El Escritor. Danilo Clementoni
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«QuerÃa decir» añadió Petri tranquilamente «que nuestras naves espaciales se han colocado simplemente como las tres estrellas del "cinturón" de vuestro Orion.»
«¿Y lo mismo valdrÃa para las pirámides de Egipto?» preguntó Jack asombrado.
«DirÃa que sÃ.»
«Entonces eran auténticas las suposiciones de nuestros cientÃficos» dijo casi en voz baja la doctora. A continuación se cogió el mentón con los dedos Ãndice y pulgar y añadió «Sin embargo, no he comprendido todavÃa el verdadero motivo de esta disposición.»
«Muy simple, querida» exclamó Petri. «EnergÃa.»
«Esto me lo debes explicar muy bien» replicó la doctora mientras enderezaba la espalda y cruzaba los brazos.
«Incluso nosotros, tampoco sabemos demasiado» se apresuró a aclarar Petri. «Parece ser que, un objeto fabricado con forma de pirámide es capaz de generar una especie de energÃa positiva benéfica para todos los seres vivientes que están cerca de ella. Obviamente, cuanto más grande es el objeto más energÃa genera. Si después, existe también una conexión con un cuerpo celeste o mejor, con una serie de ellos, todo se amplifica de manera exponencial.»
«¿De qué tipo de energÃa estamos hablando?» preguntó la arqueóloga.
«Como te decÃa, ni siquiera para nosotros está claro. Muchos de nuestros Expertos se han dedicado a su estudio pero todavÃa no tienen datos concluyentes.»
«Por fin, algo que no sabéis ni vosotros» exclamó Jack satisfecho. «Es casi un milagro.»
«Son muchas las cosas que no sabemos, amigo mÃo. A grosso modo, nosotros sólo estamos ligeramente un poco más evolucionados que vosotros. El universo está lleno de misterios. ¿No habrÃas pensado que los conocÃamos todos?»
«Te confieso que, por un momento, lo he creÃdo de verdad.»
«Hay conceptos que no podremos entender jamás. Debemos resignarnos.»
«Pero nosotros somos seres inteligentes, fantasiosos, curiosos. ¿Qué nos impedirÃa entenderlo?»
Fue en este momento cuando Azakis intervino en la discusión diciendo «Es sólo un problema de niveles de percepción.»
«No he entendido nada» exclamó Elisa perpleja.
«Cojamos, por ejemplo, una célula de tu hÃgado» continuó pacientemente Azakis. «ImagÃnatela intentando razonar sobre su situación, su trabajo, sobre las células cercanas a ella. Quién sabe cuántas veces habrá intentado comprender qué hay más allá de la realidad en la que vive. ¿Habrá otros grupos de células? ¿Serán como yo? Quizás habrá incluso supuesto la presencia de un Dios. Incluso habrÃa intentado entrar en contacto con él, siguiendo, sabe Dios, qué complejos rituales, rezando por su intercesión en la resolución de sus problemas cotidiamos. ¿Pero quién es su Dios? ¿Tu vesicula biliar? ¿Tu corazón? ¿Qué percepción podrá tener una célula de tu hÃgado sobre ti, su Dios? ¿Cómo podrÃa entrar en contacto contigo? Y si no te percibiese, ¿podrÃa alguna vez percibirme a mÃ? Y el mar, el cielo, el sol, la galaxia... Es lo que quiero decir con distintos niveles de percepción.»
«¡Caray!» exclamó Elisa como si acabase de salir de un extraño trance. «No se me habÃa ocurrido... Asà que nosotros no podremos jamás ponernos en contacto con entidades de un nivel superior ni imaginar qué es lo que puede existir más allá de la dimensión en que vivimos.»
«Esto no lo sabemos. Parece ser que alguien, gracias a la energÃa particular aprisionada en las pirámides de las que hablábamos antes, podrÃa haber sido capaz de saltar uno o más niveles. Por desgracia incluso nuestros conocimientos en esta materia tan particular son todavÃa muy limitados.»
«Fascinante» susurró la doctora completamente alucinada. «Asà que también vosotros estáis buscando vuestro Dios.»
«Efectivamente, es un tema que llevamos estudiando desde hace mucho tiempo.»
«Y, si ni vosotros habéis conseguido llegar al fondo del asunto, figuraos cuantas esperanzas tendremos nosotros.»
«A menudo las mejores intuiciones nacen de la casualidad» sentenció Azakis. «Nuestras razas son muy parecidas y estoy convencido que, tanto nosotros como vosotros, podremos tener la misma posibilidad de descubrir el funcionamiento de este misterioso mecanismo, a través del cual podrÃamos ponernos en contacto con las entidades superiores.»
Elisa cruzó las manos detrás de la espalda y comenzó a caminar en cÃrculos. Reflexionó durante unos segundos y a continuación añadió «Sin embargo, en realidad, si la célula de antes no hiciese bien su trabajo, yo tendrÃa problemas y me darÃa cuenta. En el fondo incluso ésta es una forma de contacto, ¿me equivoco?»
«Tienes razón. Todos nosotros estamos aquà con una finalidad concreta y deberemos buscar, simplemente, hacer de la mejor manera nuestro trabajo. Es justo por esto que en Nibiru, desde el momento mismo en que nacemos, nuestros Formadores concentran sus esfuerzos en descubrir nuestra principal peculiaridad. Cada uno de nosotros posee una, de la misma manera creo que ocurra entre vosotros los terrestres. El mayor problema es descubrirla y exaltarla al máximo. Los Formadores, además de proporcionarnos todos los conocimientos básicos, se ocupan justo de esto. Son ellos los que, después de haber analizado atentamente nuestras caracterÃsticas, nos envÃan al grupo que más se adapta a nuestras actitudes personales como son aquellos de los Artistas, los Artesanos, los Expertos, etc. Nosotros no debemos hacer otra cosa que dar siempre el máximo en la actividad en la que resaltamos y completar el recorrido que han pensado para nosotros.»
«Muy bien, muchachos» intervino el coronel. «¿Qué me decÃs de dejar a un lado todos estos discursos filosóficos y dedicarnos seriamente a resolver el problemita que tenemos ahora?»
«SÃ, claro» añadió Petri. «De hecho, mientras vosotros, "cerebritos", estabáis disertando sobre los misterios del universo, yo he conseguido descargar los datos de tu grabadora personal.»
«¿De qué estás hablando?» preguntó Azakis perplejo.
«En honor a la verdad ni siquiera yo me acordaba» continuó el Experto. «Sin embargo, antes de salir, me habÃa ocupado de activar un sistema de grabación personal que memorizarÃa todas las acciones de cada uno de los componentes de la tripulación.»
«SÃ, sÃ, ahora me acuerdo. ¿Estás hablando de ese aparatito que me pusiste aquà detrás, verdad?» replicó el comandante mientras, torciendo el busto, intentaba señalar un pequeño rectándulo negro fijado sobre su cinturón gris claro.
«Justo, amigo mÃo. Y no imaginas lo bien que ha funcionado. He conseguido descubrir dónde ha acabado tu sistema de control remoto.»
«¿Ah,