Horizonte Vacio. Daniel C. NARVÁEZ

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Horizonte Vacio - Daniel C. NARVÁEZ

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era eficaz en su trabajo y prueba de ello eran los numerosos incentivos que recibía a final de mes en forma de sobresueldo.

      Cuando inició este trabajo, Jukka tuvo la incertidumbre de si con el sueldo podría vivir sin apreturas. Pero para su sorpresa, el sueldo de promotor era bastante más alto que el que había percibido como profesor de universidad. Si a ello se le unían los incentivos que solía recibir había meses que realmente eran muy beneficiosos. Jukka no tenía mayores gastos. Recibos de consumos por servicios de luz, agua, gas, teléfono; el gasto de la comida personal, que se reducía a desayunos y cenas. El único lujo la cerveza que consumía cada noche antes de dormir. La comida principal entraba dentro de los gastos que pagaba la empresa, junto al combustible y el kilometraje. También, cada año, hacía un modesto donativo a una ONG que trabajaba en la India.

      Terminó la cerveza y se preparó unos fideos instantáneos. Mientras lo hacía se dedicó a repasar las anotaciones del día para rellenar los informes de visitas que debía remitir al final de cada jornada. Una rutina cómoda de realizar, sin mayor esfuerzo. Decidió acostarse pronto ya que al día siguiente iba a realizar la ruta de Calpe. Mientras daba vueltas en la cama, intentando conciliar el sueño —llevaba cuatro años con un trastorno de sueño severo— recordó la sesión del día que acababa de terminar y que, como sucedía una vez al mes, había consistido en acudir al curso de formación para la campaña mensual. Comenzó a recordar mientras miraba al techo.

      El radio despertador había sonado a las siete. Como de costumbre: ducha y aseo personal. Para variar, se vistió un poco más elegante de lo normal. El curso de formación suponía pasar encerrado la mañana entera, junto al resto de comerciales de la zona —que incluía las provincias de Valencia, Murcia y Albacete—, en el salón de convenciones de un hotel. Unas veinte personas a las que se unían los responsables de la empresa de Gestión General y la multinacional estadounidense, Dicker & Stake, de la que dependían los productos.

      A Jukka le divertían esas sesiones. Sobre todo, la parte de rolplay en la que debían tratar de convencer a uno de ellos mismos, que asumía el papel de encargado de supermercado y cuya única respuesta era invariablemente negativa, de la pertinencia de implantar la promoción o el producto. Debían ensayar como presentar las promociones, como argumentar frente a una negativa, llevando el final de la conversación a un estandarizado “si aumentan las ventas de este champú —o el producto que fuera— ganamos todos”. A media mañana solía haber una pausa para un desayuno que solía consistir en bollería y café.

      Ese día, Jukka fue al aseo antes de participar del desayuno. Se estaba lavando las manos cuando entró Peter Wageman, uno de los americanos. Lo saludó con un gesto de la cabeza mientras se secaba las manos en la máquina de aire. Cuando acabó, Wageman se dirigió a él.

      – Hola, ¿Jukka? —preguntó con un marcado acento anglosajón.

      – Sí, exacto.

      – ¿Cómo ves la nueva campaña de otoño?

      – Bien —contestó con la mayor neutralidad posible, ya que a él no le correspondía juzgar la pertinencia o no de objetivos, estrategias y demás asuntos.

      – Perfecto —dijo Wageman sonriendo y mostrando una blanca y cuidada dentadura—. Bueno, oye, necesito pedirte un favor. Me han dicho que eres el encargado de visitar las tiendas de la zona de Calpe, Benissa y Moraira.

      – Sí, entre otras.

      – Vale, vale, vale. Mira, es que estoy buscando a una persona que conocí hace unos meses. Si no es molestia me gustaría que pasaras a ver si está en la dirección que me dio.

      – Ya. Entiendo. ¿Una mujer? ¿Un hombre?

      – ¡Je, je, je, je! —rio nerviosamente Wageman—. Una mujer desde luego.

