Horizonte Vacio. Daniel C. NARVÁEZ

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Horizonte Vacio - Daniel C. NARVÁEZ

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Disculpa, pero no recuerdo bien.

      – La Cacería Salvaje —murmuró Jukka.

      – Sí, puede que fuera eso —dijo ella—. A mi hermana esa historia le impactó mucho. Sobre todo, la manera como lo explicaste. Me dijo que empezaste poniendo una canción, repartiste folios con la letra y los animaste a cantarla.

      Jukka comenzó a recordar con nitidez ese momento. También recordó como las miradas de Lorena y la suya se encontraron en determinada estrofa de la canción. Jukka podía, incluso en este momento, recordar la melodía.

      Their faces gaunt, their eyes were blurred, their shirts all soaked with sweat

      They’re ridin’ hard to catch that herd but they ‘aint caught ‘em yet

      ‘Cause they’ve got to ride forever in the range up in the sky

      On horses snorting fire as they ride hard, hear them cry

      – Estaba enamorada de ti y pensó que tú también —añadió Sandra.

      – Lo estaba —reconoció Jukka—, pero ya sabes que no siempre se obtiene lo que uno quiere. Las más de las veces porque no se sabe cómo obtenerlo por fácil que sea. Ahora no creo que todo eso tenga mucha importancia.

      – Para mí sí —dijo Sandra secamente—. Jukka, tengo que decirte algo. No me encaja lo del atropello.

      Sandra iba a comentarle con más detalle lo que había comenzado a decir cuando llegó el padre de ésta acompañado de Leopoldo, el cual se plantó delante de Jukka con gesto amenazador.

      – Señor Lehto —comenzó a decir Melero—, accedí a la petición de Lorena porque no sabía muy bien sus motivos. Sospechaba algo, pues no es normal que una chica como ella tuviera tanto interés en su profesor —dijo la palabra profesor con desprecio—. Accedí a que hablara con ella porque parecía que eso iba a darle algo más de tiempo y pensé, la esperanza es un sentimiento muy fuerte, que iba a recuperarse. Pero mis temores se hicieron realidad. Usted no es más que un depravado. No sé cómo me contengo y no lo llevo ante las autoridades, quizás porque Sandra me dice que estoy equivocado. Tengo que creerla porque es mi hija. Pero desconfío. Si me da la más mínima oportunidad le aseguro que pagará por lo que ha hecho. Ya me ha costado una hija. Deje en paz a la que me queda. No se acerque. Ni se le ocurra llamarla ni tener cualquier tipo de contacto con ella. Desaparezca de nuestras vidas.

      Dicho esto, Melero pasó un brazo por los hombros de Sandra y comenzó a caminar con ella en dirección a donde se encontraba el resto de los familiares y amigos. Sandra se volvió buscando a Jukka con la mirada, luego bajó la vista al suelo y abrazándose a su padre continuó el camino.

      – ¡Sandra! —gritó haciendo que ella se volviera—. ¡Busca! ¡Encuentra lo que buscas! ¡Se justa!

      Leopoldo, que estaba delante de Jukka, lo miró con desafío. “Y este ¿qué rayos quiere de mí? ¡Absurdo!”, pensó Jukka. Apartó a Leopoldo con un leve movimiento de la mano y se dirigió a su coche. Se metió dentro y arrancó. Aceleró y salió en dirección a la autovía. Llegó a una bifurcación y detuvo el coche. Miró. Hacia la izquierda estaba señalizado Madrid, y más allá seguía el camino hasta Burgos. Hacia la derecha indicaba Alicante. Estaba dudando. Quería volver a su rutina, pero dudaba. No pudo pensar más, sonó el claxon de un vehículo que estaba detrás del suyo, miró por el retrovisor y haciendo una seña de disculpa puso el intermitente a la derecha.

      Jukka estacionó el coche en uno de los aparcamientos de la playa del Saladar. Justo donde aquel día había dado la clase a sus alumnos. Caminó por la arena y se dirigió hasta la orilla. Se quitó las botas, se sentó y comenzó a mirar al horizonte. Como esperaba, con la cadencia habitual, comenzaron a sobrevolar el mar y la playa con un ensordecedor estruendo aviones procedentes de lugares tan distantes como Londres, Oslo, Dusseldorf, Eindhoven o París.

