EL MISTERIO DE LA BELLEZA EXACTA. Sergey Baksheev
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– No fui yo. Usted se lo recomendó a mis padres. —
– En serio? – La mujer torció significativamente los ojos, como si se dirigiera a un alumno en clase. – Y usted se lamenta de eso? —
El oficial sonrió y sacudió la cabeza. Con la vista recorrió de nuevo los estantes de libros y el retrato de Pitágoras, se irguió de nuevo y dijo:
– Volviendo a su pregunta, Valentina Ipolitovna, con seguridad puedo afirmar que el ciudadano que vive aquí se dedica a las matemáticas. —
– Como dos por dos es cuatro. —
El policía se ruborizó al escuchar el olvidado decir de la maestra.
– Se llama Konstantin Denin. – continuó Vishnevskaia. – Él es 5 años mayor que usted y fue uno de los mejores estudiantes de la escuela. Usted entiende que significa eso? —
– Déjeme adivinar. Usted no recuerda ningún error de él en sus exámenes.
– Pero recuerdo lo bello que resolvía los ejercicios. —
– Si, cada quien tiene sus recuerdos. —
– Es mejor que el olvido total. Blanco-negro es preferible a lo sucio-opaco. —Lo tranquilizó la experimentada pedagoga.
– Usted era un muchacho muy inquieto, y ahora! Un oficial superior de la policía, detective! Reconozco que siempre envidié su profesión. Hubiera nacido hombre, sería su jefe. – La anciana suspiró y en ese suspiro se sintió, efectivamente, una frustración.
El oficial de policía recordó sus deberes y preguntó:
– Donde trabaja Konstantin Denin? —
– En los últimos tiempos en ninguna parte. Es decir, si trabaja, pero en casa.-
– En casa? – Strelnikov se interesó en esta información. – No me diga que no hay lugar donde valoren a los genios. —
– Viktor, ser genio es difícil. – La maestra disimuló no haber captado la ironía en las palabras del policía. – Para ellos es diferente lo que es el éxito y la felicidad. —
– Eso no me gusta. Si Danin no trabaja, quiere decir que, en el momento del asesinato pudo haber estado en el apartamento. —
Vishnevskaia miró al oficial con escepticismo.
– Creo que es una hipótesis incorrecta. Como dos por dos es cinco! —
– Esconde usted algo? – Con cierto disgusto preguntó Strelnikov. – Sofía Evseevna dijo algo de su hijo cuando regresaba a su casa? —
– No. No dijo nada de nadie. Se apuró por su monedero. —
– Y el monedero, por cierto, está en su lugar. – Entre dientes dijo el policía. La convicción profesional volvió a él. – Pasa con frecuencia que un asesinato sucede en una pelea familiar. —
– Ellos no pelearon! —
Con condescendencia, el policía miró a la anciana. Él hubiera podido contarle acerca de las miserias que se esconden en las familias bien y como salen a la superficie en la forma de esos estúpidos homicidios.
La puerta de entrada se abrió y entró alguien. Strelnikov se tensó, se pegó a la pared e inmediatamente llevó su mano a la funda. Sólo había dos posibilidades, era de nuevo la médico de primeros auxilios o era el principal sospechoso. La ex maestra se inquietó cundo vio la mano del policía.
Un hombre delgado y despeinado, con una temprana calva, entró en la habitación. Sobre su rostro alargado había unos grandes anteojos de plástico.
Una barba escasa mostraba que la última vez que se había afeitado, y muy irregular, de paso, era tres días atrás. Un viejo sweater estirado y pantalones, que no veían una plancha hacía tiempo, con salpicaduras sucias en la parte baja, completaban el retrato de un hombre de mediana edad al cual le faltaba el cuidado femenino. El hombre entró a la habitación, miró al piso, y sólo se dio cuenta de los presentes cuando Valentina Ipolitovna lo abrazó y le dijo. – Hola Kostia, a tu mamá le sucedió una tragedia. —
Konstantin Danin se detuvo en el medio de la habitación y, con preocupación, dirigió sus grandes ojos marrones al desconocido Strelnikov que lo miró con expresión fría.
– Sus documentos, por favor. – Secamente le exigió el policía.
– El pasaporte está ahí en la gaveta. – El confundido Danin señaló a un lado de la mesa.
– Este es Konstantin Iakoblevich Danin, matemático, hijo de Sofía Evceevna. – Lo presentó al policía. – Y este, es el oficial superior Strelnikov. – Bueno, ya se conocieron. —
El policía no compartió el tono amistoso de la pensionada. Ya hojeaba el pasaporte y miraba al extraño matemático. Danin notó el desorden en su escritorio e impulsivamente se lanzó hacia el policía.
– Que pasa aquí? No le permito a nadie tocar mis papeles. A nadie! —
– Ya esto nos incumbe a nosotros. —Cortó el teniente.
– Konstantin, eso estaba así. – Vishnevskaia intercedió. – Los policías no han tocado nada. Algo está mal? —
– Alguien revolvió mis papeles. Mi mamá nunca hace eso. – Nerviosamente los revisó, como si buscara algo. Y de repente rió histéricamente. Las hojas se le cayeron de las manos y volaron al suelo.
– Falta algo? – Con preocupación preguntó Valentina Ipolitovna.
– Sólo tonterías. – El rostro del matemático, lleno de sarcasmo, se volvió al policía. – Que pasa? Que hace usted está aquí?
– En su apartamento sucedió algo triste Konstantin Iakoblevich. Mataron a su madre. —
El oficial de policía se mantuvo atento a la expresión del rostro de Danin. Las primeras emociones pueden decir mucho del sospechoso. Danin como si no comprendiera al oficial volvió su cara a la ex maestra.
– Si, Konstantin, alguien golpeó a Sofía Evseevna en la cabeza. Está muerta.
– Acaso no notó nada cuando entró? – Preguntó el oficial con agudeza.
– Yo? No. – Negó con la cabeza el matemático.
– Extraño. —
– Está en la cocina. – Dijo Vishnevskaia.
La maestra sabía que muchos científicos, cuando se concentran, todo lo hacen de manera mecánica y no notan nada a su alrededor. Danin corrió a la cocina y se encontró con el experto que trabajaba en el cuerpo de la madre.
Éste le hizo una severa señal a Alexei Matykin:
– No dejen entrar a nadie! Ya pisaron suficiente por