Un Rastro de Asesinato . Блейк Пирс
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Keri escuchaba a medias mientras observaba el mapa de su pantalla. La estación de generación estaba localizada en National Boulevard, justo al sur de la Autopista 10. Al chequear la imagen de satélite, verificó que había un almacén cruzando la calle. Si estaba abandonado, eso no lo sabía.
Pero voy a averiguarlo.
Miró a Castillo y sintió una corriente de gratitud hacia ella —y también algo que no había sentido en mucho tiempo por un compañero oficial: admiración. La veía con buenos ojos, y se alegraba de que estuviera allí.
—Buen trabajo, Castillo—le dijo por fin a la joven oficial, que también estaba observando la pantalla—. Es tan bueno esto que creo que voy chequearlo.
—¿Necesita compañía?—preguntó Castillo esperanzada, mientras Keri se incorporaba y recogía sus cosas para dirigirse al almacén.
Pero antes de que pudiera responder, Hillman sacó su cabeza del despacho y con un grito que cruzó toda la estancia la llamó.
—Locke, te necesito en mi oficina ahora —le lanzó una mirada fulminante—. Tenemos un nuevo caso.
CAPÍTULO DOS
Keri se quedó paralizada donde estaba. La consumía un flujo de emociones encontradas. Técnicamente, esas eran buenas noticias. Parecía que la pondrían en el campo un día antes, una señal de que Hillman, a pesar de sus problemas con ella, la sentía lista para volver a asumir sus responsabilidades normales. Pero una parte de ella quería ignorarlo e ir directo en ese instante al almacén.
—Es para hoy, por favor—exclamó Hillman, sacándola en un tris de su momentánea indecisión.
—Voy, señor —dijo. Volteando entonces a Castillo con una media sonrisa, añadió—. Continuará.
Al poner un pie en la oficina de Hillman, notó que su típico ceño fruncido estaba más arrugado que nunca. Cada uno de sus cincuenta años era visible en su rostro. Su cabello entrecano estaba revuelto como siempre. Keri nunca podía asegurar si era que él no se daba cuenta o era que no le importaba. Tenía puesta una chaqueta, pero la corbata estaba floja y su camisa mal entallada no podía ocultar su pequeña panza.
Sentado en el viejo y maltrecho sofá en la pared opuesta, se hallaba el Detective Frank Brody. Brody tenía cincuenta años y estaba a seis meses de su retiro. Todo en su apariencia lo reflejaba, desde sus apenas competentes intentos para mostrar urbanidad,pasando por su camisa arrugada y manchada de ketchup, con los botones a punto de saltar gracias a su formidable barriga, a sus mocasines descosidos, que parecían a punto de deshacerse.
Brody nunca le había dado la impresión a Keri de que fuera el más dedicado y trabajador de los detectives, y últimamente parecía más interesado en su precioso Cadillac que en casos por resolver. Normalmente trabajaba en Robos y Homicidios pero había sido reasignado a la Unidad de Personas Desaparecidas, corta de personal debido a las lesiones de Keri y Ray.
El traslado le había sumido de manera permanente en un humor de perros, reforzado por el abierto desdén hacia la posibilidad de tener que trabajar con una mujer. En verdad era un hombre que pertenecía a otra generación. En realidad, ella una vez le había escuchado decir, “Prefiero trabajar con panelas de droga y mojones de mierda, que con chicas y viejas”. El sentimiento, aunque podía ser expresado en una forma ligeramente distinta, era mutuo.
Hillman ordenó a Keri que se sentara en una silla plegable de metal delante de su escritorio, activó entonces el altavoz del teléfono y habló.
—Dr. Burlingame, me encuentro aquí junto con dos detectives. Voy a enviarlos para que se reúnan con usted. Los detectives Frank Brody y Keri Locke están en línea. Detectives, estoy hablando con el Dr. Jeremy Burlingame. Él está preocupado por su esposa, con quien no ha tenido contacto por más de veinticuatro horas. Doctor, ¿puede por favor repetir lo que me dijo?
Keri sacó su bolígrafo y libreta para tomar notas. Entró de inmediato en sospechas. En todo caso de esposa desaparecida, el primer sospechoso era siempre el marido, y quería escuchar el timbre de su voz la primera vez que hablara.
—Por supuesto—dijo el doctor—. Conduje hasta San Diego ayer por la mañana para ayudar en una cirugía. La última vez que hablé con Kendra fue antes de irme. Anoche llegué a casa muy tarde y terminé durmiendo en el cuarto de huéspedes para no despertarla. Esta mañana seguí durmiendo porque no tenía pacientes que atender.
Keri no sabía si Hillman estaba grabando la conversación así que garrapateaba furiosamente, tratando de no perderse de nada mientras el Dr. Burlingame continuaba.
—Cuando fui al dormitorio, ella se había ido. La cama estaba hecha. Supuse que había salido de casa poco antes de yo levantarme, así que le envié un mensaje de texto. No tuve respuesta—lo que tampoco era inusual. Vivimos en Beverly Hills y mi esposa asiste a muchos actos y eventos de caridad, por lo que suele silenciar su teléfono cuando está en ellos. A veces olvida subirle el volumen de nuevo.
Keri apuntó todo, evaluando la veracidad de cada comentario. Hasta ahora nada de lo que había escuchado había hecho sonar las alarmas, pero eso no quería decir nada. Cualquiera parecía de una pieza estando al teléfono. Ella quería ver su comportamiento cuando fuese confrontado en persona por detectives del Departamento de Policía de Los Ángeles.
—Me fui a trabajar y ya de camino la llamé de nuevo—seguía sin responder—continuó—. Sería la hora de almorzar cuando ya comencé a sentirme algo preocupado. Ninguno de sus amigos sabía nada de ella. Llamé a nuestra mucama, Lupe, quien dijo que no había visto a Kendra ni ayer ni hoy. Ahí fue cuando empecé a preocuparme de verdad. Así que llamé al nueve-uno-uno.
Frank Brody se inclinó hacia adelante y Keri creyó que iba a intervenir. Deseó que no lo hiciera pero no había nada que pudiera hacer para detenerlo. Generalmente, ella prefería dejar que el entrevistado se extendiera todo lo que quisiera. A veces se sentían cómodos y cometían errores. Pero, aparentemente Brody no compartía su filosofía.
—Dr. Burlingame, ¿por qué su llamada no fue redirigida al Departamento de Policía de Beverly Hills?—preguntó. Su tono áspero no albergaba ningún sentimiento de simpatía. A Keri le sonó como si él se preguntase cómo es que se había involucrado en este caso.
—Creo que es porque les estoy llamando desde mi oficina, que está Marina del Rey. ¿Importa eso realmente?—preguntó. Sonaba perdido.
“No, por supuesto que no —le aseguró Hillman—. Estamos felices de ayudar. Y nuestra unidad de personas desaparecidas probablemente habría sido llamada de todas formas por el Departamento de Policía de Beverly Hills. ¿Por qué no regresa a su casa? Mis detectives se reunirán con usted como a la una y treinta. Tengo la dirección de su residencia.
—Okey—dijo Burlingame—. Voy saliendo.
Después de colgar, Hillman miró a los dos detectives.
—¿Pensamientos iniciales?—preguntó.
—Ella probablemente se escapó al Cabo con algunas de sus amigas y olvidó decirle—dijo Brody sin vacilar—. Es eso o que él la asesinó. Después de todo, casi siempre es el esposo.
Hillman miró a Keri. Ella pensó por un segundo antes