El Fantasma De Margaret Houg. Elton Varfi

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El Fantasma De Margaret Houg - Elton Varfi

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lo ruego, Ernest, escúchale bien y luego decidirás si aceptas o no.

      —No te preocupes, no te haré quedar mal. Escucharé atentamente a tu amigo Houg y luego veremos qué pasa.

      Había algo de ironía en las palabras de Ernest y Roni comprendió que era mejor no decir nada más, al menos hasta llegar a casa de Houg.

      Ernest había intentado imaginar cómo podría ser la casa de un millonario, pero en cuanto vio la mansión se quedó maravillado. Esa casa parecía un castillo, rodeado por un prado perfectamente cuidado. Ernest se dio cuenta de que Roni no estaba sorprendido, por lo que dedujo que había estado allí varias veces. Atravesaron la verja, que estaba abierta, y continuaron hasta la casa. Desde la entrada hasta la casa había una distancia de unos quinientos metros, y los dos amigos caminaron por un camino estrecho que era lo único asfaltado en medio de todo ese verdor. Cuando llegaron a la puerta Roni llamó al timbre y alguien abrió. Apareció una mujer que, a juzgar por cómo estaba vestida, debía ser la sirvienta.

      En cuanto vio a Roni, la mujer exclamó:

      —Buenos días, señor Ewin, entren por favor, voy a avisar inmediatamente al señor Houg.

      —Veo que se te conoce aquí —dijo Ernest a su amigo en cuanto entraron.

      —Sí, últimamente he venido a menudo —respondió Roni.

      Entraron, y Ernest seguía impresionándose más y más por la belleza de aquella casa. Su atención se centró en un enorme cuadro colgado en una de las paredes que representaba a una mujer bellísima con pelo negro y largo; llevaba un vestido blanco y tenía una rosa roja en las manos, pero lo que más le sorprendía era su mirada, tan intensa y penetrante que no podía dejar de mirar la obra.

      —Es el retrato de mi difunta esposa —dijo una voz a su espalda.

      Ernest se giró y vio a un hombre alto, con pelo y barba blancos, vestido con mucha elegancia.

      —Permítame que me presente: James Houg. Usted debe ser el señor Devon, si no me equivoco.

      —Por favor, llámeme Ernest —respondió el investigador.

      —Muy bien. Entonces, Ernest, es un placer conocerlo —dijo Houg, y le dio la mano.

      Para Ernest era una situación embarazosa y solo consiguió balbucear algo así como «placer mío». Houg se giró hacia Roni y le dijo:

      —Aquí está mi querido y buen amigo Roni. Veo que está en forma.

      —Sí, afortunadamente estoy bastante bien, gracias. Como puede ver, he mantenido mi promesa y he traído a Ernest. Estoy seguro de que será de enorme ayuda para usted.

      —Yo también lo espero, sinceramente —dijo Houg—. ¿Les puedo ofrecer algo de beber?

      —Para mí nada, gracias —respondió Ernest, que todavía estaba de pie apreciando esa casa tan extraordinaria.

      Houg cogió una botella y llenó dos vasos, uno para Roni y otro para él. Solo después se dio cuenta de que Ernest todavía estaba de pie, y lo invitó a sentarse.

      —Por favor, siéntese. Necesito hablar con usted.

      —Para eso he venido —dijo Ernest, que sentía mucha curiosidad por saber de qué se trataba.

      —Bueno... es una situación un poco extraña, la verdad, pero, más que nada, es peligrosa para mi hijo —comenzó Houg, y, después de beber un sorbo del vaso que tenía en las manos, continuó—: Hace casi un mes, exactamente la noche del trece de octubre pasado, mi hijo fue ingresado de urgencia en el hospital, en un estado catatónico. No dijo ni una palabra durante varias semanas. Hasta hace algunos días. La primera persona con la que habló después de lo sucedido fui yo, y cuando supe el motivo por el que mi hijo había quedado en ese estado me quedé estupefacto. En fin... parece ser que hay un fantasma.

      —¡¿Un fantasma?! —exclamó Ernest, que no podía creer lo que oía.

      —Veo que nuestro amigo no le ha dicho nada al respecto —infirió Houg, dirigiéndose a Ernest, que seguía estando incrédulo por lo que acababa de oír.

      —No, efectivamente Roni no me ha dicho absolutamente nada —replicó Ernest, confirmado la suposición de Houg.

      —Si no he dicho nada es para evitar que empiecen a circular rumores otra vez, visto lo que sucedió hace un año —dijo Roni, mirando a Houg a los ojos.

      —Sí, pero no veo el motivo por el que Ernest, que es tu mejor amigo y, además, el hombre que puede ayudarnos, no deba saberlo —rebatió Houg con un tono de reproche.

      —Para ser sinceros, no veo cómo podría ayudarle —intervino Ernest, que no conseguía entender qué pintaba en esa historia.

      Houg permaneció por un rato en silencio; después, dirigiéndose a Ernest, dijo:

      —Usted me puede ayudar porque soy una persona muy racional y no creo en fantasmas, así que, o la imaginación le ha gastado una broma pesada a mi hijo, y le ha hecho creer que ha visto el fantasma de su madre, o hay algo que desconocemos. En todo caso, pienso que hay una explicación lógica para todo esto, y me gustaría que usted descubriese cuál es.

      —Entonces, ¿su hijo dice haber visto el fantasma de su madre? —preguntó Ernest, impresionado por esa frase dicha sin tomar aliento.

      —Sí, así es. Le ruego me excuse por no haberlo dicho antes, casi lo había olvidado —replicó Houg.

      —Y, sin embargo, no debería poder olvidar tan fácilmente que se trata del fantasma de su mujer —remarcó el investigador con tono provocador, e instintivamente sus ojos volvieron al cuadro que representaba la mujer de Houg.

      Hubo un momento de silencio, y el banquero bajó los ojos, aunque era Ernest, que parecía muy seguro de sí mismo, quien sentía en el fondo un gran malestar frente a aquel hombre tan imponente que incluso cuando hablaba de fantasmas parecía que hablase de la cosa más natural del mundo.

      —Tiene razón, pero es que esta historia me incomoda y no veo la hora en que usted acepte mi propuesta y resuelva el misterio —dijo Houg, como para justificar su incomodidad y su comportamiento extraño.

      —En primer lugar, no he recibido todavía ninguna oferta y, en segundo lugar, no creo poder resolver todo como si tuviera una varita mágica —respondió Ernest.

      —Si aceptara mi propuesta, usted mismo pondría el precio; eso no es ningún problema para mí. Espero sinceramente que usted acepte, porque tanto su amigo como yo confiamos plenamente en usted —concluyó Houg.

      Ernest estaba a punto de responder cuando entró una muchacha en el salón. A juzgar por su uniforme debía ser una camarera. Era una muchacha muy guapa, con el pelo rubio y corto. En cuanto vio a los dos hombres que estaban hablando con Houg dio un paso hacia atrás, casi asustada.

      —Dime, Rebecca, ¿qué sucede? —preguntó Houg.

      —Oh... perdónenme. Pensaba que estaría usted solo. Dejo de molestarles inmediatamente —dijo la muchacha, y salió de la estancia rápidamente.

      —Es la niñera; fue ella quien encontró a mi hijo en el estado del que le hablé antes

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