Horizonte Vacio. Daniel C. NARVÁEZ

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Horizonte Vacio - Daniel C. NARVÁEZ

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aunque luego no lo hicieran. Entraron en el despacho de Jukka, un pequeño espacio con paredes de cristal y láminas de madera en los laterales, una ventana enorme con una impresionante vista hacia el Mediterráneo que permitía la entrada de una luz desproporcionada. Continuaron la conversación sobre el preocupante tema de las nóminas para luego pasar a otros menos intensos como las prácticas de los alumnos. Terminados los temas del día, Victoria salió y Jukka iba a hacer lo mismo, pero al salir se topó de lleno con Lorena que se encontraba esperando fuera. Casi la arrolla.

      – Hola —dijo ella—, he venido por lo del trabajo. El de tu asignatura.

      – ¡Ah, eh… bien! Pasa al despacho.

      – Si te pillo en mal momento…

      – No, no, no… que va.

      Luego él le explicó lo que tenía que hacer, que sí, que podía entregar una fotografía pero que fuera original a la hora de hacerla y que la acompañara de una explicación. Le recordó la obligatoriedad de entregar un trabajo sobre el libro Lo espiritual en el arte de Kandinsky y poco más.

      Se sucedieron los días de clase, pasaron las semanas y sin darse apenas cuenta llegó el final del cuatrimestre con la evaluación. Los trabajos se acumulaban en su despacho, alguno de ellos realmente originales. Entre ellos estaba el de Lorena, cuidadosamente envuelto en papel. Lo abrió y se encontró con un retrato. Pensó que era de ella, pero luego se dio cuenta de que era de su hermana. Medio sorprendido Jukka se empezó a reír mientras pensaba: «¡Tiene bemoles la chiquilla! Entregarme como trabajo una foto de la hermana. ¡Anda que sí!” Pero poco a poco empezó a ver que en realidad el retrato era un maravilloso collage hecho a base de otros fragmentos de retrato. Le dio la vuelta y encontró una nota detrás explicando el porqué de ese trabajo.

      – ¡Vaya cara más guapa! —escuchó Jukka que decían desde la puerta. No se había dado cuenta de que había entrado Concepción, otra de las profesoras encargada de la secretaría académica.

      – Ya ves. Pido un trabajo creativo y una alumna me ha dado esto. Una foto de su hermana —respondió Jukka, aunque luego comenzó a matizar—. Pero bueno, la técnica es lo que importa.

      Días después Jukka se encontró corrigiendo el trabajo de Kandinsky que había redactado Lorena. No salía de su asombro. Aparte del hecho de que empezaba asegurando que tenía una lámina de Kandinsky en su dormitorio —lo cual estaba fuera de lugar para un trabajo de asignatura—, la redacción era impecable. La parcelación de los contenidos estaba realizada con un esmero y una claridad que demostraban gran inteligencia. Jukka se resistió, por un momento pensó que se encontraba delante del típico trabajo fusilado de internet, pero tras hacer una comprobación escribiendo párrafos en Google, tuvo que claudicar con sus reservas y calificar el trabajo. Con el bolígrafo verde escribió en la parte superior derecha un 9,5. Pero no levantó el boli. Se quedó mirando y se dijo: «¡Qué narices! Lo que es justo es justo” y tachó esa calificación para poner un 10.

      Se quedó pensativo. Se giró en su sillón y se puso a mirar por la ventana, viendo las nubes que se cernían sobre la costa y como el levante, enfurecido, agitaba las palmeras y las banderas que estaban en la entrada del edificio. La Senyera parecía pelearse con la bandera de la Unión Europea mientras que la de España, enredada por un giro inesperado de la tela, parecía ir en otra dirección. El estado ensimismado se rompió cuando del despacho de al lado se escuchó la voz, con acento andaluz, de Javier, el profesor de fotografía, que lanzó el típico alarido que solía emitir una vez a la semana: “¡San Viernes! ¡Fin de semana! ¿Quién se baja a por unas cañas?”. Jukka sonrió. Fin de semana. A desconectar.

