Antología. Ken Wilber

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Antología - Ken  Wilber

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en lo que respecta al segundo y tercer paso (el infierno consciente y el cielo consciente), pero se halla completamente equivocada en lo que respecta al estadio infantil (que no es tanto el cielo inconsciente como el infierno inconsciente).

      Ahora bien, el estado infantil no es el inconsciente transpersonal, sino el inconsciente prepersonal; no es transracional, sino prerracional; no es transverbal, sino preverbal; no es transegoico, sino preegoico. Y el curso del desarrollo humano –el curso, en suma, de la evolución– va desde la subconsciencia hasta la auto-conciencia y, desde ahí, hasta la supraconciencia; desde lo prepersonal hasta lo personal y, desde ahí, hasta lo transpersonal; desde lo inframental hasta lo mental y, desde ahí, hasta lo supramental; desde lo pretemporal hasta lo temporal y, desde ahí, hasta lo transtemporal […] o, dicho de otro modo, a lo eterno.

      Así pues, el desarrollo no es una regresión al servicio del ego, sino una evolución al servicio de la trascendencia.

      El ojo del Espíritu, 67-69

      * * *

      Desde el siglo XVIII hasta hoy en día, los ecorrománticos se han esforzado en mantener en marcha la maquinaria regresiva que les conducía a aquel estadio pasado en el que suponían que la cultura se hallaba menos diferenciada de la naturaleza. Con ellos comenzó la gran búsqueda del paraíso perdido.

      Pero su búsqueda no anhelaba el Espíritu atemporal del que nos alienan las tendencias contractivas del presente sino un espíritu que se hallaba supuestamente presente en algún remoto pasado –fuera histórico o prehistórico–, que terminó siendo «exterminado» por el gran crimen de la cultura.

      El destino final favorito del tren regresivo de los primeros románticos, como Schiller, por ejemplo, era la antigua Grecia porque, en su opinión, en esa época la mente y la naturaleza constituían una «unidad» (cuando lo que ocurría, por cierto, es que ni siquiera habían llegado a diferenciarse). Y resulta en especial curioso su olvido de que, precisamente por ese mismo motivo, uno de cada tres griegos era esclavo y que casi lo mismo ocurría con las mujeres y los niños. Es cierto que esas sociedades padecían muy pocas de las servidumbres de la modernidad […], pero también lo es que tampoco disfrutaban de sus considerables ventajas.

      En la actualidad, sin embargo, la antigua Grecia ha perdido el favor de los románticos porque, al estar inmersa en una estructura agraria, también eran patriarcales. Es así cómo los románticos volvieron a poner nuevamente en marcha la dinámica de la regresión hasta recalar en las sociedades hortícolas, el punto de mira actual de las ecofeministas porque estas sociedades se hallaban gobernadas por la Gran Madre y solían ser matrifocales.

      Dejemos de lado la ceremonia ritual característica de casi todas las sociedades hortícolas: el sacrificio ritual humano necesario, entre otras cosas, para garantizar la fertilidad de las cosechas. Olvidémonos también de que, según los sorprendentes datos aportados por Lenski, entre un 44 y 50% de esas sociedades se hallaban enzarzadas de manera continua o intermitente en escaramuzas bélicas (y que lo mismo ocurría con las pacíficas sociedades de la Gran Madre). Dejemos, por último, de lado que, según el mismo Lenski, el 61% de esas sociedades se basaban en la propiedad privada, que el 14% eran esclavistas y que el 45% de ellas tenía establecida la institución de la dote de la novia. No parece, por tanto, que, como afirman los ecomasculinistas, esas sociedades hortícolas fueran tan «puras y tan prístinas».

      Los ecomasculinistas («los ecólogos profundos») dan todavía un paso m ás atrás y consideran que «el auténtico estado puro y prístino original» era el de las sociedades recolectoras. De hecho, según los ecomasculinistas, las sociedades hortícolas, tan idolatradas por las ecofeministas, no se hallaban tan cerca de la naturaleza como pretendían porque dependían de la agricultura, que ya constituye una violación de la naturaleza. Para ellos, las únicas sociedades realmente puras y prístinas eran las de los cazadores y recolectores.