      Sentía en su rostro la suave brisa de levante que soplaba llevando el olor del Mediterráneo hasta su nariz, aunque no podía oler bien. Le molestaba la fractura. Sintió no obstante el acre sabor del salitre que flotaba en el ambiente. Las pequeñas olas del mar chocaban en la arena al llegar a la orilla y alguna de ellas subía más que las demás. Estas eran las que mojaban los pies de Jukka, quien se estremecía al sentir el frescor del agua. Recordó el episodio con Lorena en esta playa y todo el caos que había generado. Sacó la cartera de su bolsillo y rebuscó algo. Una foto que mostraba alguna señal de deterioro, pero no demasiado ya que tenía unos dos años de antigüedad. En la foto se veía a Lorena caminando por la playa. Vestida con unos vaqueros desgastados, una cazadora de cuero tipo aviador y un shemagh enrollado en torno al cuello. Su melena revoloteaba en torno a ella agitada por el viento que hacía ese día. Con su mano intentaba ordenar el pelo. Se apreciaba una mirada melancólica en dirección contraria a la persona que había tomado la foto, que desde luego no había sido Jukka, sino una compañera de Lorena. La dirección de la mirada sí que se dirigía hacia donde ese día se encontraba él. Estuvo observando la foto durante un rato. En silencio, sin pensar en nada.

      Sonó el móvil. Era, de nuevo, Arantxa.

      – Hola Arantxa —contestó.

      – Hola Jukka. Arturo me ha dicho que has perdido a alguien… ¡Hostia tío! Lo siento. ¿Cómo estás?

      – Pues… confuso. Sí. Esa es la palabra.

      Jukka no prestó atención a lo que comenzó a decirle Arantxa acerca de la amistad, de contarle sus problemas, que podía contar con ella, que la avisara en cuanto llegara a Burgos, que lo invitaba a comer. Palabras y frases que no escuchaba. Jukka se puso en pie. Sin cortar la llamada, cogió el móvil, lo miró, echó el brazo hacia atrás buscando conseguir impulso y lo lanzó con toda la fuerza que pudo hacia el mar. El móvil desapareció unos cuantos metros más adelante, y como para sentenciar su desaparición una ola pasó por encima del lugar donde acababa de hundirse.

      Jukka se dirigió al coche. Su calzó las botas, arrancó, puso la radio e inició su camino.

      4

      Septiembre era un mes que siempre le había gustado a Jukka. Sobre todo, en la playa. Los turistas se habían ido, los niños comenzaban la rutina del colegio, las noches eran más frescas y las tormentas de la última etapa del verano solían desplegar una variedad cromática y sonora que le fascinaba. El cielo era capaz de albergar al mismo tiempo gamas de grises y morados que pugnaban por desgajar el omnipresente azul celeste. Cuando había tormenta la visión de los rayos y el estruendo de los truenos le causaban una placentera sensación de finitud.

      Como era habitual, llegó a su piso a media tarde. Dejó la mochila del trabajo en el salón y encendió el portátil que tenía sobre la mesa. El contenido de su portátil era espartano. Navegador, un procesador de textos, hoja de cálculo y un rudimentario procesador de imágenes para ver las fotografías que debía adjuntar en cada informe trimestral. Lo mismo ocurría con su perfil de navegación en internet. Cuenta de correo, en donde se almacenaban los correos que recibía de la empresa con información y noticias de última hora de parte de la supervisora y spam que prometía sueldos millonarios, fármacos capaces de transformar la potencia sexual hasta límites épicos, premios ganados sin haber participado en concurso alguno y mil argucias publicitarias. También tenía almacenado en favoritos una web de música que solía emplear para pasar las horas y su acceso al foro El Gran Capitán, único lujo que se permitía, ya que había decidido olvidar todo lo referido con el cine. La historia militar le pareció una buena opción y encontró ese foro nada más teclear en el buscador de Google “historia militar”. Se

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