      Pero la sorpresa para Jukka no había terminado. Si había quedado impresionado por ese trabajo no menos quedó cuando la semana siguiente entregó otro de redacción y estructura perfecta. Un comentario sobre los espacios arquitectónicos en la película 2001 de Kubrick. Jukka, volvió a hacer una cata en internet y no encontró ningún rastro de plagio. Estaba tan escarmentado de la típica picaresca estudiantil que siempre tomaba esa precaución. Pero estaba encontrando una especie de diamante en bruto. Es más, pensó en una especie de némesis. Con mucho camino por recorrer, pero con el tiempo y los conocimientos adecuados, podría aprovechar ese talento que parecía innato. Pocos días después citó a Lorena a tutoría. La felicitó tanto por la foto como por los trabajos redactados. Le hizo la propuesta de ampliar el último trabajo que había realizado para poderlo convertir en un artículo. Para sorpresa de Jukka ella aceptó encantada.

      A partir de ese momento, Jukka sintió que en las clases no podía parar de fijarse en ella, y ella tomaba notas sin apartar la mirada de él. Se sorprendía a ratos pensando en que estaba vampirizando sus conocimientos. A diferencia de otros profesores que confiaban en el dictado de apuntes obsoletos, o en la lectura en el aula del contenido de saturadas diapositivas de powerpoint, Jukka quería que sus alumnos buscaran y razonaran. Que discutieran. No entendía la docencia como una serie de conferencias —o una única conferencia de cuatro meses de duración en el peor de los casos— donde el profesor se lucía y presumía de sus conocimientos. Para eso estaban otros foros. Cada día al entrar en el aula se recordaba la máxima de Goethe: “Comprender significa ser capaz de hacer”. Sentía la mayor de las satisfacciones cuando los apuntes se transformaban en la realidad de una práctica bien hecha.

      Pero en otros momentos no sabía cómo interpretar ese cruce de miradas. ¿Atracción? Jukka trataba de mantenerse al margen de ese tipo de situaciones por las que ya había visto pasar a algunos colegas de otros centros de trabajo. A veces sentía que se ahogaba y se decía hasta la saciedad: «¡Joder! Típicas bobadas de profesor alumna, a ver si me centro”. Pero cada vez costaba más. Había días que no podía. En cierta ocasión llegó al despacho presa del nerviosismo. Victoria le preguntó si le pasaba algo y él tan sólo pudo contestar algo muy vago: “Luchando con mis demonios. Todos tenemos demonios, ¿no?”. Ella inquirió, en realidad quería ayudarlo, bien sabía las presiones a las que lo sometía Lábaro, pero Jukka no quiso ahondar en el tema.

      Además, para complicar aún más sus temores, de manera cada vez más frecuente Lorena iba a tutoría. Las conversaciones que al principio eran sobre cuestiones de las clases, las prácticas y las dudas ante la redacción del artículo que estaba preparando fueron derivando a otros temas más cotidianos y, era de esperar, a otros de índole personal. Así es como supo que había comenzado a estudiar arquitectura en Barcelona, obligada por la tradición familiar, ya que, si bien su padre no había estudiado dicha carrera, el resto de la familia provenía de una casta de arquitectos. Supo de cómo se aburría en las clases y como poco a poco fue perdiendo el interés por la carrera para abandonarla dos años después de haberla empezado. De cómo el desinterés se tradujo en distracción y en un noviazgo falto de afecto. De un regreso, obligado, al hogar familiar y una especie de ultimátum para que encarrilara su vida. La decisión de estudiar Comunicación Audiovisual fue un acierto ya que siempre había demostrado un talento especial para la fotografía.

      Poco a poco, Jukka abandonó las tutorías de despacho por tutorías de cafetería, algo que había aprendido de su director de tesis unos años antes y que había resultado muy útil. Pero en realidad, aunque tratara de convencer al resto de colegas y al omnipresente director del centro de que eran tutorías, lo cierto es que no eran más que largas charlas a última hora de la tarde en las que iban y venían ideas, anhelos, planes de futuro, etc. Todo con la tutela y complicidad de Omar, el encargado de la cafetería, que les solía reservar una mesa que se encontraba discretamente escondida tras un panel de anuncios. En otras ocasiones se encontraban en la entrada del edificio, y mirando al mar, sintiendo la húmeda brisa del levante cargada de salitre, conversaban aprovechando los minutos hasta el final. En alguna ocasión caminaron siguiendo el perímetro del edificio y Jukka sonreía en su interior al imaginarse a Lábaro pidiendo que le hicieran una copia de las grabaciones de seguridad, pues el edificio estaba plagado de cámaras

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