Atropos. Federico Betti

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Atropos - Federico Betti

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el empresario que había contratado a la señorita Mistroni, puede que entonces tuviera bastante material para comenzar a hacer alguna hipótesis.

      11

      Davide Pagliarini no conseguía apartar de la cabeza aquel accidente. Soñaba con él por la noche, como una pesadilla constante, y claro que no habría querido que ocurriese.

      Estúpido, se repetía, soy un estúpido, ¡he matado a un niño! Estaba esperando el juicio, esperando, con la ayuda de un buen abogado, de conseguir por lo menos reducir la pena. Mientras tanto vivía preso de sus remordimientos. A media mañana de aquel día sonó el timbre de casa.

      â€œÂ¿Quién es?” preguntó por el portero automático.

      â€œUna carta certificada. Tiene que firmar.”

      El cartero.

      Pagliarini descendió a la entrada del edificio, firmó, cogió el sobre y volvió a subir a su piso.

      El remitente era el Tribunal de Bolonia.

      Objeto: aviso de comparecencia.

      Abrió el sobre y descubrió que debería presentarse dentro de dos semanas exactas a las diez y que, si no lograba encontrar un abogado defensor, le sería suministrado uno de oficio.

      Dejó la carta sobre la mesita del salón, después marcó el número de su abogado defensor.

      â€œMantente en calma y verás como saldremos adelante.”

      El abogado sabía ya toda la historia, ya que se la había contado por teléfono el mismo Pagliarini al día siguiente de ocurrido el accidente.

      Me condenarán, había dicho, no puedo zafarme de ninguna manera.

      El abogado había intentado, también esta vez, tranquilizar a su cliente diciéndole que encontrarían algo que lo ayudaría por lo menos a conseguir una pena reducida, e incluso a pagar sólo una multa. Aunque se daba cuenta que no sería nada agradable de contar a los parientes de la víctima.

      Lo conseguiremos, le había repetido el abogado, verás como lo conseguiremos.

      Ahora lo descubrirían: ese día estaba a punto de llegar y Davide Pagliarini estaba muy preocupado, a pesar de las palabras de su abogado.

      Quedaron para verse al día siguiente y hablar del asunto en privado.

      Cuando Pagliarini y el abogado se vieron en la oficina de este último, la primera cosa que hicieron fue un resumen de lo ocurrido.

      â€œHabía salido de la discoteca. Cuando estaba en la carretera de circunvalación de Bolonia estaba eufórico, he presionado el pedal del acelerador a fondo, sin percatarme de la velocidad a la que iba. Cuando llegué a un cruce, donde estaba el semáforo en verde, golpee a un chaval que estaba atravesando la carretera en el paso de cebra.”

      â€œAquella persona estaba atravesando la carretera a pesar de saber que en aquel momento no habría debido hacerlo. El semáforo del peatón estaba en rojo, imagino.”

      Pagliarini asintió, esperando que su recuerdo fuese real y no estuviese distorsionado por las drogas.

      â€œAhí está, ves, hemos encontrado un punto a nuestro favor.”

      â€œDe acuerdo,” dijo Pagliarini, “pero ¿qué hacemos con el hecho de que yo me hubiese puesto a conducir después de haber tomado una de aquellas malditas pastillas? ¡Maldita sea! No las había tomado nunca, me he dejado liar por el tipo de dentro, aquel que me la ha dado. Me ha dicho Verás cómo te sentirás mejor y yo me he dejado convencer.”

      El abogado meditó durante un momento.

      â€œLa cuestión de la pastilla no le favorece”, dijo finalmente, “de todas formas conseguiremos salir de esta. Debe fiarse de mí.”

      â€œÂ¡Ojalá! ¿Qué debo hacer mientras tanto, estos días? ¿Algo en concreto? ¿Necesita una declaración mía?”

      â€œPor ahora no. Contará todo en el tribunal. Intente permanecer tranquilo y verá como todo se resolverá.”

      â€œMe fío de su experiencia.”

      â€œPerfecto. Ahora vuelva a casa y relájese. Apareceré cuando sea necesario.”

      â€œSe lo agradezco infinitamente.”

      â€œDe nada. Es mi trabajo.”

      Después de despedirse el abogado comenzó a pensar en cómo llevar a cabo este caso en los tribunales, y Davide Pagliarini regresó a casa. Seguiría el consejo que le habían dado: relax absoluto hasta el día del juicio.

      12

      Muy temprano por la mañana, ese mismo día, Mariolina Spaggesi escuchó el timbre, fue al portero automático y preguntó quién era.

      â€œFlores para usted, señora,” fue la respuesta.

      â€œSuba,” dijo la mujer, comenzando a hacer suposiciones sobre el posible remitente del agradable regalo.

      Cuando vio al florista con el ramo de flores en la mano, cambió de expresión.

      â€œE... entre, por favor,” dijo, balbuceando, al hombre que tenía delante. Le parecía haberlo visto ya, quizás era el florista que no estaba muy lejos de su casa, en la misma calle.

      â€œDéjelas allí encima.”

      El hombre cruzó el umbral del piso, siguió las indicaciones que le habían dado, se despidió rápidamente diciendo que tenía que volver corriendo al negocio porque estaba sólo y había dejado un aviso en la puerta de entrada para hacer comprender a los posibles clientes que volvería enseguida.

      Mariolina Spaggesi cerró la puerta y fue rápidamente hacia el ramo de flores que le habían traído.

      Â¿Un ramo de crisantemos?, pensó.

      Vio que sobre el papel que envolvía las flores había sido pegado un sobre con las palabras PARA MARIOLINA.

      Lo abrió y dentro encontró sólo una tarjeta de visita de cartón.

      MASSIMO TROVAIOLI

      Direttore Marketing

      Tecno Italia S.r.l.

      La mujer sintió que se desmayaba y tuvo que sentarse para evitar que sucediese realmente.

      Dio la vuelta a la tarjeta de visita y vio que en la parte de atrás estaba escrito ¡HASTA PRONTO! con un bolígrafo.

      Después de

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