Un Rastro de Asesinato . Блейк Пирс
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Cuando los policías registraron su casa tras el incidente, encontraron una computadora portátil. Keri y el Detective Kevin Edgerton, gurú tecnológico del precinto, habían descubierto la clave de acceso de Pachanga, y logrado abrir sus archivos. La esperanza de ella era que los archivos la condujeran al descubrimiento de muchas niñas extraviadas, incluyendo talvez su propia hija.
Desafortunadamente, había resultado difícil entrar a lo que al principio había parecido una mina de información sobre múltiples secuestros. Edgerton había explicado que los archivos encriptados solo podían ser abiertos con la clave de descifrado, cosa que no poseían. Keri había pasado la última semana aprendiendo todo lo que podía sobre Pachanga con la esperanza de hallar la clave. Pero hasta ahora, no tenía nada.
Mientras permanecía sentada revisando archivos, los pensamientos de Keri regresaron a algo que la había estado rondando desde que había retomado el trabajo. Cuando Pachanga secuestró a la hija del Senador Stafford Penn, Ashley, lo había hecho a pedido del hermano del senador, Payton. Los dos hombres habían estado comunicándose a través de la red oscura durante meses.
Keri no podía dejar de preguntarse cómo el hermano de un senador se las había arreglado para contactar a un secuestrador profesional. No era que pertenecieran al mismo círculo. Pero tenían una cosa en común. Ambos eran representados por un abogado llamado Jackson Cave.
La oficina de Cave estaba ubicada en las alturas de un rascacielos del centro, pero muchos de sus clientes se movían más a ras de tierra. Además de su trabajo corporativo, Cave tenía una larga historia representando a violadores, secuestradores, y pedófilos. Si Keri lo veía con indulgencia, sospechaba que simplemente lo hacía porque podía cobrarles honorarios exorbitantes a tan desagradables clientes. Pero una parte de ella pensaba que en realidad eso le excitaba. En cualquier caso, lo despreciaba.
Si Jackson Cave había puesto en contacto a Payton Penn con Alan Pachanga, era razonable suponer que él también sabía cómo ingresar a esos archivos encriptados. Keri estaba segura que en algún lugar de ese sofisticado despacho de rascacielos se hallaba la clave que ella necesitaba para descifrar el código y descubrir detalles de todas esas niñas extraviadas, incluyendo quizás la suya. Había resuelto que, de una u otra forma, de manera legal o ilegal, entraría en ese despacho.
Mientras pensaba en cómo podría lograrlo, Keri prestó atención a una oficial uniformada de veintitantos años que caminaba lentamente hacia ella. La llamó con la mano.
—¿Me dices de nuevo tu nombre?—preguntó Keri, sin estar segura de que se lo hubiesen dicho antes.
—Soy la Oficial Jamie Castillo —contestó la joven oficial de cabellos oscuros—. Acabo de salir de la academia. Me reasignaron aquí en la semana en que estuvo en el hospital. Originalmente estaba en la División Los Ángeles Oeste.
—¿Eso quiere decir que no debo sentirme mal por no saber quién eres?
—Así es, Detective Locke—dijo Castillo con firmeza.
Keri estaba impresionada. La chica tenía confianza en sí misma y había una agudeza en sus ojos oscuros que apuntaba a una inteligencia despierta. Se veía además como alguien que podía cuidar de sí misma. Con uno setenta por lo menos de estatura, y una constitución atlética y fibrosa, no sería prudente buscarle pelea.
—Bien. ¿Qué puedo hacer por ti?—preguntó Keri, intentando no sonar intimidante. No había muchas mujeres policías en la División Pacífico y Keri no quería ahuyentar a ninguna.
—He estado cubriendo durante las últimas semanas las llamadas que ofrecen información. Como supondrá, un montón de ellas están relacionadas con su encuentro con Alan Pachanga y con la declaración que hizo acerca de tratar de encontrar a su hija.”
Keri asintió, recordando. Después que hubo rescatado a Ashley, el departamento organizó una gran rueda de prensa para celebrar el feliz resultado.
Todavía confinada a una silla de ruedas, Keri había elogiado a Ashley y a su familia antes de aprovechar la rueda de prensa para mencionar a Evie. Había mostrado una foto de ella y había rogado a las personas que brindaran cualquier información que pudiera ayudar en la búsqueda. Su supervisor inmediato, el Teniente Cole Hillman, se había enfadado a tal punto con ella por usar la victoria del departamento como una herramienta en su cruzada personal, que Keri pensó que él la habría despedido de inmediato de haber podido. Pero como era una heroína en silla de ruedas, después de haber rescatado a una adolescente, no podía hacerlo.
Estando todavía hospitalizada, los pajaritos le dijeron a Keri que él se había molestado cuando el departamento comenzó a verse inundado con cientos de llamadas diarias.
—Siento que estés atada a esa asignación—dijo Keri—. Apuesto a que solo querías aprovechar al máximo la oportunidad y no pensaste en quién tendría que vérselas con los efectos colaterales. Supongo que todas las llamadas terminaron en nada.
Jamie Castillo vaciló, como si se preguntara si estaba tomando la decisión correcta. Keri podía ver los engranajes dando vueltas en la mente de la joven. La observó ponderar cuál sería la movida correcta y no pudo evitar simpatizar con ella. Era como si mirara una versión más joven de sí misma.
—Buenol—dijo Castillo finalmente—, la mayoría podían ser desestimadas sin más porque eran de gente inestables o simplemente bromistas. Pero esta mañana hubo una llamada que era algo distinta. Era tan concreta que me hizo tomarla más en serio.
Casi al punto, la boca de Keri se secó y su corazón comenzó a correr.
Tranquilízate. Probablemente no sea nada. No te exaltes.
—¿Puedo escucharla?—preguntó con una calma que no hubiera creído posible.
—Ya se la he reenviado —dijo Castillo.
Keri miró el teléfono y vio la luz titilante indicando que tenía un correo de voz. Intentando no parecer desesperada, levantó con lentitud la bocina y escuchó.
La voz del mensaje era áspera, casi metálica y difícil de comprender, haciéndolo aún más complicado un golpeteo al fondo.
—Te vi en TV hablando de tu hija—decía—. Quiero ayudar. Hay un almacén abandonado en Palms, cruzando la Estación de Generación Piedmont. Revísalo.
Eso era todo lo que había—solo una cavernosa voz masculina dando una vaga pista. Entonces, ¿por qué en las yemas de sus dedos había un hormigueo de adrenalina? ¿Por qué tenía problemas para tragar? ¿Por qué de súbito sus pensamientos eran destellos de imágenes de cómo se vería Evie en la actualidad?
Quizás era porque la llamada no se oía para nada en los detalles como la típica llamada falsa. No intentaba atraer la atención, lo que claramente había llamado la atención de Castillo. Y ese mismo elemento —su serena franqueza—era el aspecto que estaba haciendo correr gotas de sudor por la espalda de Keri.
Castillo permanecía a la expectativa.
—¿Cree que es legítima?—preguntó.
—Difícil decirlo—respondió Keri calmadamente, a pesar de su corazón acelerado, mientras ubicaba la estación de generación en Google Maps—. Revisaremos más tarde dónde se originó la llamada y haremos que los técnicos traten de limpiar el mensaje para ver qué más se puede averiguar de la voz y el sonido de fondo. Pero dudo que sean capaces