacía una hora que se había conectado. En algún momento coincidirían.

      Estaba a punto de empezar a comer sus fideos cuando sonó el timbre. No esperaba a nadie. Cuando abrió se encontró a la vecina, la chica del DVD. Se quedó asombrado, entre otras cosas porque ahora pudo ver con detalle que era bastante joven. Apenas veinticinco o veintiséis años. Un metro setenta y cinco calculó Jukka. Los labios armoniosos estaban sin el carmín rojo que los cubría cuando fue a verla antes. Vestía una camiseta morada de manga corta, muy ajustada marcando unos senos pequeños; mallas deportivas ajustadas a unas piernas de contorno perfecto.

      – Hola —dijo ella sonriendo y con un marcado acento extranjero que a Jukka le sonó a eslavo.

      – Hola —replicó Jukka apartándose un mechón de pelo de la cara.

      – Soy la vecina del B. ¿Te acuerdas?

      – Claro, hace un rato he ido a llevarte un DVD.

      – Es que siento haber sido tan… ¿cómo se dice? ¿Fría?

      – No pasa nada.

      – Jana

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