Agente Cero . Джек Марс
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Читать онлайн книгу Agente Cero - Джек Марс страница 8
“Habría alguna señal” replicó el interrogador calmadamente. “Lenguaje corporal, sudor, signos vitales… Todo aquí sugiere que está diciendo la verdad”. Reid no podía ayudar pero pensaba que hablaban en Inglés por su beneficio.
El hombre alto se volteó y caminó a lo largo de la habitación de concreto, murmurando enojado en Árabe. “Pregúntale sobre Teherán”.
“Lo hice”, el interrogador respondió.
El hombre alto giró sobre Reid, echando humo. Reid contuvo el aliento, esperando ser golpeado de nuevo.
En cambio, el hombre reanudó su caminar. Decía algo rápidamente en Árabe. El interrogador respondió. El bruto miró fijamente a Reid.
“¡Por favor!” dijo en voz alta sobre su charla. “No soy quien sea que piensen que soy. No tengo recuerdos de nada de lo que preguntan…”
El hombre alto se calló y sus ojos se expandieron. Casi se golpeo así mismo en la frente, y luego le respondió con entusiasmo al interrogador. El hombre pasivo en el kufi acarició su barbilla.
“Posible”, dijo en Inglés. Se levantó y tomó la cabeza de Reid con ambas manos.
“¿Qué es esto? ¿Qué estás haciendo?” Reid preguntó. Las puntas, de los dedos del hombre, él sentía que bajaban y subían por su cuero cabelludo.
“Quieto”, dijo el hombre rotundamente. Sondeó la línea de su cabello, su cuello, sus orejas — “¡Ah!” dijo bruscamente. Le farfulló a su cohorte, quien se lanzó hacia él y tiró violentamente de la cabeza de Reid a un lado.
El interrogador pasó un dedo a lo largo del mastoideo izquierdo de Reid, la pequeña sección de un hueso temporal justo detrás de la oreja. Había un bulto oblongo debajo de la piel, apenas más grande que un grano de arroz.
El interrogador le gritó algo al hombre alto, y este último rápidamente salió de la habitación. El cuello de Reid dolía por el extraño ángulo del cual estaban sosteniendo su cabeza.
“¿Qué? ¿Qué está sucediendo?” preguntó.
“Este bulto, aquí”, preguntó el interrogador, moviendo su dedo sobre él de nuevo. “¿Qué es esto?”
“Esto es… esto es sólo una protuberancia occipital”, dijo Reid. “La he tenido desde un accidente de automóvil, a mis veinte años”.
El hombre alto regresó rápidamente, esta vez con una bandeja de plástico. La colocó sobre el carro, al lado del polígrafo. Sin importar la poca luz y el extraño ángulo de su cabeza, Reid podía ver claramente que había dentro de la bandeja. Un golpe de miedo apretó su estómago.
La bandeja era hogar de un número de instrumentos plateados y afilados.
“¿Para qué son esos?” Su voz estaba en pánico. Él se sacudió contra sus ataduras. “¿Qué estás haciendo?”
El interrogador soltó un breve comando al bruto. Él dio un paso adelante, y el repentino brillo de la lámpara casi cegaba a Reid.
“Esperen… ¡esperen!” gritó. “¡Solamente díganme lo que quieran saber!”
El bruto se apoderó de la cabeza de Reid con sus grandes manos y lo apretó con fuerza, obligándolo a permanecer. El interrogador escogió una herramienta — un bisturí de hoja delgada.
“Por favor no… por favor no…” El aliento de Reid venía en cortos jadeos. Estaba casi hiperventilando.
“Shh”, dijo el interrogador con calma. “Querrás permanecer como estás. No quisiera cortar tu oreja. Al menos, no por accidente”.
Reid gritó mientras la cuchilla se deslizaba dentro de la piel de su oreja, pero el bruto lo sostuvo en sí. Cada musculo de sus extremidades se puso tenso.
Un extraño sonido llego a sus oídos — una suave melodía. El interrogador estaba cantando una canción en Árabe mientras cortaba en la cabeza de Reid.
Soltó el bisturí sangriento en la bandeja mientras Reid siseaba alientos bajos a través de sus dientes. Luego el interrogador alcanzó un par de pinzas de punta de aguja.
“Me temo que este es sólo el comienzo”, murmuró en la oreja de Reid. “La siguiente parte de verdad va a doler”.
Las pinzas sujetaban algo en la cabeza de Reid — ¿era ese su hueso? —y el interrogador tiró.
Reid chilló en agonía mientras un dolor candente le atravesó el cerebro, pulsando en las terminaciones nerviosas. Sus pies se golpearon contra el piso.
El dolor aumento hasta que Reid pensó que no posiblemente no podría aguantar más. La sangre brotaba de sus orejas y sus propios gritos sonaban como si estuviesen muy lejos. Luego la lámpara de procedimiento se atenuó y los bordes de su visión se oscurecieron mientras caía inconscientemente.
CAPÍTULO TRES
Cuando Reid tenía veintitrés, estuvo en un accidente de automóvil. El semáforo se puso en verde, facilitando la intersección. Una camioneta saltó la luz y se estrelló contra su lado del pasajero delantero. Su cabeza golpeó la ventana. Estuvo inconsciente por varios minutos.
Su única lesión fue una rotura del hueso temporal de su cráneo. Sanó bien; la única evidencia del accidente fue un pequeño bulto detrás de su oreja. El doctor le dijo que era una protuberancia occipital.
Lo gracioso sobre el accidente era que a pesar de que se acordaba del hecho, no podía acordarse de ningún dolor — ni cuándo pasó, y nada después, tampoco.
Pero podía sentirlo ahora. Mientras recuperaba la conciencia, el pequeño parche de hueso detrás de su oreja izquierda zumbaba de manera torturadora. La lámpara estaba brillando en sus ojos nuevamente. El echó un vistazo y gimió ligeramente. El mover su cabeza en menor cantidad enviaba una nueva picadura por su cuello.
Repentinamente su mente brilló en algo. La luz brillante en sus ojos no era del todo de la lámpara.
El sol de la tarde ardía contra un cielo azul sin nubes. Un A-10 Warthog vuela sobre su cabeza, girando a la derecha y sumergiéndose en la altitud sobre los tejados lizos, apagados de Kandahar.
Su visión no era fluida. Venía en destellos, como varias fotografías en secuencia; como si estuviese viendo a alguien bailar bajo una luz estrobostópica.
Estás de pie en el techo beige de un edificio parcialmente destruido, una tercera parte de él desapareció. Traes la culata a tu hombro, el ojo a la mira y la vista en un hombre debajo…
Reid sacudió su cabeza y gruñó. Está en la habitación de concreto, bajo la mirada discerniente de la lámpara de procedimiento. Sus dedos temblaban y sus extremidades sentían frío. El sudor corría por su frente. Estaba entrando en shock. En su posición, podía ver que el hombro izquierdo de su camisa estaba empapado en sangre.
“Protuberancia occipital”, dijo el interrogador con una