Horizonte Vacio. Daniel C. NARVÁEZ

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Horizonte Vacio - Daniel C. NARVÁEZ

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Härma, aunque bueno, eso ya lo sabes. Por el imbécil de Wageman.

      – Vale. Veo que no lo aprecias. Le diré que no te he encontrado.

      – Muchas gracias —dijo ella sonriendo—. Mira, tengo mucho trabajo esta tarde, pero me gustaría que pudiéramos hablar con más calma. ¿Te importa que nos veamos en otro momento?

      – No, claro que no. Pero aquí a Calpe vengo una vez al mes.

      – Bueno, pues mira te doy mi número de móvil y cuando puedas me llamas y nos vemos.

      – De acuerdo. Toma el mío —Jukka apuntó su número en un stopper que tenía en el bolsillo del pantalón. Helena se echó a reír cuando se lo dio.

      – ¡Qué original!

      – Mejor que una tarjeta. Es más visible. Me dedico a esto de las promociones.

      – Vale, Jukka Lehto. Nos vemos cuando quieras.

      – Perfecto. Ya te llamaré.

      Se despidieron y Jukka bajó la escalera. No se dio cuenta de cómo lo miraba Helena. Con curiosidad. Una inquietante curiosidad. Salió a la calle, se metió en su coche, arrancó puso la radio y condujo hasta la Playa de San Juan. “Un merecido descanso” se dijo mientras entraba en el ascensor. No se dio cuenta, pero entró otra persona en el ascensor. Una chica joven, estatura media, rubia, no pudo verle los ojos ya que llevaba unas gafas de sol. Vestía camiseta ajustada, unos shorts vaqueros y sandalias. Llevaba un voluminoso bolso de tela que se veía cargado.

      – ¿A qué piso vas? —preguntó cómo era costumbre.

      – Diecisiete —respondió ella.

      – Vale. Vamos al mismo —dijo Jukka antes de sumergirse en sus pensamientos.

      Al llegar y abrirse la puerta, ella tropezó con un vecino que esperaba el ascensor. Dio un traspié y casi cae, pero recuperó el equilibrio y se fue hacia la izquierda por el pasillo que llevaba a las puertas de los apartamentos. Jukka tras saludar al vecino e intercambiar las típicas frases acerca del estado del tiempo, la tranquilidad de la playa en septiembre y algunas cuestiones de la comunidad de vecinos, se dispuso a entrar en su casa. Fue entonces cuando se dio cuenta de algo que había en el suelo. Justo delante de la puerta de los ascensores. Se acercó, lo cogió y se sorprendió al verlo. Un DVD de cine clásico. “Los Nibelungos de Fritz Lang. Edición coleccionista. ¡Joder! Cuánto tiempo sin ver una de estas” se dijo sorprendido. Recordó a la chica que había salido con tanta prisa del ascensor que casi cae. Dedujo que sería de ella, pues el vecino con el que había intercambiado unas palabras no llevaba nada en las manos y, por lo que sabía, su afición era el fútbol. Decidió pues acercarse al apartamento de la chica para preguntar si era suyo el DVD. Recorrió unos pocos metros hasta llegar a la puerta B. No había duda. El apartamento A era el más grande de todos los tipos y pertenecía a una familia de Madrid que venía durante los meses de junio a agosto. El C y el D eran propiedad de un rico industrial de la provincia que pasaba largas temporadas en Suecia. Solo quedaba el B. Llamó al timbre y esperó. Nada. Sin respuesta. Volvió a llamar con el mismo resultado. Jukka no quiso ser pesado. Pensó que a lo mejor la vecina estaba ocupada y no podía abrir. Sabiendo donde vivía ya pasaría a ver si el DVD era suyo. Volvió a su piso. Se dio una ducha. Preparó unos fideos, los comió mientras rellenaba el informe online de la jornada del día. Salió a la terraza con una cerveza bien fría. Apoyado en la barandilla observaba como anochecía. El azul grisáceo de última hora de la tarde fue cambiando a morados y finalmente azul oscuro intenso y negro. En el horizonte las luces de las estrellas comenzaron a confundirse en las luces de los barcos de pesca que acudían cada noche a la bahía. El olor a salitre, llevado por una sueva brisa, llegaba hasta la terraza acompañado del tenue ruido de las olas que se fundía en una melodía de frecuencias con el canto de los grillos. Jukka miraba al horizonte. Sin moverse, sin pensar en nada más que en esa línea inalcanzable.

