Un Rastro de Esperanza . Блейк Пирс

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Un Rastro de Esperanza  - Блейк Пирс Un Misterio Keri Locke

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debo consultar con mi supervi...

      —Eso no está en la lista de opciones, Oficial. ¿Sabe qué? Yo decido por usted. Salgamos afuera para que yo pueda darle una pequeña charla. Cualquiera pensaría que arrestar a un pedófilo y fanático religioso me daría un permiso para el resto de la semana, pero supongo que tengo también que instruir a un oficial de correcciones.

      Puso su mano sobre el picaporte de la puerta y se disponía a accionarlo cuando el Oficial Kiley perdió lo que le quedaba de aplomo. Ella estaba impresionada con lo mucho que había durado.

      —No se preocupe, Detective —dijo precipitadamente—. Aguardaré afuera. Pero, por favor, tenga cuidado. Este prisionero tiene una historia de incidentes violentos.

      —Por supuesto que lo tendré —dijo Keri, ahora con voz melosa—. Gracias por ser tan comprensivo. Trataré de ser breve.

      Él salió y cerró la puerta, y Keri regresó a su asiento, llena con una confianza y energía que hacía solo treinta segundos no estaban presentes.

      —Eso fue divertido —dijo Anderson suavemente.

      —Estoy segura de ello —replicó Keri—. Puede apostar que espero a cambio información valiosa por haberle brindado un entretenimiento de calidad.

      —Detective Locke —dijo Anderson en un tono de falsa indignación—, usted ofende mi delicada sensibilidad. ¿Han pasado meses desde que nos vimos y aun así su primer impulso al verme es pedir información? ¿Nada de hola? ¿Nada de cómo está?

      —Hola —dijo Keri—. Le preguntaría cómo está, pero es obvio que no está muy bien. Ha perdido peso. Su cabello ha encanecido. Tiene bolsas en sus ojos. ¿Está enfermo? ¿O es algo que pesa en su consciencia?

      —Ambas cosas de hecho —admitió—. Verá, los muchachos aquí han sido un poco rudos conmigo últimamente. Ya no estoy entre los populares. Así que de vez en cuando ‘toman prestada’ mi cena. Recibí un masaje no solicitado en las costillas. Además, he recibido un toque de cáncer.

      —No lo sabía —dijo Keri en voz baja, genuinamente sorprendida. Todas las señales físicas de un desgaste cobraban sentido ahora.

      —¿Cómo iba a saberlo? —preguntó— No lo anuncié. Podría habérselo dicho en noviembre, en mi audiencia de libertad bajo palabra, pero usted no estuvo allí. No me la concedieron de todas formas. No es su culpa, sin embargo. Su carta fue adorable, muchas gracias.

      Keri había escrito una carta a favor de Anderson luego de que él la hubo ayudado. No abogó por su liberación, pero había sido generosa en su descripción de cómo había ayudado a la fuerza.

      —¿No le sorprendió que no se la dieran, supongo?

      —No —dijo—, pero es difícil no tener esperanza. Era muy última oportunidad real de salir de aquí antes de que la enfermedad me lleve. Tenía sueños viéndome caminar por una playa en Zihuatanejo. Pero, ya no será. Pero dejemos la charla, Detective. Vamos al meollo por el que en verdad está aquí. Y recuerde, las paredes tienen oídos.

      —Okey —comenzó, entonces se inclinó y murmuró—, ¿sabe acerca de lo de mañana por la noche?

      Anderson asintió. Keri sintió resurgir la esperanza en su pecho.

      —¿Sabe dónde se llevará a cabo?

      Él meneó la cabeza.

      —No puedo ayudarla con el dónde —murmuró igualmente—. Pero podría estar en capacidad de ayudarla con el por qué.

      —¿En qué me beneficiará? —preguntó ella con amargura.

      —Saber el por qué podría ayudarla a averiguar el dónde.

      —Déjeme preguntarle por otro por qué —dijo, consciente de que la rabia la estaba atrapando y nada podía hacer.

      —Muy bien.

      —¿Por qué, después de todo, me está ayudando? —preguntó— ¿Ha estado guiándome todo el tiempo, desde la primera vez que vine a verlo?

      —Esto es lo que puedo decirle, Detective. Usted sabe lo que yo hacía para ganarme la vida, cómo coordinaba el robo de niños a sus familias para dárselos a otras, con frecuencia a cambio de sumas altísimas. Fui capaz de dirigirlo a distancia usando un nombre falso y viviendo una vida feliz y sin complicaciones.

      —¿Como John Johnson?

      —No, mi feliz vida como Thomas Anderson, bibliotecario. Mi otro yo era John Johnson, facilitador de secuestros. Cuando fui atrapado, fui con alguien que ambos conocemos para asegurarme de que John Johnson fuese exonerado y que Thomas Anderson nunca fuese conectado con él. Esto fue hace casi una década. Nuestro amigo no quería hacerlo. Dijo que solo representaba a los que eran maltratados por el sistema y que yo era, y es gracioso pensar en ello ahora, un cáncer en ese sistema.

      —Muy gracioso —convino Keri, sin reírse.

      —Pero como sabe, puedo ser convincente. Le convencí de que me llevaba los niños de familias acaudaladas que no se los merecían, y se los daba a familias amorosas sin los mismos recursos. Luego le ofrecí una enorme cantidad de dinero para que lograra que me absolvieran. Yo creo que él sabía que yo estaba mintiendo. Después de todo, ¿de dónde sacaban esas familias de pocos recursos el dinero para pagarme? ¿Y eran estos padres que perdían a sus hijos así de terribles? Nuestro amigo es muy inteligente. Tuvo que haber sabido. Pero le di algo de dónde agarrarse, algo que decirse a sí mismo cuando tomara mi efectivo de seis cifras.

      —¿Seis cifras? —repitió Keri, incrédula.

      —Como dije, es un negocio muy lucrativo. Y ese pago fue el primero. En el transcurso del juicio, le pagué como medio millón de dólares. Y con eso, se puso en camino. Luego que fui absuelto y retomé mi trabajo usando mi propio nombre, él comenzó incluso a ayudarme a facilitar los secuestros para familias 'más merecedoras'. En tanto pudiera encontrar una forma de justificar las transacciones, estaba cómodo con ellas, incluso era entusiasta.

      —¿Así que le dio el primer mordisco de la fruta prohibida?

      —Lo hice. Y descubrió que le gustaba el sabor. De hecho, le encontró el gusto a muchas cosas grandiosas en las que nunca había pensado que podrían gustarle.

      —¿Qué está diciendo exactamente? —preguntó Keri.

      —Solo digamos que en algún punto del camino, ya no tuvo necesidad de justificar las transacciones. ¿Conoce el evento de mañana por la noche?

      —¿Sí?

      —Fue su creación —dijo Anderson—. y no es algo que él comparta. Se dio cuenta de que había un mercado para esa clase de cosas y para todos los festejos similares, más pequeños, a lo largo del año. Él llenó ese nicho. Controla en esencia la versión elegante de ese… mercado en el área Los Ángeles. Y pensar que antes de mí, él trabajaba en un despacho de una sola habitación junto a una venta de donas, representando a inmigrantes ilegales que eran imputados al azar por crímenes sexuales, por policías que tenían que cumplir cuotas.

      —¿Así que desarrolló una consciencia? —preguntó Keri apretando los dientes. Se sentía disgustada, pero quería

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