      – Bien —dijo Jukka encogiéndose de hombros—. Dame los datos y la próxima semana tengo visita por esa zona. Si me das tu número te llamo con lo que averigüe.

      – ¡Ok, perfecto!

      Wageman le dio un papel en el que había garabateado un nombre y una dirección. Sin prestarle mucha atención lo guardó en el bolsillo de la camisa y volvió con el resto de los compañeros al curso. Las horas pasaron plomizas. Objetivos, argumentos, materiales nuevos, recordatorio de protocolos para presentar facturas, incidencias, espíritu de equipo. Cuando acabaron a media tarde Jukka volvió a su piso. Preparó el material para el día siguiente, organizó mentalmente su ruta. Cenó. Fideos de sabor incierto. Cerveza en la terraza mirando sin prestar atención alguna al horizonte. Nueva sesión de sueño agitado ante la expectativa de un nuevo día.

      5

      Le gustaba despertarse temprano y hacer el recorrido pronto. Prefería viajar por la carretera de la costa en lugar de hacerlo por la autopista. La empresa abonaba los desplazamientos por ésta, pero él prefería el viejo camino. Podía deleitarse con el mar, así como con el espectáculo del sol cuando comenzaba a surcar el horizonte para alumbrar un nuevo día. Desde luego había partes del itinerario que eran lentos debido a las curvas y las cuestas, pero así y todo los disfrutaba.

      Salió pronto esa mañana, aun era de noche. Condujo por la carretera —una saturada N332— hasta llegar a Benissa, lugar donde empezaba la ruta del día. Allí esperó en una cafetería en la calle Doctor Vicente Buigues, justo enfrente estaba el Super Plus. Desayunó un café con leche y un cruasán. Desde donde estaba sentado observaba el rítmico movimiento de los empleados que estaban dentro del supermercado a través de un gran ventanal. La puerta principal estaba cerrada y ya se empezaban a reunir personas con bolsas y carritos de la compra esperando que a las nueve en punto se levantara la reja metálica. Casi todos eran ancianos. Jukka se deleitaba viendo como cada dos semanas a la misma hora veía las mismas caras, en las mismas actitudes. Una vez dentro los encontraba siempre en los mismos pasillos comprando los mismos productos y llenando los carros con monótona eficacia. Los años de rutina habían producido esta curiosa coreografía. A las nueve en punto la verja se empezó a levantar y los clientes que esperaban fuera iniciaron el ritual de la compra. Jukka pagó su desayuno, salió y se dirigió al supermercado. Una vez dentro saludó a una de las cajeras y preguntó por Vanesa, la encargada. La avisaron por megafonía. Se acercó una chica joven de rostro redondo, con el pelo recogido en una coleta, ojos vivos y amplia sonrisa. Caminaba deprisa y parecía alegrarse de ver a Jukka.

      – ¡Hola Jukka! ¿Qué me traes esta semana?

      – ¿Qué tal Vanesa? Pues mira, la promoción del mes es para la nueva línea de champú Flaw.

      – ¿El anticaspa o el nuevo?

      – El nuevo, Flaw Total.

      – Vale. ¡Joder, mira que es bueno!

      – ¿Ya lo has probado?

      – Sí claro. ¿No lo notas?

      – Pues no, con esa coleta que llevas…

      Vanesa comenzó a reírse y Jukka sonrió. Le encantaban estas conversaciones triviales. Sin mayores razonamientos. Sin segundas lecturas ni cargadas de contenidos. Tampoco tenía que soportar envidias de colegas, ni egos exagerados de recién llegados a una profesión que le quedaba grande, ni intrigas por ocupar un puesto de gestión. En este trabajo cada uno tenía asignada un área y debía cumplir con sus objetivos e incluso superarlos —lo que suponía un incentivo económico— sin pisar a nadie. La competencia, en todo caso, era con otras empresas, otros comerciales y promotores a los que no conocía.

      – Si

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