Agente Cero . Джек Марс
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Читать онлайн книгу Agente Cero - Джек Марс страница 6
Una áspera voz masculina le silbó en Árabe. Reid retrocedió; el hombre estaba cerca, no más de unos pocos pies de distancia.
“Por favor, solo dígame que está pasando”, él suplicó. “¿Qué está pasando? ¿Por qué están haciendo esto?”
Otra voz le gritó en Árabe de modo amenazador, esta vez a su derecha. Reid se contrajo ante la fuerte reprimenda. Esperó que el temblor del avión enmascarara el de sus extremidades.
“Tienen a la persona equivocada”, dijo. “¿Qué es lo que quieren? ¿Dinero? No tengo mucho pero puedo — ¡esperen!” Una mano fuerte se encerró alrededor de su brazo en un agarre claro y, en un instante después, fue arrancado de su asiento. Se tambaleó, tratando de levantarse, pero la inestabilidad del avión y el dolor de su tobillo pudieron más que él. Sus rodillas se doblaron y cayó de costado.
Algo sólido y pesado lo golpeó en la sección media. Un dolor de telaraña sobre su torso. Trató de protestar, pero de su voz sólo salieron sollozos incomprensibles.
Otra bota lo pateó en la espada. Otra más, en la barbilla.
Sin importar la horrible situación, un pensamiento bizarro golpeó a Reid. Estos hombres, sus voces, estos golpes sugieren que todo sea una venganza personal. No sólo se sentía atacado. Se sentía detestado. Estos hombres estaban molestos — y su rabia estaba dirigida hacia él como la punta de un láser.
El dolor disminuyó, lentamente, y dio paso a un frío entumecimiento que engullía su cuerpo mientras se desmayaba.
*
Sufrimiento. Agudo, palpitante, dolor, ardor.
Reid despertó de nuevo. Los recuerdos del pasado… no sabía cuánto tiempo había pasado, tampoco sabía si era de día o de noche, y que si donde estaba era de día o de noche. Pero los recuerdos regresaron, inconexos, como simples cuadros cortados de un rollo de película y dejados en el suelo.
Tres hombres.
El cajetín de emergencia
La camioneta.
El avión.
Y ahora…
Reid se atrevió a abrir sus ojos. Era difícil. Los parpados se sentían como si estuviesen pegados. Incluso debajo de la delgada piel, podía ver que había una luz brillante y severa, esperando del otro lado. Podía sentir el calor en su cara, y veía la red de pequeños capilares a través de sus parpados.
Él echó un vistazo. Todo lo que podía ver era una luz implacable, brillante y blanca, y que ardía en su cabeza. Dios, esta cabeza duele. Trato de gruñir y descubrió, a través de una nueva dosis eléctrica de dolor, que su quijada dolía también. Su lengua se sentía gorda y seca, y probó un montón de centavos. Sangre.
Sus ojos, se dio cuenta — que habían sido difíciles de abrir porque estaban, de hecho, pegados. El lado de su cara se sentía caliente y pegajoso. La sangría le había corrido por su frente y en sus ojos, sin duda por haber sido pateado hasta desmayarse en el avión.
Pero podía ver la luz. La bolsa había sido removida de su cabeza. Si era algo bueno o no, quedaba por verse.
Mientras se ajustaban sus ojos, trató de nuevo mover sus manos en vano. Aún seguían atadas, pero esta vez, no por esposas. Cuerdas gruesas y abultadas lo sujetaban en su lugar. Sus tobillos, también estaban atados a una silla de madera.
Finalmente sus ojos se ajustaron a la dureza de la luz y se formaron contornos confusos. Estaba en un pequeño cuarto sin ventanas con paredes disparejas de concreto. Estaba caliente y húmedo, suficiente para que el sudor le picara en la nuca, sin embargo su cuerpo se sentía frío y parcialmente entumecido.
No podía abrir completamente su ojo derecho y dolió intentarlo. O lo habían pateado ahí o sus captores lo habían golpeado demás mientras estaba inconsciente.
La luz brillante venía de una lámpara delgada de procedimiento en una base con ruedas delgada y alta, ajustada a su altura y brillando hacia su cara. La bombilla halógena brilló intensamente. Si había algo detrás de la lámpara, no podría verlo.
Él retrocedió cuando un sonido pesado hizo eco a través de la pequeña habitación — el sonido de un cerrojo se deslizó a un lado. Las bisagras crujieron, pero Reid no pudo ver una puerta. Se cerró de nuevo en un sonido disonante.
Una silueta bloqueaba la luz, cubriéndolo con su sombra mientras se colocaba sobre él. Temblaba, sin atreverse a mirar.
“¿Quién eres?” La voz era masculina, ligeramente más aguda que sus previos captores, pero fuertemente teñida con un acento del Medio Oriente.
Reid abrió su boca para hablar — para decirles que no era más que un profesor de historia, que tenían al hombre equivocado — pero rápidamente recordó que la última vez que trató de hacerlo, fue pateado en sumisión. En cambio, un pequeño gemido escapó de sus labios.
El hombre suspiró y se retiró de la luz. Algo raspó contra el piso de concreto, las patas de una silla. El hombre ajustó la lámpara para que quedara ligeramente lejos de Reid, y luego se sentó frente a él en la silla, de forma que sus rodillas casi tocaban.
Reid levantó la mirada lentamente. El hombre era joven, treinta como mucho, con piel oscura y una barba negra cuidadosamente recortada. Llevaba gafas redondas y plateadas y un kufi blanco, una gorra sin ala, redondeada.
La esperanza floreció dentro de Reid. Este hombre joven parecía ser intelectual, no como los salvajes que lo atacaron y sacaron de su casa. Quizás podría negociar con este hombre. Quizás estaba a cargo…
“Comenzaremos simple”, el hombre dijo. Su voz era suave y casual, la manera en la que un psicólogo hablaría con un paciente. “¿Cuál es tu nombre?”
“L... Lawson”. Su voz se quebró al primer intento. Tosió y estaba un poco alarmado al ver manchas de sangre tocando el suelo. El hombre ante él arrugó su nariz desagradablemente. “Mi nombre es… Reid Lawson”. ¿Por qué me siguen preguntando mi nombre? Ya les había dicho. ¿Se equivocó inconscientemente con alguien?
El hombre suspiró lentamente, entrando y saliendo a través de su nariz. Apoyó sus codos contra sus rodillas y se inclinó hacia adelante, bajando su voz un poco más. “Hay muchas personas que quisieran estar en este cuarto en este momento. Por suerte para ti, solo somos tú y yo. Sin embargo, no estás siendo honesto conmigo, no tendré otra opción sino que invitar… a otros. Y ellos tienden a carecer de mi compasión”. Se sentó derecho. “Así que te preguntaré de nuevo. ¿Cuál… es… tu… nombre?”
¿Cómo podría convencerlos de que él era él quien decían que era? El rito cardiaco de Reid se duplicó mientras caía en cuenta de algo que lo azotó como un golpe en la cabeza. El muy bien podría morir en esa habitación. “¡Estoy diciendo la verdad!” insistió. Repentinamente las palabras fluyeron de él como el estallido de una represa. “Mi nombre es Reid Lawson. Por favor, solo díganme por qué estoy aquí. No sé qué está pasando. No he hecho nada…”