      6

      Nuevo día de rutina. La ruta más lejana al límite de la provincia. En esta Jukka prefería comenzarla en orden ascendente siguiendo en primer lugar la eterna N—332. Gata de Gorgos, Ondara y El Verger. Desde ahí luego continuaba por la CV—723 hasta Denia. Cuando hacía esta ruta, en lugar de volver a la carretera nacional prefería seguir el camino de la costa que unía Denia a Xábia, atravesando el parque natural del Montgó. Salía de Xábia a lo largo de la carretera del cabo la Nao en dirección a Portitxol, seguir a continuación por la carretera de la Granadella, el camí Vell del Morro del Castell, serpentear por las calles de Cumbre del Sol y finalmente enlazar con la carretera de Moraira a Teulada y de ahí seguir por el camino a Calpe. Solía llegar a tiempo de comer en uno de sus habituales restaurantes.

      Lo que se salía de la rutina ese día fue que nada más empezar el recorrido recibió un mensaje en el móvil de parte de Prisca Blanco, la supervisora de la zona, quien una vez al mes acompañaba a los promotores para ver in situ como aplicaban las promociones, como desarrollaban el argumentario que la empresa les explicaba durante el curso de formación mensual. También tomaba nota del tiempo que se empleaba en cada visita, la distancia recorrida optimizando el tiempo y ajustando el kilometraje ya que la empresa corría con los gastos de desplazamiento.

      Prisca era de estatura media, escuálida, con un eterno corte de pelo estilo masculino, gafas redondas y profundos ojos negros. Oriunda de Porcuna, su acento jienense estaba cargado de resentimiento. En una ocasión un compañero le contó a Jukka que Prisca se fugó cuando era joven del pueblo debido a que su familia la había comprometido en nupcias con un señorito del lugar. Una manera de medrar en la escala social a costa de la voluntad ajena. Tras recorrer media España llegó a Alicante donde finalmente se instaló. Los infortunios del pasado habían conformado a una persona engreída, de ego desarrollado hasta el absurdo y con una fijación constante por humillar a sus empleados por los detalles más insignificantes. A Jukka no le caía bien, pero era parte de la cúpula directiva y no había más remedio que aguantar sus reniegos. Esa mañana, pues, no había más remedio que aguantar la compañía de Prisca. Lo único positivo era que no iba a efectuar todo el itinerario, por cuestiones de agenda, tan solo estaría con Jukka en Denia.

      La visita a los supermercados de Denia fue bien hasta que llegaron a un Super Plus que se encontraba en el Camí de Sant Joan, ya a las afueras de la ciudad. El encargado, Rodrigo Arnaiz, apenas llevaba un mes y medio en su puesto y no conocía al detalle las dinámicas de promociones. Acababa de incorporarse a este trabajo y no estaba acostumbrado a la dinámica del mismo. Tampoco tenía desarrollado el sentido del humor por lo que los diálogos eran de una sequedad y frialdad absoluta. En las dos ocasiones que Jukka había visitado el supermercado había tenido que recordarle que la tienda no era suya sino de la empresa y que si sus jefes habían accedido a que se implementara la promoción él tenía que indicarle donde estaban los productos y proporcionarle un lugar para materiales de merchandising. Nada más. Normalmente esas conversaciones acababan en llamadas telefónicas que Arnáiz hacía a sus superiores y que terminaban con él volviendo cabizbajo e indicando con mirada bovina dónde tenía espacio para un expositor, o para las camisetas y balones. “Espero que hoy el bobalicón este no me entretenga y no me haga ni perder tiempo ni quedar mal delante de Prisca” pensó Jukka. Pero como temía, Rodrigo se enzarzó en una discusión sin sentido acerca del espacio disponible, del agravio que suponía para otras marcas que los productos de Stake emplearan reclamos más vistosos en el punto de venta. Intento de razonamientos acompañados de gestos y actitudes simplonas. Jukka, interrumpió y con tono exasperado dijo lo que tantas veces había repetido: “¿Pero no te enteras de que la tienda no es tuya? Si tus jefes ya han cerrado este trato pues lo aceptas y punto. O te cambias de curro, que hay gente más despierta esperando para trabajar”. Acabó de decir la frase mirando de reojo a Prisca que tomaba notas en su libreta con gesto de

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