EL MISTERIO DE LA BELLEZA EXACTA. Sergey Baksheev
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– No existe solución! Números naturales que satisfagan esa ecuación no hay y no pueden haber! – casi gritó el aturdido Fermat.
Pero esa afirmación es poco. Las matemáticas sólo admiten una demostración rigurosa sin discusión y sin exclusiones. La pluma se le rompió en la mano, sus dedos mesaban sus cabellos y arrugaban el cuello de la camisa, la llama de la vela temblaba bajo la respiración acelerada. Fermat era todo emoción. En lugar de buscar una solución, había que demostrar que no existía!
El cambio de perspectiva abrió nuevas cortinas a su mente en ebullición. Pierre de Fermat se sintió en shock. Unas cuantas horas de razonamiento no pasaron en vano. Y con los primeros rayos del Sol, atravesando su ventana, se tranquilizó. Después de largo tiempo de sólo muestras, señas y conatos que eran esbozos de una belleza abstracta que se diluía, la verdad tomaba una forma real como piedra preciosa. Encontró la demostración! Le dio vueltas en la cabeza, hizo pruebas desde diferentes ángulos, buscando trucos escondidos, hasta que finalmente se convenció de que la demostración era impecable.
Eufórico, con los sentidos agudizados, y con cada una de las células del cerebro en hiperactividad y con sed de trabajo, Fermat cambió, en la ecuación, el exponente 3 por el 4. En principio, incrédulo miró la nueva ecuación. Se podrá resolver? Unas notas en el margen del libro y comprendió que su demostración servía para este caso también. La ecuación de cuarto grado tampoco tiene solución en los naturales!
La felicidad, en su aspecto más concentrado, cayó, como una catarata, sobre Pierre de Fermat. Pero esto fue una pequeña parte de una gran victoria. Nuevos razonamientos rigurosos lo llevaron a una conclusión inesperada: En todo el infinito mundo de los números naturales no existen tres a, b, y y, que satisfagan la ecuación
an + bn = yn, donde n = 3, 4, 5…
– Si!, Si!, y otra vez sí! – Exaltado por el éxito, en éxtasis se secó las manos, degustó el dulce instante del descubrimiento. – Definitivamente demostré que para cualquier n mayor que dos, la ecuación no tiene solución en los números naturales! Esa es la razón por la cual nadie pudo hallarla desde los tiempos del gran Pitágoras.
El juez francés de provincia y enamorado de las matemáticas tomó su pluma y escribió en el margen del libro la ecuación y la frase, la cual por cientos de años iban a repetir miles de matemáticos, quién, con admiración, quién, con sarcasmo:
“Encontré una demostración realmente admirable de esta proposición, pero el margen es muy pequeño para ponerla aquí”.
Fermat cerró los ojos y abrió su alma a la llegada de la auténtica Belleza. La sensación de esa invisible revelación fue tan hermosa que Fermat pensó: “Aquí está ella, la Belleza exacta de nuestro Mundo. Ahora yo conozco su Gran misterio”.
Y esa mañana una asombrada esposa, notó la genuina felicidad en el rostro de su esposo. Él no había dormido en toda la noche, y se sentía como si hubiera descubierto una fortuna invisible. Ella entró en la habitación con sigilo. La misma mesa, los mismos candelabros, el mismo libro gordo escrito en latín, con incomprensibles símbolos griegos, abierto en una nueva página sin notas en los márgenes.
Y ningunas riquezas!
“Extraño esposo el que tengo – se lamentaba la mujer – Como un niño se divierte con esos tontos problemitas. Menos mal que nadie en la ciudad se da cuenta de eso. Todas estas cosas raras nacen y mueren en esta habitación, entre libros polvorientos escritos en griego y latín”.
6
– Y así, Pierre de Fermat no publicó su demostración. – Suspiró Valentina Ippolitovna. – En aquel entonces eso no se acostumbraba, inclusive entre los matemáticos. Además, tratándose de un juez, eso podía costarle la carrera. Él fue un aficionado genial de las matemáticas. Fermat le informaba a otros matemáticos, en cartas cortas, acerca de sus resultados, y como lanzándoles un reto: repitan mis resultados, si pueden! Apenas en 1670, su hijo publicó en Toulouse, como un homenaje a su no ordinario papá, “Aritmética de Diofanto con comentarios de Fermat”. El sabio tuvo la suerte de que en la primera “Aritmética” los márgenes eran suficientemente amplios. En el libro nuevo, entraron cuarenta y ocho notas de Fermat que contenían una serie de teoremas originales con esbozo de demostraciones y hasta sin ellas.
– Y después? – Preguntó el intrigado Strelnikov.
– Ahí comenzó una competencia no declarada. Los matemáticos, habiendo recibido la nueva información, iniciaron una carrera para confirmar las demostraciones de Fermat. Los teoremas cayeron uno tras otro. Durante años fueron probadas y demostradas todas sus afirmaciones. Pero quedaba una, con la cual no se podía. Aquella, la de números naturales, la cual Pitágoras ya había enfrentado. Por su intransigente dificultad la empezaron a llamar el Gran Teorema de Fermat.
– Usted hace el cuento muy ameno, Valentina Ippolitovna.
– Ya eso lo hacía en la escuela, Viktor, pero por lo que parece, mis palabras, a usted, le entraban por un oído y le salían por el otro.
– A diferencia de Konstantin Danin?
– Oh! Todo eso lo aprendió él en un verano.
– Y el enigma de la duración de vida de Diofanto, seguramente, lo resolvió rápido.
– Así. Y para usted es difícil ese enigma?
– Mentalmente no puedo calcular.
– Es necesario desarrollar el cerebro a cualquier edad, Viktor. Le voy a escribir la formulación del rompecabezas y usted lo piensa en su tiempo libre.
La maestra escribió el epitafio en un cuaderno y arrancó la hoja.
El policía tomó la hoja y humilde preguntó. – No hay una ayudita?
– Para resolverlo basta con escribir una ecuación con una incógnita.
– Si-i. – El teniente se rascó la barbilla y guardó la hoja. – Probablemente Danin y yo nos diferenciamos mucho. —
– Usted es uno, él es otro. Él fue mejor en matemáticas. Su arresto es un error imperdonable. —
– Valentina Ippolitovna, no se preocupe. No es un arresto, es una detención temporal. Yo debí actuar sobre los hechos. Hubo un homicidio, no? Por cierto, me llamó la atención la reacción de usted a la muerte de su amiga cercana. —
– Concretamente, que le llamó la atención? —
– No se vio perturbada. —
– Eso es sospechoso? —
– Yo diría que no es típico. —
– Usted diría que soy cruel? —
El policía calló. Vishnevskaia indecisa se acercó a la ventana y se detuvo dándole la espalda a Strelnikov.
– Pasó mucho tiempo para aceptar la desgracia de mi cojera. Y después de años me establecí una regla: no amargarme la vida en vano. Si sucedía