Horizonte Vacio. Daniel C. NARVÁEZ

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Horizonte Vacio - Daniel C. NARVÁEZ

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calificada con una matrícula de honor abrazó y dio varios besos a Jukka. “Ya podía haber grabado este chaval la misma situación quince días después cuando, tras la ceremonia de graduación, quien me daba abrazos y las gracias era el padre de Giovanna, agradecido por haber tutelado a su hija y haberla ayudado a evaluar con éxito”.

      – Lorena… Sabes que lo que estás diciendo es una tontería. Sabes bien lo que pasó porque Alberto lo grabó todo y es más que evidente que una cosa es la alegría y otra muy distinta la pasión desenfrenada.

      – Disculpa —dijo Lorena—. No tiene sentido salir con estas cosas ahora. Ha sido una bobada, una chiquillería.

      No pensaba lo mismo Jukka, quien se argumentó a sí mismo que era lo normal. Seguro que Lorena sabía en su interior que estaba viviendo los últimos momentos de su vida y quería respuestas, quería sobre todo saber el por qué de tantas cosas que había vivido y la razón de las que no iba a vivir.

      – ¿Y tienes alguna alumna especial ahora?

      – ¡No! —contestó Jukka enfadado—, ¿Pero ¿qué piensas? Mira. Lo tuyo fue algo especial. No le des más vueltas. No sabes lo mucho que has significado para mí.

      – Significado —dijo con tono melancólico—. En pasado.

      – Y en presente. Tenlo por seguro. De verdad.

      – Comprende que me sintiera confusa… Me había hecho ilusiones y desapareciste.

      – No me siento orgulloso de ello ya te lo he dicho. ¿Sabes por qué me fui? Estaba harto. Lábaro no paraba de insistir en despedir profesores, en tomar medidas punitivas contra quien reivindicara algo por insignificante que fuera. ¿Te acuerdas el día que todos los alumnos pedisteis acceso a más equipos ya que los tenían guardados en un armario sin uso? Pues su respuesta fue que había que expulsar al delegado de los alumnos. ¿Sabes quién paralizó esta estupidez? —Jukka tomó aire. Lorena lo observaba en silencio—. ¿Te acuerdas de un compañero de cuarto curso, Javi, al que llamabais Obiwan? —ella asintió en silencio— ¿Recuerdas que en 2007 se fue de Erasmus a la Universidad de Leeds? Pues le pilló las inundaciones de ese año. Me puso un mensaje diciendo que había perdido todo, y que no tenía como volver. ¿Sabes cuál fue la reacción de Lábaro? “¡Que se joda! ¡Ese tío es un caradura!”, eso es lo que dijo. Me tocó contactar con la familia, y con la embajada española en Londres hasta que al final conseguimos traerlo de vuelta. ¿Sabes quién fue al aeropuerto a esperarlo junto a la familia para presumir de que la Academia cuida a sus alumnos?

      – Tú —dijo Lorena con voz apenas audible.

      – No, estimada, fue Lábaro. A sacarse una bonita foto —volvió a respirar profundamente y continuó—. ¿Te acuerdas de Julio, Manolo, Marían, Joan, Leyre? —Lorena miraba en silencio, recordaba que eran profesores que le habían dado clases—. Durante tres años, desde 2004, Lábaro me insistía en que había que despedirlos. No había motivos ¿sabes? Sólo porque a él le daba la gana. Esgrimía razones como el sobrepeso de alguno de ellos, o el físico de alguna profesora. ¿Sabes para qué? Para poder enchufar a algún amigo o devolver algún favor a sus amigos políticos. —instintivamente Jukka cogió una botella de agua que había en la mesita junto a la cama de Lorena y bebió—. ¿Te acuerdas de tus compañeros que fueron a Ucrania? Con ese absurdo convenio firmado con la Universidad de Sebastopol —Lorena asintió de nuevo— ¿Sabes lo que es recibir una llamada a las cuatro de la madrugada desde Ucrania, hecha por Nekane, la profesora que los acompañó, acojonada porque habían hospedado al grupo en un albergue ubicado en un polígono industrial lleno de tíos borrachos? Se suponía que iban a un hotel de lujo, pero los metieron en un tugurio. ¿Sabes lo que es escuchar a una colega diciendo que tiene miedo a que la violen una pandilla de los tipos que pululan por ahí? Que te cuenten con voz angustiada que su habitación no tiene ni puerta no es precisamente algo que desees escuchar. ¿Lo sabes verdad?

