EL MISTERIO DE LA BELLEZA EXACTA. Sergey Baksheev

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EL MISTERIO DE LA BELLEZA EXACTA - Sergey Baksheev

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Alguno de Uds., sin falta, saldrá. – Pitágoras, con un gesto, detuvo los murmullos.

      – Y recuerden mi último gran problema. Aquellos, que queden vivos, deberán hacer los mayores esfuerzos para resolverlo. Si ustedes no lo resuelven, pásenlo a sus estudiantes. Este problema hay que resolverlo. —

      En un rincón de la sala se prendió una cortina, el fuego se extendió a la pared y alcanzó el techo.

      – Ya es hora! Corran! – agitó la mano Pitágoras.

      Esperó, hasta que los alumnos apresurados abandonaron la sala y se dirigió a su habitación en el ala derecha del edificio. El viejo matemático cerró completamente la puerta, tapó la rendija inferior con una cobija y se sentó a la mesa. Le quedaban algunos minutos para dedicarse a su amada actividad. En los últimos días yacía en su mesa de trabajo la fórmula de su más famoso teorema:

      a2 + b2 = y2

      en cualquier triángulo rectángulo la suma de los cuadrados de los catetos es igual al cuadrado de la hipotenusa. Abajo estaban escritos tríos de números enteros que satisfacen la fórmula y a la cabeza de ellos el trío más bello de todos: 3, 4, 5. Estaba también la asombrosa combinación: 99, 4900, 4901. Sus alumnos llamaron a estas combinaciones las triadas pitagóricas. Pitágoras desarrolló un método para hallar tales tríos y demostró que había un conjunto infinito de ellos. Pero en esa ecuación si, simplemente, se cambia el exponente 2 por 3 todo cambia de una manera insondable. El problema se convierte en un problema archicomplicado. En el último año Pitágoras no había podido hallar ni una sola combinación de números enteros positivos que satisficieran la ecuación de tercer grado. Ni sus alumnos más adelantados pudieron enfrentarlo. Un problema que, a primera vista, es muy simple, no se le dio a nadie.

      El gran matemático se hundió en meditaciones. Con gran pasión él quiso encontrar esas misteriosas combinaciones de cifras para completar su vida y disfrutar de una nueva victoria de la razón sobre el mundo secreto de los números.

      La habitación se puso caliente, ya se colaban delgados hilos de humo, pero el sabio sólo se cubrió la boca con un paño delgado, empapado en vino. El siente que la solución está cerca, en el aire. Bajo la presión del fuego chasquea la puerta y las llamas irrumpen en la habitación alcanzando con tentáculos amarillos la mesa y la silla bajo Pitágoras. El matemático se estremeció. Pero no se estremeció de las llamas que ya alcanzaban su ropa, sino de la idea extraordinaria que, como un relámpago iluminó su mente.

      Y si, de repente, él busca algo que no existe? En efecto, los resultados negativos en matemáticas también pueden ser muy valiosos.

      No hay tales números enteros! Precioso resultado!

      Rápidamente escribe rigurosas fórmulas que demuestran su idea. Toma el manuscrito y se dispone a salir de la habitación. Estos nuevos resultados no deben desaparecer, está obligado a salvarlos!

      Se lanza a la puerta pero ahí respira aire muy caliente y entonces se dirige a una ventana. Ya está agarrando el borde, la salvación! Pero, en ese momento, cae una viga encendida sobre su espalda que lo hace caer. Trata de levantarse pero sus piernas no le responden.

      Y entonces Pitágoras se tranquiliza. Cierra los ojos sumido en la alucinante Belleza de su demostración genial. El fuego ya lo toma pero la felicidad que invade su espíritu es mayor que el dolor del cuerpo en llamas.

      El gran matemático muere absolutamente feliz.

      4

      El sorprendido oficial Strelnikov se reprendió a sí mismo. Donde estaba la capacidad de observación que le alababan los colegas? Como era posible que el no reconociera, en esa viejita con personalidad y mirada aguda e inteligente, a la severa, pero no común, profesora de matemáticas de la escuela especial? Como se podían olvidar sus alegres decires: “dos por dos – cuatro” y “dos por dos – cinco”? El primero, aprobatorio, acompañado de una sonrisa; el segundo, reprobatorio, con una mirada regañona.

