Agente Cero . Джек Марс

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Agente Cero  - Джек Марс La Serie de Suspenso De Espías del Agente Cero

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lo dije”, balbuceó. “Mi nombre es Lawson”. Él contuvo un sollozo. “Por favor”.

      Se atrevió a mirar. Su interrogador lo miró impulsivamente, fríamente. “Tú nombre”.

      “¡Reid Lawson!” Reid sintió que el calor subía por su rostro mientras el dolor se convertía en ira. No sabía que más decir, que querían que dijera. “¡Lawson! ¡Es Lawson! Puedes revisar mi… mi…” No, no podrían revisar su identificación. No tenía su billetera con él cuando el trío de Musulmanes se lo llevaron.

      Su interrogador desaprobó, luego llevo su puño huesudo al plexo solar de Reid. El aire de nuevo salió de sus pulmones. Por un completo minuto, Reid no pudo tomar aliento; finalmente vino de nuevo en un jadeo irregular. Su pecho quemaba con fiereza. El sudor goteaba por sus mejillas y quemaba su labio partido. Su cabeza colgaba floja, su barbilla entre sus clavículas, mientras luchaba con una ola de nauseas.

      “Tú nombre”, el interrogador repitió con calma.

      “Yo… yo no sé lo que quieres que te diga”, Reid susurró. “No sé qué es lo que estás buscando. Pero no soy yo.” ¿Estaba perdiendo la cabeza? Estaba seguro de que no había hecho nada que merecía ese tipo de trato.

      El hombre con el kufi se inclinó hacia adelante de nuevo, esta vez tomando la barbilla de Reid gentilmente con dos dedos. Levantó su cabeza, forzando a Reid a mirarlo a los ojos. Sus labios delgados se estrecharon en una media sonrisa

      “Mi amigo”, el dijo, “esto se pondrá mucho, mucho peor antes de que mejore”.

      Reid tragó y probó cobre al final de su garganta. Él sabía que la sangre era emética; alrededor de dos tazas le causarían el vomito, y ya se sentía mareado y con nauseas.

      “Escúchame”, imploró. Su voz sonaba temblorosa y tímida. “Los tres hombres que me secuestraron, vinieron a Ivy Lane 22, mi hogar. Mi nombre es Reid Lawson. Soy un profesor de historia Europea en la Universidad de Columbia. Soy un viudo, con dos jóvenes…” Se detuvo. Hasta ahora sus captores no habían dado ninguna indicación de que sabían sobre sus chicas. “Si no es eso lo que estás buscando, no puedo ayudarte. Por favor. Esa es la verdad”.

      El interrogador lo miró fijamente por un largo momento, sin pestañear. Luego gritó algo en Árabe bruscamente. Reid se estremeció ante la repentina explosión.

      La bisagra se deslizó de nuevo. Sobre el hombro del hombre, Reid pudo ver sólo el contorno de la puerta gruesa cuando se abrió. Parecía estar hecha de algún tipo de metal, hierro o acero.

      Esta habitación, se dió cuenta, estaba hecha para ser una celda de prisión.

      Una silueta apareció en el camino. El interrogador gritó algo en su lengua nativa y la silueta se desvaneció. Le sonrió a Reid. “Ya veremos”, dijo simplemente.

      Hubo un chirrido indicador de unas ruedas, y la silueta reapareció, esta vez empujando un carrito de ruedas hacia la habitación de concreto. Reid reconoció al portador como el tranquilo y corpulento bruto que vino a su casa, todavía llevaba el ceño perpetuo.

      Sobre el carro había una máquina arcaica, una caja marrón con docenas de mandos y diales y con gruesos cables negros enchufados a un lado. Al final del lado opuesto, un pergamino de papel blanco con cuatro agujas delgadas presionadas contra él.

      Era un polígrafo — probablemente tan viejo como lo era Reid, pero al final un detector de mentiras. Suspiró en medio alivio. Al menos sabrían que estaba diciendo la verdad.

      Lo que podrían hacer con él después… no quería pensar sobre eso.

      El interrogador se dispuso a envolver los sensores de Velcro alrededor de los dedos de Reid, un cinturón alrededor de su bicep izquierdo y dos cordones sobre su pecho. Tomó asiento de nuevo, sacó un lápiz de su bolsillo y metió la punta rosada del borrador en su boca.

      “Sabes qué es esto”, dijo simplemente. “Sabes cómo esto funciona. Si dices algo que no sea la respuesta a mis preguntas, te haremos daño. ¿Entiendes?”

      Reid asintió una vez. “Sí”.

      El interrogador presionó un botón y manipuló los mandos de la máquina. El bruto ceñudo se paró sobre su hombro, bloqueando la luz de la lámpara y mirando fijamente a Reid.

      Las delgadas agujas bailaron levemente contra el pergamino de papel blanco, dejando cuatro trazos negros. El interrogador marcó la hoja con un garabato, luego devolvió su fría mirada hacia Reid. “¿De qué color es mi sombrero?”

      “Blanco”, Reid respondió con calma.

      ¿Qué especie eres?

      “Humano”. El interrogador establecía un parámetro para las preguntas que vendrían — usualmente cuatro o cinco verdades para que él pudiera monitorear las posibles mentiras.

      “¿En qué ciudad vives?”

      “Nueva York”.

      “¿Dónde estás ahora?”

      Reid casi tosió. “En u… en una silla. No lo sé”.

      El interrogador hizo marcas intermitentes en el papel. “¿Cuál es tu nombre?”

      Reid hizo lo mejor para mantener su voz fluida. “Reid. Lawson”.

      Los tres hombres ojeaban la máquina. Las agujas continuaban sin perturbarse; no había crestas o valles significativos en las líneas de garabatos.

      “¿Cuál es tu ocupación?” pregunto el interrogador.

      “Soy un profesor de Historia Europea en la Universidad de Columbia”.

      “¿Cuánto tiempo tienes siendo un profesor universitario?”

      “Trece años”, Reid respondió honestamente. “Fui profesor asistente por cinco y profesor adjunto en Virginia por otros seis. He sido un profesor asociado en Nueva York por los últimos dos años”.

      “¿Alguna vez has estado en Teherán?”

      “No”.

      “¿Alguna vez has estado en Zagreb?”

      “¡No!”

      “¿Alguna vez has estado en Madrid?”

      “N — sí. Una vez, alrededor de hace cuatro años. Estuve allí por una cumbre, representando a la universidad”.

      Las agujas se mantuvieron fluidas.

      “¿No lo ven?” Por más que Reid quería gritar, luchó por mantenerse calmado. “Tienen a la persona equivocada. A quien sea que estén buscando, no soy yo”.

      Las fosas nasales del interrogador de encendieron, pero por lo demás no hubo reacción. El bruto juntó sus manos frente a él, sus venas se mantenían rígidas contra su piel.

      “¿Alguna vez has conocido a un hombre llamado Jeque Mustafar?” el interrogador preguntó.

      Reid

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