La dama joven. Emilia Pardo Bazan
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Читать онлайн книгу La dama joven - Emilia Pardo Bazan страница 10
—¿Ha visto Vd.?
—Promete mucho esa niña, vaya!
—Cuando Estrella se entusiasma... eh? ¿Si habrá conocido actrices Estrella?
—Yo ya lo decía en el primer acto, esa chica vale... No sé cómo no se hicieron Vds. cargo desde el principio...
—Hombre, no nos jeringue Vd.! Vd. no dijo palabra; váyase Vd. al canario.
—Ta, ta, ta, yo no lo dije, porque me hubiesen ustedes comido; aquí todos Vds. son partidarios de la Julia Marqué y de la otra...
—Bah, bah! Lo cierto es que no nos habíamos fijado, ni Vd. ni nadie... ¿Y quién es ella? ¿Una modista?
—Sí; mis primas la conocen... Una modistilla, dicen que de buena conducta.
—Eso ya... averígüelo Vargas.
Ramón subió entre bastidores enojado y sombrío. Todo el teatro haciendo conversación de su novia! Aquella inesperada ovación le daba á él qué pensar. Que en Concha pudiese haber facultades artísticas suficientes para explicar el fenómeno, no se le ocurrió un instante: creyó sencillamente que Concha era bonita y los espectadores unos truhanes de marca. Encapotado y ceñudo llegó á donde estaba Concha recibiendo la felicitación calurosísima de Gormaz: el rostro de éste, sofocado por la asmática tos y dilatado por el placer, parecía un queso de bola de los más teñidos. Al ver á Ramón, aprovechó la coyuntura para escaparse al palco de Estrella, á quien halló en el corredor fumando y charlando animadamente con Gálvez.
—¿Qué me dices, Juanillo?
—¿Chico, de dónde ha salido eso?
—De un taller de modista. Y habrás notado que está enteramente por hacer. Diamante en bruto.
—Ssss! Ya se sabe: pero la madera...
—Soberbia. De patente. Hoy es el primer día que trabaja en tres actos. Nunca ha pasado de piececillas.
—Y dí, hombre: ¿hace tiempo que la enseñas?
—Medio año ó poco más; pero... Ejeem!
Aquí Gormaz entornó los ojos.
—Pero puede decirse que no la he enseñado nada... En el ensayo de hoy me he tomado algún trabajo, porque venías tú... Nada más, hijo...
—¿Pues cómo es eso?
—Te diré... Es que...—y bajó la voz, mientras jugaba con la cadenilla de oro de Estrella.—Es que aquí... mi posición... ya ves tú... tiene sus compromisillos, eh? Aquí todas aspiran á oirse llamar artistas, y á leerlo en los periódicos... Si distinguiese á esa y me parase más en darle lecciones... se me pondrían las demás como avispas... Una diablura... Que no se puede. Las otras tienen más amigos en la sociedad y en la Junta directiva: hay una que es cuñada del secretario; otra que es hija del contador... Ya hoy las tengo hechas un vinagre conmigo, por lo poco que me dediqué ayer á sacar partido de esa... Para darle el papel principal he tenido que urdir mil enredos, diciendo que el de Consuelo es insignificante, y que los verdaderos papeles trágico y cómico de la obra, son el de la madre y la criada... En fin, ya ves que si he de sostenerme en mi puesto, me conviene alguna prudencia...
—Ya estoy... Pero á mí en tu caso, me sería difícil... ¡Ay chico! En los tiempos que corremos, cuando se ve algo que promete valer alguna cosa... Porque la verdad es que no hay ni esto... Qué decadencia!
—Permita Vd., señor de Estrella... con todo el respeto que Vd. me merece...—articuló Gálvez, metiendo su cucharada.
—No hay respeto que valga...—exclamó Estrella relampagueándole los ojos y dilatadas las ventanillas de su borbónica nariz.—No hay hoy nada, nada, nada, y tres veces nada... Hay un par de galanes regulares... pero lo que se llama un actor de facultades y fuerza, un Carlos Latorre, un Julián Romea... ¿á ver, va Vd. á hacerme el obsequio de decirme dónde está? Un actor de corazón, de esos que crean papeles de tal manera que ya nadie puede hacerlos después, como el Sullivan de Romea por ejemplo? ¿Pues y las mujeres?... Ahí, ahí quiero yo que Vd. me replique... ¿Qué hay en mujeres, qué hay? Cuatro gatitas, que sueltan unos mayidos, que sacan unas colas de raso y están pensando en ellas toda la noche... ¡Ah! Los que hemos alcanzado á Bárbara y Teodora Lamadrid y á la pobre Matilde, con aquella gracia suya, y sobre todo á la Concepción Rodríguez, la sublime trágica... ¿Te acuerdas tú de Concepción Rodríguez?
—¡Que si me acuerdo!—exclamó Gormaz electrizado á su vez.—Aún me parece que la estoy viendo y oyendo, con su voz que llegaba al alma... Dí: ¿y no te parece á ti que esta chica tiene un metal de voz, que así que lo trabaje, podrá asemejarse algo al de Concepción Rodríguez?
—Estaba pensando en decírtelo... La voz de esta chica es un tesoro, cuando lo pueda explotar bien... Además, su figura es sumamente bella.
—Por ahí le duele á don Juan—exclamó Gálvez dándole una palmadita en el hombro.
—Quiá! hombre. Si á mí no me queda ya sino lo que les queda á los toreros viejos: el sentido. Una chica guapa... ps... por el hecho de serlo, si uno fuese muchacho, se le podrían decir cuatro cosas... Pero para el arte, qué tiene que ver la belleza... La fealdad puede vencerse: y sinó, diga Vd.: ¿le parezco yo á usted, bonito?
Echáronse á reir Gálvez y Gormaz, y el primero dijo llanamente:
—Lo que es bonito, señor don Juan...
—Pues nunca fuí mejor mozo, y aquí donde Vd. me ve, aún he conseguido y consigo á veces que el público llore, ó se ría... De eso se trata. No obstante, á esa chica no le estorbará su buen físico para los primeros tiempos de la carrera... Además, parece muy niña...
—De diez y ocho á diez y nueve años.
—Pues antes de que sea una gran actriz, por de pronto, será la primer dama joven de España... Que sí, hombre... La Boldún no fué nunca otra cosa sino una dama joven muy simpática y laboriosa... Esta será encantadora: se escribirán papeles para ella. Esa juventud,