EL MISTERIO DE LA BELLEZA EXACTA. Sergey Baksheev
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– En San Petersburgo. – Respondió con voz cansada.
– Eso está claro. Pregunto, donde se encontraba en el lapso – Strelnikov miró su reloj para determinarlo con precisión – de las once y media hasta ahora?
– Paseaba por las calles de San Petersburgo. —
– Salió de la casa al mismo tiempo que Sofía Evseevna? —
– No. Cuando yo salí ella se preparaba para ir al almacén. —
– Supongamos. Para donde fue usted? —
– A casa. —
– Usted tiene una segunda casa? —
– No. Yo salí de casa para volver a ella. —
– La finalidad de su paseo? —
– Cuando uno camina de manera monótona las ideas se ordenan. —
– O sea, salió de manera ociosa. —
– Yo salí a pensar! Que no se entiende? —
– Bien. Quien lo vio durante su paseo? —
– La gente que no sufre de ceguera, con la condición de que yo cayera en su campo de visión y sus ojos estuvieran abiertos. —
– Umjú. Quien puede confirmar sus palabras? —
– Cualquiera, si me recuerda, y puede hablar. —
– Usted pretende burlarse de la investigación? – Se disgustó Strelnikov.
– Yo trato de responder sus preguntas lo más exacto posible. – Tranquilamente contestó Danin.
A la habitación se asomó Simionich. Sus delgados bigotes, los cuales necesitaban cierto cuidado laborioso, reflejaban muy bien su personalidad. El experimentado investigador realizaba su trabajo cuidadosa y minuciosamente.
Simionich evaluó la situación, le hizo una seña a Strelnikov y le susurró algo al oído. Este movió la cabeza con lentitud, como pensando algo y decidió:
– Bien. Ahora tomaremos las huellas digitales, de usted y de usted. – El oficial señaló a Danin y Vishnevskaia.
– Es necesario? – preguntó la ex maestra.
– Esto permitirá responder una cuestión importante. —
– Entonces no me opongo. – aceptó la pensionada.
Mientras el experto imprimía las huellas digitales, el oficial dio una nueva orden.
– Ahora, Valentina Ipolitovna, vamos a determinar, con su ayuda, la exacta posición del cuerpo cuando usted lo descubrió. —
La mujer asintió, apartó el trapo con el cual se limpió los dedos manchados de tinta y fue a la cocina. Sin más preámbulos se dispuso a dirigir al joven oficial con cara de boxeador.
– Voltéela, por favor, cara abajo. Así. Un poco hacia acá. El rostro estaba mirando a la derecha. La mano izquierda encogida, pegada al cuerpo. Por el contrario, la derecha estaba extendida. La palma yacía en el charco entre las flores. Estas rosas se las regalé hace dos semanas, el primero de octubre. Apenas este verano me jubilé. Y todavía algunos alumnos me regalan flores el día del maestro. Yo las compartía con ella. Sofía Evseevna también fue maestra, enseñaba matemáticas en PTU, pero a ella la olvidaron.
Valentina Ipolitovna miró a Strelnikov como reprochándole que él fuera el culpable del olvido de la maestra muerta.
– No se distraiga. – Amablemente le dijo el teniente. – Ponga atención. Ahora está todo como usted lo consiguió? —
La pensionada asintió con seguridad. – Si, exactamente. —
– Y hasta ahora donde estaba puesto el florero? – Se interesó Strelnikov mirando alternativamente a Vishnevskaia y Danin.
– Sobre el refrigerador. – Respondió Valentina Ipolitovna.
– Ajá. Suficientemente alto. O sea que no pudo haberse movido por la caída del cuerpo. – El oficial gritó hacia el corredor. – Simionich, terminaste? —
– Listo. – Respondió Barabash.
– Toma las fotos. —
El experto pidió a todos salir y tomó varias fotos. Cuando terminó, el oficial le preguntó.
– Simionich, que hay de los dedos? —
– En el florero, el cuál es el arma homicida, hay huellas frescas de la mano derecha de este ciudadano. – El experto señaló fríamente a Konstantin Danin.
Una sonrisa de victoria le pasó por la cara a Viktor Strelnikov. Al fin y al cabo no había sido complicado el asunto. Con voz fría como de acero dijo:
– Konstantin Iakoblevich, queda detenido como sospechoso de la muerte de Sofía Evseevna Danin. —
El oficial superior le hizo una seña al policía-boxeador. Matykin se acercó inmediatamente y con puño de hierro le agarró las muñecas al matemático.
– Y eso porque? No tiene sentido! – Se molestó Vishnevskaia. – Konstantin vive aquí y sus huellas van a estar en todos lados.
El policía sintió la mirada de rabia de la ex maestra, pero mostró dureza.
– Llévalo a la comisaría. – Le dijo al colega.
Las esposas cliquearon. Danin, todo el tiempo callado y tenso, mirando al piso, dijo de una manera apenas audible:
– El Teorema de Fermat… por su causa… —
Quiso mostrar algo pero el joven policía lo empujó a la salida.
– Vamos. – murmuró el policía. – Allá vas a hablar paja de teoremas. —
Konstantin casi pierde el equilibrio. Pero logró acercarse a la maestra. Por un momento sus ojos oscuros brillaron detrás de sus lentes gruesos. Y le dijo:
– Ahí no estaba todo. —
– Apúrate! – Groseramente le dijo Alexei Matykin y lo empujó de nuevo.
Salieron y el experto Barabash tomó su maletín y quiso seguirlos pero se detuvo en la puerta, observó la cerradura y sacó un destornillador.
Vishnevskaia, incrédula, acompaño con la vista la figura encorvada del mejer alumno y se volvió hacia el oficial superior.
– No es posible! Yo conozco a Kostia Danin hace treinta años. Él es incapaz de eso. Es inocente. Konstantin sólo piensa en Matemáticas. —
– En