      – Sí —contestó Lorena— mis compañeros nos contaban cosas y nos mandaron fotos. También que te avisaron.

      – Pues entonces ya sabes quién buscó un hotel para que pudieran irse y al menos estar tranquilos. ¿Sabes la bronca que me cayó al día siguiente, que vine sin apenas dormir, por haber tomado esa decisión? ¿Sabes que Lábaro obligó a todo el grupo a dejar el hotel para que se trasladaran a otro que le buscó una agencia de viajes de un amigo? ¿Sabes que luego presumió ante las altas jerarquías de la Generalitat de haber arreglado una situación tensa que se había presentado? —Jukka tenía los ojos enrojecidos mezcla de la rabia y de la indignación que le producía recordar todo esto—. Cuando regresaron todos, Lábaro llamó a Nekane al despacho y ¿sabes que ocurrió? Los gritos de la bronca se escuchaban hasta en la cafetería. La conclusión era que debería haberse dejado violar si hubiese llegado el caso. Luego me llamó a mí y me empezó a abroncar. No quieras saber. Pero me levanté y lo dejé con la palabra en la boca. Dos días antes había conseguido la plaza que ahora ocupo en Burgos.

      – Jukka, lo siento. Nunca me contastes…

      – Lorena —repuso más calmado Jukka— eras una alumna. Tú no tenías porqué saber todo esto. Era parte de mi trabajo. Me afectaba, me consumía, me hundió. Un buen día acabé en el medico. Deshecho. Desorientado.

      – Y… es cuando te dieron las pastillas para poder soportarlo.

      – Así es.

      Jukka volvió a sentarse junto a ella, en el borde de la cama. Sintió como la mano de Lorena rozaba la suya. Sintió paz. Tranquilidad. Sus dedos empezaron a entrelazarse y acabaron unidos. Ella lo miró fijamente.

      – Quiero sentirte Jukka —dijo Lorena en voz baja.

      – Lorena, mi estimada —repuso él acariciándole el cabello.

      – Me refiero a algo más… —añadió ella con voz apagada.

      Jukka se percató de ese detalle. La voz había sonado extraña. Casi como un quejido. También notó que estaba más pálida de lo que hasta ese momento se encontraba, resaltando el color de los moratones.

      – ¿Te encuentras bien? —dijo él preocupado y sacando el móvil del bolsillo— ¿Llamo a una enfermera? ¿Llamo a tu hermana, a tus padres?

      – No. Estoy bien. Estoy cansada.

      – Duerme si quieres.

      – Jukka… Es que… —Lorena titubeaba.

      – Dime.

      – No te lo tomes a mal… es que… Tengo novio.

      Jukka sonrió. Volvió a acariciar la melena de Lorena y le habló.

      – Pues lo normal. Alguien como tú, inteligente, guapa y simpática es normal que tenga a alguien a su lado ¿no?

      – Sí. Pero… no sé si… —Jukka no la dejó terminar. Suavemente le puso el índice sobre los labios. Sabía lo que iba a decir y creía que era producto del shock, de la medicación, de la vida que se escapaba. No quería que dijera algo de lo que pudiera arrepentirse o no tuviera tiempo de hacerlo.

      – Vale —dijo ella—, pero por favor quiero sentirte. Muy cerca, por favor.

      Jukka la miró. Reflexionó un momento “Y si… La responsabilidad del pasado hay que asumirla. Puede que sea una estupidez, pero si le hice daño en el pasado no hay que quedarse únicamente en

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