Un Rastro de Esperanza . Блейк Пирс
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Читать онлайн книгу Un Rastro de Esperanza - Блейк Пирс страница 15
—Una última cosa —susurró Anderson en su oído, incluso más quedo que antes, si ello fuese posible—. Tiene un topo en su unidad.
—¿Qué? ¿En la División Los Ángeles Oeste? —preguntó Keri, asombrada.
—En su Unidad de Personas Desaparecidas. No sé quién es. Pero alguien le está pasando información al otro bando. Así que cuide su espalda. Más que de costumbre, quiero decir.
A nueva voz se escuchó al otro lado de la puerta.
—Sr. Anderson, soy Cal Brubaker. El negociador. ¿Puedo entrar?
—Un segundo, Cal —exclamó Anderson. Entonces se inclinó más para acercarse a Keri—. Tengo la sensación de que esta es la última vez que hablemos, Keri. Quiero que sepa que creo que usted es una persona en verdad impresionante. Espero que encuentre a Evie. Realmente lo espero. Entra, Cal.
Cuando la puerta se abrió, él apuntó de nuevo el cepillo hacia su cuello pero sin tocar la piel en realidad. Un hombre barrigón, de camino a los cincuenta, con una mata de pelo grisáceo y delgadas gafas con una montura de aros de metal, que Keri sospechaba era solo cosa de imagen, entró con calma en la habitación.
Llevaba blue jeans y una camisa arrugada, a cuadros, tablero de damas y todo. Bordeaba lo risible, como la versión "acostumbrada” de un inofensivo negociador de rehenes.
Anderson la miró y ella pudo ver que pensaba lo mismo. Parecía estar luchando con la ganas de poner los ojos en blanco.
—Hola, Sr. Anderson. ¿Puede decirme qué es lo que le está molestando esta noche? —dijo en tono inofensivo y ensayado.
—La verdad, Cal —replicó Anderson con suavidad— mientras te esperábamos, la Detective Locke me dijo cosas de mucho sentido. Me di cuenta que me estaba dejando abrumar un poco por mi situación y reaccioné... pobremente. Creo que estoy listo para rendirme y aceptar las consecuencias de mis decisiones.
—Okey —dijo Cal, sorprendido—. Bueno, esta es la negociación menos sufrida de mi vida. Ya que está haciendo las cosas tan fáciles para mí, tengo que preguntar: ¿está seguro de que no quiere nada?
—Quizás unas pocas cosas sin importancia —dijo Anderson—. Pero no creo que ninguna sea un problema para ti. Me gustaría que me aseguren que la Detective Locke será llevada directo a la enfermería. Accidentalmente la pinché con la punta del cepillo de dientes y no sé qué tan limpio esté. Ella debería ser atendida de inmediato. Y apreciaría que el Oficial Kiley, el caballero que me trajo hasta acá, sea el que me espose y me lleve adondequiera que sea enviado. Tengo la sensación de que algunos de esos otros sujetos podrían ser más bruscos de lo necesario. Y quizás, una vez deje caer el objeto puntiagudo, podría pedirle al francotirador que baje el arma. Me está poniendo un poco nervioso. ¿Las peticiones son razonables?
—Todo es razonable, Sr. Anderson —convino Cal—. Haré lo más que pueda para satisfacerlas. ¿Por qué no comienza a poner en marcha las cosas dejando caer el cepillo de dientes y dejando ir a la detective?
Anderson se inclinó de tal manera que solo Keri pudiera escucharlo.
—Buena suerte —susurró de forma casi inaudible, antes de dejar caer el cepillo de dientes y levantar sus brazos en alto para que ella pudiera deslizarse por debajo de sus esposas. Ella se arrastró para alejarse de él y lentamente se puso de pie con la ayuda de la mesa volcada. Cal alargó su mano para ofrecerle ayuda pero ella no la tomó.
