Un Rastro de Esperanza . Блейк Пирс
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Читать онлайн книгу Un Rastro de Esperanza - Блейк Пирс страница 17
Ray había preparado un baño para ella. Lo había llamado estando en camino para que supiera lo esencial, y él, misericordioso, no la acribilló a preguntas mientras trataba de recuperarse. Mientras ella descansaba en el agua, dejando que su tibieza aliviara los huesos adoloridos, él se sentó en una silla junto a la bañera, intentando con paciencia que de cuando en cuando sorbiera unas cucharadas de sopa.
Más tarde, luego de secarse y ponerse un pijama de él, se sintió mejor como para hacer un análisis. Se sentaron en el sofá de la sala de recibo, iluminada tan solo con media docena de velas. Ninguno de ellos comentó el hecho de que las armas de ambos descansaban sobre la mesita cercana.
—Luce tan descarado —dijo Ray, refiriéndose a la gravedad del ataque en el estacionamiento— y como desesperado.
—Estoy de acuerdo —dijo Keri—. Asumiendo que fuesen esbirros de Cave, ello me hace pensar que realmente le preocupaba que Anderson lo haya contado todo en esa sala de interrogatorios. Pero lo que no entiendo es, si estaba dispuesto a ir tan lejos, ¿por qué simplemente no hizo que esos dos sujetos me dispararan por la espalda y terminaran con esto? ¿Para qué lo del Taser y la porra?
—Quizás quería averiguar qué sabías, y ver quién más lo sabe, antes de deshacerse de ti. O quizás no fue Cave en lo absoluto. Mencionaste que Anderson te dijo que hay un topo en la unidad, ¿correcto? Quizás alguien más no quiere que esa información se descubra.
—Supongo que es posible —admitió Keri, aunque esa parte la dijo con la voz tan baja que casi no podía escucharse—. Pero es difícil imaginar que eso suceda en un recinto lleno de cámaras, donde cualquiera puede ser captado. Para ser honesta, todavía tengo problemas para procesar esa parte de la información.
—Sí, yo también —convino Ray—. Entonces, ¿qué hacemos a partir de ahora, Keri? Yo me quedé un par de horas más en esa sala de conferencias junto con Mags, pero no averiguamos nada nuevo. No sé cómo continuar.
—Creo que voy a seguir el consejo de Anderson —replicó.
—¿Qué, hablas de ver a Cave? —preguntó, incrédulo—. Mañana es sábado. ¿Simplemente vas a aparecerte en la puerta principal de su casa?
—No creo tener otra opción.
—¿Qué te hace pensar que eso vaya a aportar algo bueno? —preguntó.
—Nada me lo hace pensar. Pero Anderson está en lo correcto. A menos que algo reviente pronto, no quedan opciones, Ray. ¡Evie va a ser asesinada frente a una cámara de circuito cerrado en veinticuatro horas! Si hablar con Jackson Cave —para suplicarle por la vida de mi hija— tiene alguna posibilidad de que resulte, entonces voy a intentarlo.
Ray asintió, tomó la mano de ella en la suya, pasando sus enormes brazos alrededor de sus hombros. Lo hizo con delicadeza, pero ella no pudo evitar gemir de dolor.
—Lo siento —musitó—. Por supuesto que haremos lo que sea necesario. Pero voy contigo.
—Ray, no albergo muchas esperanzas de que esto funcione. Pero definitivamente él no dirá nada si tú estás parado junto a mí. Tengo que hacer esto sola.
—Pero él podría haber intentado matarte esta noche.
—Probablemente solo me habría mutilado —dijo sonriendo débilmente, tratando de enfriar las cosas—. Además, él no lo hará si me presento en su casa. Él no me va a estar esperando. Y sería demasiado riesgoso. ¿Qué clase de coartada tendría si algo me sucede mientras estoy en su casa? Quizás se engaña a sí mismo, pero no es estúpido.
—Bien —aceptó Ray—. No iré contigo a la casa. Pero puedes estar segura de que estaré cerca.
—Qué buen novio —dijo Keri, acurrucándose junto a él, a pesar de la molestia causada por ese movimiento—. Apuesto a que tienes una patrulla dando vueltas por el vecindario para asegurarte de que tu mujercita duerma segura esta noche.
—¿Por qué no dos? —dijo— No dejaré que nada te suceda.
—Mi caballero de brillante armadura —dijo Keri, bostezando a pesar suyo—. Todavía puedo recordar los días cuando era profesora de criminología en Loyola Marymount, y tú venías y le hablabas a mis estudiantes.
—Tiempos menos complicados —dijo Ray en voz baja.
—Y también recuerdo los días oscuros luego que se llevaron a Evie, cuando comencé a beber escocés en lugar de agua, cuando Stephen se divorció de mí porque me acostaba con todo lo que se moviera, y la universidad me despidió por corromper a uno de mis estudiantes.
—No tenemos que repasar toda la cinta de recuerdos, Keri.
—Solo digo, ¿quién fue el que me sacó de ese pozo de autocompasión, me sacudió el polvo, e hizo que me inscribiera en la academia de policía?
—Sería yo —musitó Ray suavemente.
—Correcto —coincidió Keri con un murmullo—. ¿Ves? Caballero en brillante armadura.
Ella descansó su cabeza sobre su pecho, permitiéndose relajarse al ritmo de la respiración al inhalar y exhalar. Mientras sus párpados se hacían más pesados y se iba quedando dormida, un último pensamiento cruzó por su cabeza: Ray en verdad había ordenado que dos patrullas circularan por el vecindario. Más temprano, había mirado por la ventana mientras se estaba cambiando y había contado al menos cuatro unidades. Y esas fueron las que ella pudo ver.
Esperaba que fuera suficiente.
CAPÍTULO NUEVE
Keri agarró con fuerza el volante, tratando de que las pronunciadas curvas del camino de la montaña no la pusieran más nerviosa de lo que ya estaba. Eran las 7:45 a.m., poco más de dieciséis horas antes de que su hija fuese supuestamente a ser sacrificada delante de docenas de acaudalados pedófilos.
Conducía a través de las sinuosas colinas de Malibú en una fría, pero despejada y soleada mañana de sábado, en el mes de enero, hasta la casa de Jackson Cave. Esperaba convencerlo de que le regresara a su hija sana y salva. Si no lo lograba, este sería el último día de la vida de Evie Locke.
Keri y Ray se habían levantado temprano, justo después de las 6 a.m. Ella no había tenido mucha hambre, pero Ray había insistido en que se obligara a comer unos huevos revueltos y tostadas junto a dos tazas de café. A las siete ya habían salido del apartamento.
Afuera, Ray habló brevemente con uno de los oficiales de patrulla, quien dijo que ninguna de las unidades había reportado ninguna actividad sospechosa durante la noche. Se los agradeció y los despidió. Entonces él y Keri se subieron a sus autos y condujeron por separado hasta Malibú.
A esa hora de un sábado por la mañana, las habitualmente abarrotadas rutas de Los Ángeles estaban prácticamente vacías. En veinte minutos, estaban en la Pacific Coast Highway, recibiendo los restos del amanecer en las Montañas Santa Mónica.
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