      Ignoremos también los datos que evidencian que cerca del 10% de estas sociedades eran esclavistas, que el 37% de ellas tenía establecida la institución de la dote de la novia y que el 58% guerreaban de manera continua o intermitente.

      ¡Pero ése debería ser el estadio puro y prístino porque ya no es posible volver más atrás! Así es como los ecomasculinistas terminan ignorando los aspectos desagradables de cualquiera de estas sociedades y lo convierten en el estadio del buen salvaje. Punto y final.

      Porque, lógicamente, no se trata de regresar a la época de los simios por el hecho de que los simios carecieran de esclavitud, dote, guerra, etcétera, no sería serio extraer la conclusión de que todo lo que ocurrió después del Big Bang haya sido un error colosal. Pero ésa es, sin embargo, la conclusión a la que necesariamente arribará si confunde diferenciación con disociación, si cree que toda diferenciación es un error y si considera que el roble es culpable de haber dado muerte a la bellota.

      De este modo, la búsqueda de un estado puro y prístino en el que realmente pudiera tener lugar la tan ansiada inserción en la naturaleza de los románticos nos lleva cada vez más y más hacia atrás, pero en ese proceso vamos también eliminando cada vez más y más estratos de profundidad del Kosmos. Así, comenzamos tratando de curar la depresión mediante una regresión y curamos la enfermedad desembarazándonos de la profundidad y siendo cada vez más superficiales.

      Breve historia de todas las cosas, 385-387

      * * *

      Ahora bien, existe, en realidad, una caída de la Divinidad, del Espíritu, del Fundamento primordial, y eso es precisamente lo que los románticos tratan de definir antes de incurrir en la falacia pre/trans. Pero esta caída se llama involución, el movimiento a través del cual todas las cosas se alejan de la conciencia de su unión con lo Divino, imaginando ser mónadas separadas y aisladas, alienadas y alienantes. Sólo después de que este proceso involutivo haya tenido lugar –y el Espíritu devenga inconsciente y se identifique con las formas inferiores y más bajas de su propia manifestación– es posible la evolución, el despliegue del Espíritu en un gran espectro de conciencia que va desde el Big Bang hasta la materia, la sensación, la percepción, el impulso, la imagen, el símbolo, el concepto, la razón, lo psíquico, lo sutil y lo causal, un camino que conduce al reconocimiento, la autorrealización y la resurrección en el Espíritu. Y en cada una de esos distintos estadios –la materia, el cuerpo, la mente, el alma y el espíritu–, la evolución va tornándose más y más consciente, dándose más y más cuenta, despertando cada vez más, a toda la dicha –y obviamente también a todo el terror– inherente a la dialéctica del despertar.

      En cada uno de los estadios de este proceso de regreso del Espíritu a sí mismo, nosotros –usted y yo– recordamos, de un modo difuso –o tal vez sumamente intenso– que somos uno con lo Divino. Esta reminiscencia –que alienta en lo más hondo de nuestra conciencia– es la que nos impulsa y estimula a comprender, despertar y recordar qué y quién siempre hemos sido.

      De hecho, podríamos llegar a decir que todas las cosas intuyen, de una u otra forma, que su Fundamento es el Espíritu mismo y se ven urgidas, impulsadas y apremiadas a actualizar esta realización. Pero, antes de llegar a ese despertar de lo divino, todas las cosas buscan al Espíritu de un modo que realmente impide su realización ¡de otro modo nosotros lo actualizaríamos ahora mismo!

      Es, pues, como si buscáramos al Espíritu de maneras que ciertamente lo impiden. Buscamos al Espíritu en el mundo del tiempo, pero el Espíritu es atemporal y no puede encontrarse allí. Buscamos al Espíritu en el mundo del espacio, pero el Espíritu es aespacial y no puede encontrarse allí. Buscamos el Espíritu en este o aquel objeto, fascinante o conmovedor, pero el Espíritu no es un objeto y, en consecuencia, no puede verse ni comprenderse en el mundo de los objetos y de las emociones.

      Dicho

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