Arena Dos . Морган Райс

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Arena Dos  - Морган Райс Trilogía De Supervivencia

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es el conductor y disparo varios tiros.

      Fallo todos, pero logro hacer que cambien de dirección la lancha.

      “¡Toma el timón!”, le grita Logan a Ben.

      Ben, en su haber, no vacila. Se apresura a ir al frente y toma el timón, la lancha cambia de dirección.

      Logan se apresura a venir a mi lado, arrodillándose junto a mí.

      Él dispara y sus balas fallan, rozando su lancha. Ellos contraatacan, y una bala no alcanza mi cabeza por unos centímetros.  Se están acercando rápidamente.

      Otra bala destroza una gran parte de la madera, de la parte posterior de nuestra lancha.

      “¡Van a disparar a nuestro tanque de combustible!”, grita Logan. “¡Dispara al de ellos!”

      “¿Dónde está?”, grito por encima del rugido del motor y las balas que vuelan.

      “¡Está atrás de la lancha, en el costado izquierdo!”, grita él.

      “No puedo atinarle”, le digo. “No mientras estén frente a nosotros”.

      De repente, se me ocurre una idea.

      “¡Ben!”, digo gritando. “Haz que se den la vuelta. ¡Necesitamos apuntar al tanque de combustible!”

      Ben no vacila; apenas termino de pronunciar las palabras cuando gira bruscamente el timón, y la fuerza me lanza a un costado de la lancha.

      Los tratantes de esclavos giran, también, tratando de seguirnos. Y eso expone el costado de su embarcación.

      Me arrodillo, igual que Logan, y disparamos varias veces.

      Al principio, nuestra descarga falla.

      Vamos. ¡Vamos!

      Pienso en mi papá. Mantengo firme mi muñeca, respiro profundo, y disparo una vez más.

      Para mi sorpresa, hago un disparo directo.

      La lancha de los tratantes de esclavos estalla de repente.  Media docena de ellos explota en llamas, gritando, mientras la embarcación acelera fuera de control. Segundos después, se estrella de cabeza en la costa.

      Otra enorme explosión.  Su barco se hunde rápidamente, y si alguien sobrevivió, seguramente se está ahogando en el río Hudson.

      Ben nos lleva río arriba, manteniéndonos avanzando en línea recta, lentamente; me levanto y respiro profundo.  Casi no puedo creerlo.  Los matamos.

      “Buen tiro”, dice Logan.

      Pero no es hora de dormir en nuestros laureles.  En el horizonte, otra lancha se está acercando.  Dudo que tengamos suerte una segunda vez.

      “Ya no tengo municiones”, digo.

      “Yo casi no tengo”, dice Logan.

      “No podemos confrontar a la siguiente embarcación”, digo. “Y no somos lo suficientemente rápidos para aventajarlos”.

      “¿Qué sugieres?”, pregunta él.

      “Tenemos que escondernos”.

      Volteo a ver a Ben.

      “Busca un refugio.  Hazlo ahora. Tenemos que ocultar esta lancha. ¡AHORA!”

      Ben acelera y yo corro al frente, y me detengo junto a él, explorando el río por si hay algún posible escondite. Tal vez, si tenemos suerte, pasarán corriendo frente a nosotros.

      Pero posiblemente eso no ocurrirá.

      CUATRO

      Todos exploramos el horizonte desesperadamente, y por último, a la derecha, vemos una ensenada estrecha. Nos lleva a una estructura oxidada de una vieja embarcación. “¡Ahí, a la derecha!”, le digo a Ben.

      “¿Y si nos ven?”, pregunta él. “No hay salida. Estaremos atorados. Nos matarán”.

      “Es un riesgo que tenemos que correr”, le digo.

      Ben gana velocidad, haciendo un giro brusco a la ensenada estrecha.  Corremos más allá de las puertas oxidadas, la angosta entrada de un viejo y oxidado almacén.  Al pasar, él apaga el motor, después gira a la izquierda, escondiéndonos detrás de la costa, mientras flotamos en el agua. Miro la estela que dejamos a la luz de la luna, y ruego para que se calme lo suficiente para que tratantes de esclavos no nos sigan la pista.

      Todos nos sentamos ansiosamente en silencio, flotando en el agua, observando, esperando. El rugido del motor de los tratantes de esclavos se hace más fuerte y contengo la respiración.

      Por favor, Dios. Haz que sigan de frente.

      Los segundos parecen durar horas.

      Finalmente, su embarcación pasa zumbando por delante de nosotros, sin frenar ni por un segundo.

      Contengo la respiración diez segundos más, mientras el ruido del motor de su lancha se hace imperceptible, y rezo para que no regresen por nuestro camino.

      No vuelven. Funcionó.

*

      Ha pasado casi una hora desde que nos detuvimos aquí, y estamos todos apiñados juntos, anonadados, en nuestra lancha. Apenas nos movemos por miedo a ser detectados. Pero no he oído un sonido desde entonaces, y no hemos detectado ninguna acción desde que su embarcación pasó cerca de nosotros. Me pregunto a dónde habrán ido. ¿Siguen corriendo por el Hudson, yendo al norte, en la oscuridad, pensando que estamos cerca? ¿O se espabilaron y están regresando, peinando la costa, buscándnos? No puedo evitar sentir que sólo será cuestión de tiempo para que regresen por aquí.

      Pero, mientras me estiro en la lancha, pienso que todos estamos empezando a sentirnos más relajados, un poco menos cautelosos. Aquí estamos bien escondidos, dentro de esta estructura oxidada, y aunque regresaran, no veo cómo puedan detectarnos los tratantes de esclavos.

      Mis piernas y pies están están acalambrados de estar sentados; está haciendo más frío y me estoy congelando. Noto por los dientes de Bree y de Rose que castañean, que también están congeladas.  Quisiera tener mantas o ropa para darles, o algún tipo de calor.  Me gustaría poder hacer una fogata—no solo para calentarlos, sino para poder vernos entre nosotros, para confortarnos viéndonos a la cara.  Pero sé que eso es imposible.  Sería demasiado arriesgado.

      Veo a Ben sentado ahí, apiñado, temblando y recuerdo los pantalones que rescaté.  Me levanto, y la lancha se balancea, y me acerco a mi saco y busco adentro y los saco. Los lanzo a Ben.

      Caen sobre su pecho, mientras me mira, confundido.

      “Deben caberte”, le digo. “Prúebatelos”.

      Él lleva unos pantaones vaqueros andrajosos, llenos de agujeros, son demasiados delgados y están mojados.  Lentamente, se inclina y se quita las botas, después se pone los pantalones de cuero sobre los suyos.  Se ven graciosos en él, son los pantalones militares del tratante de esclavos—pero como sospechaba, le quedan perfectamente.  Sube la cremallera sin hablar, mientras se inclina hacia atrás, y puedo ver el agradeciiento en sus ojos.

      Siento

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