Un Rastro de Asesinato . Блейк Пирс
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Satisfecha, pulsó el timbre junto al portón de seguridad. Mientras aguardaba que le respondieran, divisó el Cadillac marrón y blanco del Detective Frank Brody estacionado en la rotonda.
Una voz femenina se dejó oír en el intercomunicador.
—¿Detective Locke?
—Sí.
—Soy Lupe Veracruz, la mucama de los Burlingames. Por favor, entre y estacione junto a su pareja. Voy hasta usted para llevarla adentro con él y el Dr. Burlingame.
El portón se abrió y Keri ingresó, estacionando junto al inmaculado y bien mantenido auto de Frank. El Caddy era su bebé. Lucía oscuro con su anticuada combinación de colores, su pobre relación entre kilometraje y gasolina, su tamaño de ballena. Él lo llamaba un clásico. Para Keri, ese coche, al igual que su dueño, era un dinosaurio.
Al abrir la portezuela del vehículo, una mujer hispana de cuarenta y tantos, diminuta y de agradable presencia, vino a su encuentro. Keri salió del auto con rapidez, porque no quería que la mujer la viera luchar mientras maniobraba con su hombro derecho lesionado. A partir de este momento, Keri se consideraba en territorio enemigo y en una potencial escena del crimen. No quería ser percibida como débil por Burlingame o cualquiera de su círculo.
—Por aquí, Detective —dijo Lupe, yendo directo al grano mientras con sus tacones se daba la vuelta, para después guiar a Keri a lo largo del sendero empedrado, rodeado por unos inmaculadamente cuidados macizos de flores. Keri procuró no retrasarse mientras daba pasos cuidadosos. Con las lesiones en su ojo, hombro, costillas, todavía se sentía insegura en terrenos irregulares.
Pasaron junto a una enorme piscina con dos trampolines y un carril. Junto a ella había un gran hoyo, con un cerro de tierra junto a él. Una excavadora Bob permanecía inactiva en las cercanías. Lupe advirtió su curiosidad.
—Los Burlingames quieren poner un jacuzzi. Pero el pedido de azulejos marroquíes que ordenaron está suspendido, así que todo el proyecto está retrasado.
—Tengo el mismo problema—dijo Keri. Lupe no se rió.
Al cabo de varios minutos, llegaron a una entrada lateral de la casa principal, que se abría a una espaciosa y aireada cocina. Keri podía escuchar voces masculinas muy cerca de allí. Lupe la hizo cruzar por una esquina hasta lo que lucía como el salón de desayuno. El Detective Brody estaba de pie, dándole la cara, hablando con un hombre que le daba la espalda a ella.
El hombre pareció sentir su llegada y se volteó antes de que Lupe tuviera oportunidad de anunciarla. Keri, en una onda investigativa, se enfocó en los ojos de él en tanto la miraba. Eran pardos y cálidos, algo enrojecidos hacia los bordes. O había sufrido una fuerte alergia o había estado llorando recientemente. Puso una sonrisa forzada en su rostro, aparentemente atrapado entre sus obligaciones como anfitrión y la ansiedad de la situación.
Era un hombre de aspecto simpático, no demasiado atractivo pero con un rostro amigable, abierto, que le daba un aire juvenil y entusiasta. A pesar de su chaqueta deportiva, Keri podía asegurar que estaba en forma. No era demasiado musculoso pero tenía la constitución magra, nervuda, de un atleta de resistencia, un maratonista quizás, o un triatleta. Era de estatura promedio, uno ochenta tal vez, y alrededor de setenta y cinco kilos. Su cabello castaño, muy corto, mostraba las primeras, apenas perceptibles, señales de gris.
—Detective Locke, gracias por venir—dijo, avanzando y extendiendo su mano—. He estado hablando con su colega.
—Keri—dijo Frank Brody, inclinando la cabeza con brusquedad—. Todavía no hemos entrado en detalles. Quería esperar a que llegaras.
Era una sutil indirecta con respecto a su retraso, bajo la máscara de lo que parecía cortesía profesional. Keri, simulando no haberlo notado, se mantuvo enfocada en el doctor.
—Encantada de conocerlo, Dr. Burlingame. Siento que sea bajo tan difíciles circunstancias. Si no le importa, ¿por qué no comenzamos de una vez? En un caso de personas desaparecidas, cada minuto es crucial.
Con el rabillo del ojo, Keri vio a Brody con el ceño fruncido, claramente molesto de que ella hubiera tomado la iniciativa. A ella en realidad le importaba un carajo.
—Por supuesto—dijo Burlingame—. Por dónde debemos comenzar?
—Usted nos dio por teléfono un resumen cronológico a grandes líneas. Pero me gustaría que lo revisara para nosotros con mayor detalle, si puede. ¿Por qué no comenzar con la última vez que vio a su esposa?
—Okey, fue ayer en la mañana y estábamos en el dormitorio...
Keri intervino.
—Siento interrumpirlo, pero ¿puede llevarnos allá? Me gustaría estar en el cuarto mientras describe los eventos que allí ocurrieron.
—Sí, por supuesto. ¿Lupe debe venir también?
—Hablaremos con ella por separado—dijo Keri. Jeremy Burlingame asintió y encabezó la subida por la escalera hasta el dormitorio. Keri continuaba observándolo cuidadosamente. Su interrupción de hacía un momento se debió solo en parte a la razón que dio.
Ella también quería calibrar cómo un doctor poderoso y de tanto prestigio reaccionaba cuando recibía órdenes de una mujer. Al menos, hasta ahora, eso no pareció perturbarlo. Lucía dispuesto a hacer o decir lo que ella le pidiera si eso ayudaba.
Mientras caminaba, ella lo acribilló con preguntas adicionales.
—En circunstancias normales, ¿dónde estaría su esposa en este momento?
—Aquí en la casa, me imagino, preparándose para la recaudación de fondos de esta noche.
—¿Qué recaudación de fondos es esa?—preguntó Keri, simulando ignorancia.
—Tenemos una fundación que financia cirugía reconstructiva, principalmente para niños con irregularidades faciales, pero en ocasiones también para adultos que se recuperan de quemaduras o accidentes. Kendra dirige la fundación y celebra dos galas importantes al año. Una estaba fijada para esta noche en Hotel Península.
—¿Está su auto aquí en la casa?—preguntó Brody mientras empezaban a subir por un largo tramo de la escalera.
—Honestamente no lo sé. No puedo creer que no se me ocurriera revisar. Déjeme preguntarle a Lupe.
Tomó su celular y empleó lo que parecía una función walkie-talkie.
—Lupe, ¿sabes si el auto de Kendra está en el garaje? —la respuesta fue casi inmediata.
—No, Dr. Burlingame. Revisé cuando usted llamó más temprano. No está allí. Además, cuando colgaba unas ropas, noté que uno de sus bolsos de viajes pequeños no estaba en su closet.
Burlingame se veía perplejo.
—Esto es raro—dijo.
—¿Qué es?—preguntó Keri.
—No veo qué razón pudo haber tenido ella para tomar un bolso de viaje. Tiene un duffel que usa cuando va al gimnasio, y usa un portatrajes si planea