EL MISTERIO DE LA BELLEZA EXACTA. Sergey Baksheev

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EL MISTERIO DE LA BELLEZA EXACTA - Sergey Baksheev

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El tiempo está bueno, dijo, no hay que apurarse, paseamos. Regresamos a la casa y ella entró. Yo la esperé afuera, para aprovechar el Sol. Pasaron quince minutos y me preocupé. Le habrá pasado algo? —

      – Tan rápido? – El oficial arrugó las cejas.

      La mujer se apuró a explicar.

      – La salud de Sofía ya no era buena. Vivía de las medicinas. Sobrepeso. Presión. Diabetes.

      – Y usted decidió ir a buscarla. —

      – Sí. —

      – Cuando esperaba, y después cuando entró, vio a alguien? —

      – Por supuesto, en la calle había gente. Pero pasaban. —

      – En el arco, tampoco? —

      – No. – La mujer negó con seguridad. – Nadie. Esperaba a Sofía y todo el tiempo miraba hacia el arco. De todas maneras por aquí se sale a la ota calle también. Para el metro es más corto. —

      – Y en la escalera? Cuando usted subió. —

      – No había nadie. Lo hubiera informado inmediatamente. Con el tiempo que ustedes tardaron, lo hubiera recordado todo con detalle. —

      – “O inventar la versión para esconder su participación en el crimen” —, sin querer pensó el oficial mirando a la imperturbable mujer. Mataron a su amiga cercana y ella conserva su tranquilidad de hierro.

      – Ahora, dígame, como entró en el apartamento? —

      – La puerta estaba semicerrada. Yo toqué el timbre y entré. Desde afuera ya se veían sus piernas. Pensé que se sintió mal y se cayó. Caminé hasta la cocina, la volteé, la sacudí, le rocié agua en la cara, pero no reaccionó. Enseguida llamé a primeros auxilios. Mientras llegaban noté el florero roto y la herida de Sofía en la cabeza. —

      – Bien. Supongamos que fue así. —

      – Como que supongamos? No me cree? – La mujer canosa se molestó. Sus pequeños ojos grises se clavaron inquisidoramente en Strelnikov.

      El oficial superior ignoró esa reacción. Ya es tiempo de ponerla en su sitio, decidió. No es infrecuente que el primer testigo sea el asesino.

      – Como pudo haber notado la herida en la cabeza si la occisa tenía puesta la boina? – preguntó con voz capciosa.

      – Es muy bueno que usted ponga esa atención. – Reaccionó tranquilamente la mujer aguantando la mirada fría del teniente. – Efectivamente Sofía tenía puesta la boina. Cuando yo la volteé y le agarré la cabeza para ponerla más cómoda noté con los dedos el cabello mojado en sangre.

      – O sea, en el momento que usted la vio estaba boca abajo. —

      – Sí. Cuando quiera le muestro como se veía. —

      – Más tarde. – De nuevo extrañándose de la tranquilidad de la anciana testigo.

      Observó lo simple del mobiliario del apartamento y pensó. – Aquí no hay nada que robar, hasta el monedero, está ahí. Crimen doméstico? Hasta puede ser. Aunque señas de borrachera no hay. Pero ya ha sucedido, a consecuencia de la resaca y por estupidez, matan, en sentido propio y figurado.

      Strelnikov, de nuevo, se dirigió a Vishnevskaia.

      – Dígame, quién más vive en el apartamento? —

      – El hijo de Sofía Evseevna, Konstantin. —

      – Ajá. Y a que se dedica? —

      – Viktor Strelnikov, usted es el detective. Adivínelo usted! – Las palabras sonaron duras, como una llamada de atención.

      El oficial superior se cortó. Se sintió, literalmente, en un examen. Ni siquiera pensó en hacerle un desaire a la dama. De nuevo recorrió con la vista la habitación.

      Por todas partes se veían cosas sin valor, la ventana desvencijada, la vieja lámpara de mesa y en la cocina goteaba una llave. No parecía que aquí viviera un trabajador manual. Pero los innumerables libros y revistas científicas decían que vivía algún “nerd” científico con lentes que ni televisor necesitaba. Siempre metido en sus papeles y ni siquiera se preocupaba de limpiar bajo el escritorio. – Ya vamos a determinar su profesión. – pensó.

      Strelnikov se detuvo ante el retrato de un barbudo sobre el estante. Debía ser un escritor o un científico. Pero no era ni Einstein, con su lengua afuera, y a Hemingway no se parecía. A estos últimos el teniente los conocía bien. A la intelectualidad de Piter en la época de sus padres le gustaba colgarlos en la pared. También científicos y escritores, al igual que estrellas, de cine y del deporte, de acuerdo a la moda. Pero llegó el tiempo del caos global, en pensamientos y acciones. Ahora las mentes están dirigidas por las bolsas financieras y los “talkshows” televisivos.

      A su espalda chirrió la silla. La testigo se había levantado.

      – No reconoce, Viktor Strelnikov? —

      Con asombro se volvió. La mujer lo miraba con ironía. Qué quiso decir con la pregunta? A quién no reconoce? Al barbudo del retrato? La profesión del habitante del apartamento? Puede ser que a ella?

      – Y yo, cuando escuché su apellido, lo miré, y enseguida lo recordé. Como está usted, Viktor? —

      La mujer intencionalmente caminó por la habitación, cojeando del pie izquierdo, y ahí, a la memoria del policía, se le vino como un chispazo, una clase escolar.

      – Vishnevskaia. Profesora de matemáticas. – balbució él confusamente.

      – Como dos por dos es cuatro! Esa misma, Valentina Ipolitovna Vishnevskaia. – confirmó le valiente mujer, que nunca se avergonzó de su cojera, ni de sus canas. Hizo una pausa y con condescendencia señaló el retrato. – Y este es Pitágoras. El gran matemático del mundo antiguo. —

      – Yo les conté acerca de el en la escuela. Recuerda? —

      3

      510 años antes de Cristo. Crotona. Antigua Grecia

      El rugido de la muchedumbre bajo las ventanas se hacía más amenazador. Pitágoras2 abarcó con la mirada el rostro preocupado de algunos alumnos. Se alisó la barba blanquecina por las canas y, conservando la dignidad, salió al balcón. Abajo, decenas de antorchas, temblorosas en manos inseguras, peleaban contra la densa oscuridad de la noche. Toda la plaza de la famosa escuela de matemáticas estaba llena de una turba enfurecida. La gran casa, en la cual vivía Pitágoras con sus mejores alumnos, y también el palacio del gobernante de la ciudad de Crotona, estaban rodeados por el pueblo indignado. Se habían colocado barricadas en el interior de las puertas del edificio, pero era dudoso que fueran un obstáculo serio para los insurgentes.

      Viendo en el balcón al ciudadano más influyente de la ciudad, por un momento, la turba hizo silencio.

      – Que quieren Uds? – preguntó el matemático.

      De

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Pitágoras. (c. 570—500 AC) Matemático y filósofo de la Antigua Grecia. Nació y vivió en la isla de Samos. Después se trasladó a la ciudad de Crotona (Sur de Italia) donde fundó una escuela filosófico-científica.