El Fantasma De Margaret Houg. Elton Varfi
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Читать онлайн книгу El Fantasma De Margaret Houg - Elton Varfi страница 7
—Yo no necesito nada —dijo Ernest.
—Yo, sin embargo, bebería una copa de brandy —dijo Roni.
—Estoy de acuerdo contigo, una copa de brandy es justo lo que necesito —dijo Houg, y se dirigió hacia un minibar para coger la botella y dos copas.
Mientras tanto, Ernest se había acercado a la ventana y miraba fuera buscando la capilla. Fuera estaba completamente oscuro, mientras que la sala en la que se encontraban estaba iluminada, y Ernest no consiguió ver nada. Después de un rato entró en el estudio una muchacha muy guapa acompañada por la sirvienta.
—Ella es mi hija Bárbara —dijo Houg, dirigiéndose a Ernest—, y él es el señor Ernest Devon y está aquí para ayudarnos —dijo de nuevo Houg, dirigiéndose esta vez a su hija.
—¿Es usted un caza fantasmas, señor? —preguntó irónicamente la hija de Houg.
—No, señorita —respondió Ernest.
—Entonces, ¿es un médium, un exorcista, algo de ese tipo?
—Tampoco —respondió Ernest con mucha tranquilidad.
—Entonces no sé cómo va a poder ayudarnos —dijo Bárbara, pero Houg intervino:
—Por favor, Bárbara, no es correcto hablar así a nuestro invitado; es un investigador privado, y muy bueno. Quiere hacerte algunas preguntas para comprender mejor lo que ha pasado, y yo te agradecería que respondieras.
Bárbara no dijo ni una palabra, después vio a Roni y se acercó para saludarlo; entonces se giró hacia Ernest y dijo:
—Bueno, señor Devon, puede comenzar el interrogatorio, estoy lista.
—Lo primero de todo, no es un interrogatorio, señorita. Como ha dicho antes su padre, solo quiero hacerle unas preguntas para entender lo que ha visto.
—Bien. He visto el fantasma de mi madre y le aseguro que no estoy loca.
—¿Dónde estaba cuando lo ha visto?
—Estaba en la habitación de mi hermano. Rebecca había salido y él no podía dormir; me he asomado un momento a la ventana y he visto algo moviéndose en la capilla. He apagado la luz para ver mejor y...
Bárbara se paró y miró a su padre, que la animó a seguir.
—Y después he visto el fantasma de mi madre —continuó—. Justo después he vuelto a encender la luz y he llamado a Mary Ann, que ha venido rápidamente. Le he contado todo y ella ha mirado por la ventana pero no ha visto nada.
—Pero, ¿usted está segura de que era un fantasma? —preguntó Ernest.
—Bueno…, sí..., sí, estoy segura…, o eso creo.
—¿Qué le hace pensar que se trataba de un fantasma y no de una persona de carne y hueso?
—Una persona de carne y hueso tendría que estar loca para hacer lo que he visto, y además he mirado con atención, y la cara era exactamente la de mi madre y, dado que hace más de un año que murió, solo puede ser un fantasma. No veo ninguna otra explicación. Pero, en realidad, me queda una duda...
—¿Qué duda? —preguntó Ernest.
—Si he visto a mi madre, o a su fantasma, ¿por qué tengo tanto miedo? En el fondo lo que he visto ha sido mi madre; pero en ese momento por poco me desmayo.
—Ahora, por favor, intente recordar la escena entera.
—He apagado la luz, y después me he asomado a la ventana. Al principio no he notado nada extraño, pero después he visto una mujer y diría que se trataba de mi madre. Llevaba un vestido blanco y largo que llegaba hasta el suelo y tenía una rosa roja entre las manos. A lo mejor ha sentido mi mirada, porque me ha mirado y me ha sonreído, casi como si quisiera gastarme una broma. Después ha empezado una especie de danza. Movía lentamente los brazos y la cabeza; eran movimientos muy extraños y, durante todo el tiempo, no ha quitado la mirada de la ventana. No he tenido valor para mirar más y he llamado a Mary Ann.
—Pero Mary Ann no ha visto nada, ¿verdad? —preguntó Ernest.
—Exacto, ella no ha visto nada —respondió Bárbara.
—Esta silueta, ¿estaba dentro o fuera de la capilla?
—La he visto por las escaleras, y después no sé, no me acuerdo bien.
—¿Su hermano ha visto algo?
—No..., no creo. Ha tenido miedo porque me ha visto asustada.
—¿Dónde está ahora?
—Está durmiendo. Por suerte Rebecca ha vuelto rápido y mi hermano, con ella, se ha dormido enseguida.
—He acabado, por el momento, señorita. Espero que esté disponible si tuviera que hacerle más preguntas.
—Por supuesto... —dijo Bárbara, que se volvió hacia su padre para pedir permiso para irse. Cuando lo obtuvo se despidió de Roni y de Ernest y salió de la sala.
—¿Qué piensa? —preguntó Houg a Ernest en cuando salió su hija.
—Todavía no sé qué pensar. Desde luego no se trata de un asunto sencillo —respondió el investigador.
—Esto ya lo sé, si no, no le habría pedido ayuda... —dijo Houg, que antes de seguir se puso de pie, para luego añadir—: Al menos ahora sabemos que mi hijo no ha inventado todo.
—¿Por qué pensaba que su hijo hubiera podido inventar todo? —preguntó Ernest, sorprendido.
—Porque es pequeño y ya sabe cómo son los niños: a menudo vuelan con la imaginación. Basta un simple reflejo de luz y ven dragones, monstruos o fantasmas —respondió Houg.
—En cualquier caso, necesito hablar también con su hijo. Y mientras tanto, si está usted de acuerdo, me gustaría ver la capilla —dijo Ernest.
—Voy con usted —dijo Houg, y accionó de nuevo el interruptor que se encontraba sobre el escritorio.
No pasó mucho tiempo antes de que la sirvienta entrara en el estudio.
—¿Ha llamado, señor Houg? —preguntó.
—Sí, Mary Ann, necesitamos una linterna —dijo él.
La sirvienta salió y los demás la siguieron.
Cuando llegaron al piso de abajo, Mary Ann llevó la linterna.
Salieron al jardín. Houg iba el primero, Roni y Ernest lo seguían. Una vez fuera, Houg señaló la capilla con la linterna. Ernest se fijó inmediatamente en las escaleras e intentó imaginarse el punto exacto en el cual podría haber aparecido el fantasma. Cuando llegó delante de la capilla se volvió hacia la casa y preguntó a Houg:
—¿Dónde está