LA RANA VIAJERA. Julio Camba
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XIX
LA TAZA DE TE
Por si a algún lector le interesa, reproducimos el artículo que ha dado origen a la nota anterior.
«Un distinguido escritor se queja de que los españoles hayamos adoptado la costumbre inglesa de ponerle una hache al te. Por mi parte, y aunque he vivido varios años en Londres, desconozco totalmente esta costumbre. En la gran metrópoli he tomado te de la China y te de Ceylán. He tomado te con leche y te con limón. He tomado te con scones, y con mufirs, y con pan y manteca, y con toda clase de bocadillos, pero no recuerdo haber tomado nunca te con hache. Allí no hay más te con hache que el The Thimes. Los otros tes, como no lleven la hache dentro de algún bocadillo, se toman siempre sin ella, y, muchas veces, también se toman sin azúcar.
El escritor a quien me refiero ignora, probablemente, toda la importancia que tiene la hache en Inglaterra. En Inglaterra la hache tiene una importancia social verdaderamente formidable. Es, como si dijéramos, una letra de lujo. Las clases cultivadas la aspiran orgullosamente, pero el pueblo no la pronuncia. Aunque, de derecho, la hache sea allí una letra tan popular como cualquier otra, de hecho no existe para el pueblo. Y ahora, cuando, cargados de impuestos, los ricos ingleses son cada día más pobres, y cuando, mejorados sus salarios, los pobres ingleses son cada día más ricos, ¿qué barrera es la que, en Inglaterra, separa a unas clases sociales de otras? La hache… Y mientras una revolución no destruya esa letra aristocrática, yo, como el Sr. Vázquez Mella, no podré creer que la democracia inglesa es una cosa perfecta.
En España, país de los viceversas, son sólo algunos pobres campesinos andaluces quienes pronuncian la hache. Las demás gentes se limitan a usarla como un elemento decorativo, y mientras unas se la echan al te, otras se la ponen a las toallas. ¿Qué más da? Pero conste que la hache con que algunos españoles amenizan su te no es inglesa, ya que los ingleses escriben tea, que pronuncian ti. Convengo en que a muchos incautos, un te con hache les parecerá más inglés que sin ella. No obstante, yo sospecho que esa hache es de manufactura catalana, y, en vez de combatirla estérilmente, creo que debiéramos unir nuestras fuerzas a las de un señor que en un gran hotel protestaba, días atrás, contra la frase five o'clock, empleando una argumentación llena de lógica.
–¿No somos españoles?—decía aquel caballero—. ¿No estamos en España? Y entonces, ¿por qué hemos de llamarle five o'clocks a los bocadillos?»
EN LA TIERRA DE LOS POLÍTICOS
I
EL VIAJE
De cada mil gallegos puede decirse que han estado en Buenos Aires lo menos novecientos. En cambio, apenas si dos o tres se habrán atrevido a llegar hasta Madrid. Hay muchas razones que expliquen este hecho; pero la principal es que, para ir a Buenos Aires, un gallego no necesita más que veintitantos días; y ¿qué son veintitantos días comparados con la eternidad? (Por eternidad, naturalmente, yo entiendo, en este caso, el viaje a la villa y corte.)
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