El Fantasma De Margaret Houg. Elton Varfi
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Читать онлайн книгу El Fantasma De Margaret Houg - Elton Varfi страница 6
Luisa no sabía qué decir. Miró a Ernest y, por la expresión de su cara, comprendió que estaba realmente molesto.
—Bueno, tendremos otras ocasiones para vernos, ¿no crees?
Ernest no respondió enseguida. La miró a los ojos, y habría querido creer que habría otras ocasiones, pero, conociendo a Luisa, sabía que sería muy difícil.
—Lo mejor ahora es abrir la botella de vino, así por lo menos habremos brindado —dijo él.
Luisa asintió y llevó dos copas.
—Este brindis es a nosotros dos, esperando volver a vernos lo más pronto posible, si Roni quiere —dijo Ernest, y acercó su copa a la de Luisa, que hizo lo mismo.
Apenas habían comenzado a beber cuando sonó el timbre.
—Aquí está —dijo él.
Luisa fue a abrir.
—Buenas noches —dijo Roni a Luisa—. Siento molestaros, pero se trata de una emergencia.
—Sí, Roni, sabemos lo mucho que lo sientes, pero ahora será mejor que nos vayamos —dijo Ernest, que se despidió de Luisa y salió. Roni hizo lo mismo.
Después de cerrar la puerta, Luisa permaneció inmóvil en el salón, pensando en lo que había pasado. Ernest la había dejado confundida. ¿A lo mejor lo amaba todavía? ¿Quizá solo era ternura? Un fuerte olor a quemado la hizo volver a la realidad.
—¡Algo huele a chamusquina en esta historia! —dijo.
Mientras se dirigían hacia el coche de Roni este miraba a Ernest, el cual, extrañamente, parecía tranquilo.
—Mejor si vamos con el mío —dijo Roni—. No te preocupes. Usaremos el tuyo otras veces.
Ernest obedeció, fue hacia el coche de Roni, y entró.
Roni no podía hablar; sabía lo importante que era aquella cena para su amigo, pero con gran sorpresa suya fue Ernest quién preguntó qué había pasado.
—Bueno, no sé mucho. El señor Houg me ha llamado informándome de que el suceso ha ocurrido de nuevo.
—¿El suceso? —preguntó Ernest.
—Sí, claramente se refería al fantasma. Por su voz me ha parecido que estaba muy preocupado, y me ha preguntado inmediatamente por ti —concluyó Roni, que miraba a Ernest por el rabillo del ojo, y seguía pareciendo estar tranquilo.
—¿A quién se ha aparecido, esta vez? —preguntó el investigador—. ¿Otra vez a su hijo?
—Probablemente sí. Lo sabremos dentro de poco.
—Tienes razón, Roni, dentro de poco sabremos más.
»Es raro. En este momento tendría que estar cenando con Luisa y no lo estoy. Debería estar furioso contigo pero no lo estoy. ¿Sabes explicarme por qué?
Roni lo miró a los ojos por un instante y se esforzó para encontrar una respuesta.
—Siento mucho lo de la cena, pero estoy contento de ver que no estás enfadado. No sé decirte el por qué. Nos conocemos desde hace muchos años, y siempre me he esforzado por comprenderte, pero creo que seguirás siendo un gran misterio para mí.
Ernest, después de escuchar a Roni, se puso a reír, y le dio una palmada en la espalda.
—Hablo en serio, eres realmente un misterio —continuó el anticuario.
—Pues yo he descubierto esta noche, por primera vez, que eres realmente temerario cuando conduces. Me gustaría llegar entero a casa de tu amigo, pero si sigues conduciendo así la probabilidad me parece verdaderamente baja —le hizo notar Ernest.
—No te preocupes, llegaremos sanos y salvos.
Mientras tanto, delante de los ojos de Ernest apareció la silueta de la casa de Houg, que se iba haciendo más grande según se iban acercando.
Roni no redujo la velocidad ni siquiera cuando, superada la verja de la villa, tomaron el camino interno. Aquella casa era bonita, pero de noche parecía triste, como si no viviera nadie allí; era inerte, y verla daba casi angustia.
Cuando llegaron a la entrada Roni frenó bruscamente. Salieron del coche. No habían tenido siquiera tiempo de llamar cuando la sirvienta abrió la puerta.
—El señor Houg les espera en su estudio —dijo ella, haciendo un gesto para que la siguieran.
Caminaron detrás de ella en silencio, subieron las escaleras y llegaron delante de la puerta del estudio, que estaba abierta.
—Se lo ruego, pónganse cómodos —dijo de nuevo la sirvienta, dando dos pasos hacia atrás.
Cuando entraba, Ernest observó bien su cara y comprendió que estaba asustada.
En cuanto Houg se dio cuenta de su presencia se levantó de golpe y fue a su encuentro.
—No sé cómo disculparme por haberles molestado a esta hora, pero no he podido evitarlo, ya que el fantasma ha aparecido de nuevo.
Ernest se acercó al sillón que estaba delante del escritorio de Houg y después, dirigiéndose al banquero, dijo:
—Esto ya lo sabía. A decir verdad, esperaba aprender algo nuevo.
—Esta vez es mi hija quien lo ha visto —murmuró Houg; después fue a sentarse frente a Ernest.
—¿Y dónde estaba cuando lo ha visto? —preguntó Ernest.
—En la habitación de su hermano. Le estaba haciendo compañía porque Rebecca, la niñera, había ido a la ciudad.
—¿Dónde ha aparecido el fantasma? —preguntó Ernest otra vez.
—En la capilla de la familia, detrás de la casa; se puede ver desde esa ventana —respondió Houg, señalando la ventana que estaba a su izquierda.
Ernest se limitó a volver la cabeza para mirar, y no hizo nada más.
—¿Puedo hablar con su hija? —preguntó Ernest.
—Por supuesto —dijo Houg, y apretó un botón gris que estaba sobre la mesa.
No pasaron ni siquiera treinta segundos cuando entró la sirvienta en la estancia.
—¿Sería tan amable de llamar a Bárbara, por favor? Dígale que el señor Devon tiene que hablar con ella —dijo Houg.
La sirvienta, después de asentir, salió.
Cayó el silencio en el estudio. Roni, que estaba sentado en el diván a la derecha del escritorio, había dejado de respirar. Su silencio se debía a que la historia lo estaba entusiasmando y no veía la hora de escuchar a la hija de Houg