Una vez quedó de pie y recuperó el equilibrio se volvió para encararse con Thomas "El Fantasma” Anderson por lo que estaba segura sería la última vez.
—Gracias por no matarme —musitó, tratando de sonar sarcástica.
—Seguro —dijo, sonriendo dulcemente.
Mientras caminaba hacia la puerta de la sala de interrogatorios, esta se abrió por completo y cinco hombres con todo el equipamiento SWAT irrumpieron y pasaron pitando por su lado. Ella no miró hacia atrás para ver lo que hacían mientras se abalanzaba fuera de la habitación y salía al pasillo.
Al parecer Cal Brubaker había cumplido al menos parte de su palabra. El francotirador, recostado de la pared opuesta, con el arma a su lado, estaba en posición de descanso. Pero el Oficial Kiley no estaba a la vista por ningún lado.
Mientras caminaba por el pasillo, escoltada por una oficial que dijo que la estaba llevando a la enfermería, Keri estuvo segura de haber escuchado el sonido de unos proyectiles al chocar con huesos humanos. Y aunque no escuchó ningún grito en consecuencia, oyó un gruñido, seguido por un gemido profundo e incesante.
CAPÍTULO OCHO
Keri se apresuró a regresar a su auto, esperando abandonar la estructura del estacionamiento antes de que alguien notara que se había ido. Su corazón latía al ritmo de sus zapatos, que resonaban con fuerza y rapidez en el concreto.
Su ida a la enfermería había sido un regalo de Anderson. Él sabía que después de una situación de rehenes, de seguro ella tendría que encarar horas de interrogatorio, horas que ella no tenía para malgastar. Al pedir que a ella se le permitiera ir a la enfermería, le estaba asegurando una ventana de tiempo en la que habría poca supervisión y así, posiblemente sería capaz de irse sin ser acorralada por un hatajo de detectives de la División Centro.
Eso es exactamente lo que ella había hecho. Luego que una enfermera hubo limpiado un pequeño pinchazo en su cuello y puesto una gasa, Keri había simulado un breve ataque de pánico atribuido a una crisis post-rehén y había solicitado usar el baño. Ya que ella no era una reclusa, fue fácil escabullirse después de eso.
Caminó hacia el ascensor junto con el personal de mantenimiento que salía a las 9 p.m. El Oficial de Seguridad Beamon debe de haber estado disfrutando de un receso porque había otro hombre ocupando la recepción y este no la miró más de una vez.
Una vez fuera del edificio, comenzó a cruzar la calle en dirección al estacionamiento, esperando todavía que algún detective saliera corriendo detrás de ella exigiendo saber por qué había estado interrogando a un prisionero estando suspendida. Pero no escuchó nada.
De hecho, estaba en la sola compañía de sus latidos y sus pisadas, luego que los empleados de mantenimiento se dirigieron, bajando la calle, a la parada de autobús y la estación del metro. Aparentemente ninguno vino conduciendo al trabajo.
Solo fue cuando llegó al segundo piso de la escalera que escuchó el sonido de unos zapatos más abajo. Eran sonoros y pesados y parecían venir de la nada. Los habría notado si hubieran estado caminando desde antes. No podían haber cruzado la calle. Casi era como si alguien hubiera estado esperando su llegada para comenzar a moverse.
Se dirigió a su auto, como a medio camino de la hilera de la izquierda. Las pisadas la siguieron y ahora se hizo obvio que no era un par de zapatos sino dos, y que ambos claramente pertenecían a unos hombres. Sus pasos eran lentos y pesados y podía escuchar a uno de ellos resollar ligeramente.
Era posible que estos hombres fuesen detectives, pero lo dudaba. Lo más probable es que ya se hubiesen identificado si quisieran hacerle alguna pregunta. Y si fueran policías con malas intenciones, no estarían aproximándose a ella en el estacionamiento de Twin Towers. Había cámaras por todas partes. Si estuvieran en la nómina de Cave y se propusieran