Un Rastro de Asesinato . Блейк Пирс
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Keri lo miró de frente. No había segundas intenciones en su expresión. Parecía que en verdad trataba de agarrarse a algo racional y fáctico. Era una buena pregunta, una que necesitaba responderse a sí misma.
Hizo un rápido cálculo mental. Los números que obtuvo no eran buenos. Pero no podía ser así de franca con el esposo de una víctima potencial. Así que lo suavizó un poco sin mentirle.
—Mire, Doctor. No voy a mentirle. Cada segundo cuenta. Pero todavía tenemos una par de días antes de que el rastro de evidencias comience a enfriarse. Y vamos a volcar recursos importantes para encontrar a su esposa. Todavía hay esperanza.
Pero internamente, el cálculo era menos alentador. Usualmente, setenta y dos horas era el límite máximo. Así que asumiendo que ella hubiese sido llevada en algún momento, ayer por la mañana, tenían poco menos de cuarenta y ocho horas para encontrarla. Y eso siendo optimistas.
CAPÍTULO CINCO
Keri avanzó por el corredor del Centro Médico Cedars-Sinaí, tan rápido como podía permitírselo su cuerpo adolorido. La casa de Becky Sampson estaba a solo cuadras del hospital, así que Keri no se sentía demasiado culpable por hacer una rápida parada técnica para ver cómo estaba Ray.
Pero al aproximarse a la habitación, podía sentir cómo ese nuevo y familiar nerviosismo comenzaba a batir sus entrañas. ¿Cómo iban a ser de nuevo normales las cosas entre ellos, existiendo este silencioso secreto que compartían pero no podían reconocer? Al llegar a su habitación, Keri se decidió por lo que esperaba sería una solución temporal. Fingiría.
La puerta estaba abierta y pudo ver que Ray estaba dormido. No había más nadie en la habitación. El último contrato laboral firmado con la ciudad estipulaba que los oficiales hospitalizados ocuparan habitaciones privadas siempre que estuviesen disponibles, así que disponía él de una, bellamente dulce. La habitación tenía una vista de Hollywood Hills y un gran TV de plasma, que estaba encendido pero sin volumen. Una vieja película con Sylvester Stallone compitiendo en un campeonato de pulso llenaba la pantalla.
No era de sorprender que se hubiera quedado dormido.
Keri avanzó y estudió a su dormida pareja. Acostado en la cama, con una suelta vestimenta floral de hospital sobre su cuerpo, Ray Sands se veía mucho más frágil de lo acostumbrado. Normalmente, su constitución afro-americana de uno noventa y tres, y ciento cuatro kilos, era intimidante, al igual que su cabeza completamente calva. Tenía más que ganado su sobrenombre de Big.
Con los ojos cerrados, no se notaba su ojo derecho de vidrio, el que había perdido en un combate de boxeo hacía años. Nadie hubiera adivinado que el hombre de cuarenta años que ahora estaba acostado en una cama de hospital con un taza intacta de gelatina roja junto a él, había sido alguna vez Ray —The Sandman— Sands, un medallista olímpico de bronce y un contendor profesional de peso pesado, considerado alguna vez favorito para ganar el título. Por supuesto, eso fue antes de que un zurdo infravalorado, con un gancho izquierdo brutal, le hubiera destruido el ojo y acabado de un solo golpe su carrera, a la edad de veintiocho.
Después de vueltas y revueltas, Ray se topó con la carrera policial y ascendió en el departamento hasta convertirse en uno de los más preciados investigadores de Personas Desaparecidas. Con el retiro inminente de Brody, estaba a la espera de ocupar su puesto en Robos y Homicidios.
Keri echó un vistazo a las distantes colinas, preguntándose cuál sería la situación de ambos en seis meses, cuando ya no fueran pareja ni estuvieran en la misma unidad. Desechó el pensamiento, reacia a imaginar la vida sin esa constante influencia en su vida desde que se habían llevado a Evie.
De pronto sintió que era observada. Bajó la vista y vio que Ray estaba despierto, contemplándola en silencio .
—¿Cómo te va, Smurfette?—preguntó juguetonamente. Adoraban hacer burla el uno del otro debido a su ostensible diferencias de estatura.
—Okey, ¿cómo te sientes hoy, Shrek?
—Un poco cansado, para ser honesto. Tuve una larga sesión de ejercicios hace un rato. Caminé todo el corredor de ida y vuelta. Cuidado, LeBron James, te estoy pisando los talones.
—¿Te dieron un cronograma donde diga cuándo te dejan salir?—preguntó ella.
—Dijeron que quizás para el final de la semana, si las cosas continúan progresando. Vendrán entonces dos semanas guardando cama en casa. Si todo va bien, me permitirán que haga turno de escritorio de manera limitada. Suponiendo que no me haya pegado un tiro de puro aburrimiento antes de que llegue ese momento.
Keri guardó silencio por un instante, sopesando qué decir a continuación. Parte de ella quería decirle a Ray que se lo tomara con calma, que no se presionara demasiado para regresar al trabajo. Por supuesto, decirle eso sería hipócrita, porque era exactamente lo que ella había hecho. Y sabía que él se lo echaría en cara.
Pero él había recibido un tiro mientras ayudaba a salvarle la vida a ella. Eso la hacía sentir responsable. Sentía que debía protegerlo. Y sentía otras cosas sobre las que no estaba totalmente dispuesta a pensar por el momento.
Finalmente decidió que darle algo en que distraerse podría resultar mejor que sermonearlo.
—A lo largo de esas etapas, podrías ser de ayuda en un caso que acaba de tocarme. ¿Dispuesto a mezclar un poco de análisis con tu gelatina?—preguntó ella.
—Primero que nada, felicidades por regresar al servicio de campo. Segundo, ¿qué tal si saltamos la gelatina y vamos directo al caso?
—Okey. Este es lo fundamental. Kendra Burlingame, es una mujer de alta sociedad de Beverly Hills y esposa de un exitoso cirujano plástico, de la que no se sabe nada desde ayer en la mañana...
—¿Qué día era ayer?—interrumpió Ray—Los supresores de dolor me desorientan un poco, cuando se trata, ya sabes, de días de la semana.
—Ayer era lunes, Sherlock —dijo Keri con un poco de mordacidad—. Su esposo dice que la vio por última vez a las seis cuarenta y cinco a.m. antes de irse a San Diego a supervisar una cirugía. Ahora mismo son las dos y cuarenta del martes en la tarde, así que tiene alrededor de veintidós horas desaparecida.
—Suponiendo que el esposo esté diciendo la verdad. Conoces la primera regla cuando se trata de esposas desaparecidas: el marido lo hizo.
A Keri le molestaba que todos, incluyendo su aparentemente iluminada pareja, parecieran recordárselo constantemente. Al responder, no pudo evitar que hubiera sarcasmo en el tono de su voz.
—¿En verdad, Ray, es esa la primera regla? Déjame anotarlo porque es la primera vez que lo escucho. ¿Alguna otra perla de sabiduría que quieras ofrecer, oh, sabio maestro? ¿Quizás que el sol está caliente? O, ¿que esa col sabe a papel de aluminio?
—Solo digo...
—Créeme, Ray, lo sé. Y el hombre es en la actualidad el sospechoso número uno. Pero también ella pudo simplemente haber huido. Pienso, como profesional de la ley, que podría valer la pena seguir otras pistas, ¿no lo crees?
—Lo