      Todavía joven, Vishnevskaia no se preocupaba por las canas tempranas y no se pintaba el pelo. En aquellos años la escarcha plateada ganaba espacios en los rizos negros de la joven mujer, pero ahora podía declarar la victoria total.

      Pero hay que ser justos; las canas no la estropearon. La ropa y el maquillaje a la moda de Valentina Ipolitovna la distinguían de sus colegas, adultas también. Pero su fuerte cojera unida al intelecto poco común y su intolerancia a los errores de los demás ahuyentaron a los posibles pretendientes. Siempre estuvo sola y ahora no tenía un anillo matrimonial en su dedo anular.

      Valentina Vishnevskaia se lastimó gravemente la pierna izquierda en un accidente automovilístico. Inclusive los médicos consideraron la amputación, pero se encontró un cirujano traumatólogo que hizo magia con su pierna y la pudo reconstruir, sólo que quedó un poco más corta que la pierna derecha sana. La traviesa quinceañera Valia Vishnevskaia de una belleza floreciente que era se transformó en una pobre cojita. Sus compañeros de escuela la rechazaron. Algunos descarados, de vez en cuando la abordaban, pero con un único fin. Contaban con que una muchacha con un defecto sería más acomodaticia y no se resistiría si ellos “fuertes y bellos” la llevaran a la cama. Y sucedió que Valia le creía a un desvergonzado de esos, y se entregaba ciega y desinteresadamente, sólo para después pasar por una amarga decepción. El desgraciado no se preocupaba por ser afectuoso ni cariñoso, porque, sinceramente creía que le hacía in favor a la cojita y ahora podía usarla cuando quisiera. Entre ellos se contaban sucias historias de ella y la llamaban la pobre lisiadita. Eran sobre todo tipos simplones los cuales habían sido rechazados por las muchachas bonitas y arrebatados por la ira del complejo de inferioridad, se convertían en pequeñas criaturas inmorales.

      Después de terminar el instituto pedagógico y harta de aquellos infelices, Valentina Vishnevskaia ya no creyó más en ningún hombre y evitó, en lo sucesivo, cualquier muestra de atención de su parte. Los sueños de que un bello príncipe la sacara de la tortura de su cojera con un dulce beso, quedaron en el pasado. La almohada ya no se mojó más con las lágrimas juveniles y Vishnievskaia se concentró en su trabajo. No en sesudos artículos ni en una carrera científica, sino en su trabajo cuotidiano de maestra escolar de matemáticas. Se dedicó a buscar interesar, asombrar, capturar a los alumnos en el estudio de su más amada asignatura. Como también al autoestudio, enfocándose, sobre todo, en la variedad de manifestaciones de las leyes de la ciencia en la vida corriente. Principalmente le atraían esos misterios científicos no resueltos. Generosamente compartía los conocimientos adquiridos y con frecuencia se salía del programa escolar, lo cual suscitaba regaños en los consejos de clase y miradas entusiasmadas en los alumnos de su curso.

      Es difícil decir en que hubiera terminado la joven y rebelde maestra en esa escuela soviética, si no hubiera sucedido que la madre de uno de los alumnos compartiera dudas sobre eso con una de sus amigas. Esta última averiguó detalles de la maestra rara y le contó a su padre, director de la mejor escuela, que había en Leningrado, especializada, con inclinación a las matemáticas. El experimentado profesor pidió referencias, asistió a clases de la maestra, y pronto, Valentina Ipolitovna Vishnevskaia fue trasladada a su escuela. Ahí había profesores eruditos y apasionados, también con enfoque no común en la enseñanza.

      Valentina Ipolitovna se arregló el elegante pañuelo en el cuello y se acercó a Strelnikov que continuaba, confundido, frente al retrato de Pitágoras.

      – Usted, Viktor, estudió en nuestra escuela hasta el séptimo grado, después pasó a una escuela corriente.-

      – Si, Valentina Ipolitovna, usted tiene buena memoria. —

      – No

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