Antología. Ken Wilber

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Antología - Ken  Wilber

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      En el primero de los casos, los estados superiores y transracionales se ven reducidos a estados inferiores o prerracionales. De este modo, las experiencias realmente místicas o contemplativas son interpretadas como una regresión o una vuelta hacia estadios infantiles de narcisismo, fusión oceánica, indisociación o incluso autismo primitivo. Éste es precisamente el camino seguido por Freud en El porvenir de una ilusión.

      Esta visión reduccionista considera a la racionalidad como el gran punto omega hacia el que se dirige el desarrollo individual y colectivo, el punto final en el que, finalmente, se consuma el proceso evolutivo. Desde esta perspectiva, no existe ningún contexto superior, más amplio ni más profundo, y la vida sólo se puede vivir de forma racional o neurótica (la noción freudiana de neurosis –sólo en parte verdadera y bastante limitada, dicho sea de paso– se refiere básicamente a cualquier desviación de la percepción racional). Como no se cree en la existencia de ningún otro contexto, la presencia de cualquier evento genuinamente transracional es considerado como una regresión a las estructuras preoperacionales (ya que son las únicas estructuras de que se dispone en el nivel racional capaces de ofrecer una hipótesis explicativa). Es así como lo supraconsciente se ve reducido a lo inconsciente, lo transpersonal se colapsa en lo prepersonal, y la emergencia de lo superior es interpretada como una irrupción de lo inferior, con lo cual todos suspiran aliviados puesto que no se pone en cuestión el «espacio del mundo» propio de lo racional (por «la marea negra del cieno ocultista» como Freud, tan pintorescamente, explicaba a Jung).

      Si, en el caso contrario, uno siente simpatía por los estados superiores y místicos pero sigue sin distinguir entre lo pre y lo trans, acabará elevando todos los estados prerracionales a algún tipo de gloria transracional (en cuyo caso el narcisismo infantil primario, por ejemplo, es considerado como un sueño inconsciente dentro de la unio mystica). Éste es el camino seguido por Jung y sus seguidores que tan a menudo interpretan como profundamente transpersonal y espiritual a los estadios de indisociación o indiferenciación carentes de toda integración.

      Esta postura elevacionista considera a la unión transpersonal y transracional como el punto omega final hacia el que se dirige toda la evolución. Y como la racionalidad egoica tiende a negar este estado superior, entonces es descrita como el punto ínfimo de las posibilidades humanas, como una degradación, como el origen del pecado, la separación y la alineación. Y, cuando se contempla a la racionalidad como el punto antiomega, por así decirlo, como el gran Anticristo, cualquier irracionalidad se ve glorificada indiscriminadamente como un camino directo hacia lo divino y, en consecuencia, los estados más prerracionales, infantiles y regresivos se ven promocionados de inmediato; cualquier cosa, a fin de cuentas, para librarse de la desagradable y escéptica racionalidad. Cuando Tertuliano dice: «Creo porque es absurdo», está pronunciando en voz alta el eslógan elevacionista por excelencia (que, dicho sea de paso, subyace a todo tipo de romanticismo).

      Freud fue reduccionista, y Jung elevacionista: las dos caras de la falacia pre/trans. Ambos tienen razón y están equivocados al cincuenta por ciento. Buena parte de la neurosis es, efectivamente, una fijación/regresión a los estadios prerracionales, estadios que no deben ser glorificados. Por otro lado, los estadios místicos existen en realidad, más allá (no por debajo) de la racionalidad, y no deben ser reducidos.

      Desde la época de Freud (y Marx y Ludwig Feuerbach), ha prevalecido una actitud reduccionista hacia la espiritualidad, según la cual todas las experiencias espirituales, incluso las más elevadas, se interpretan como regresiones a las rudimentarias estructuras propias del pensamiento infantil. Y como reacción a esta actitud, advertimos –desde los años sesenta– la emergencia de diversas formas de elevacionismo (un fenómeno perfectamente ilustrado por el movimiento de la Nueva Era, aunque no, desde luego, limitado a él). Esto explica que cualquier cosa que cumpla con la condición de no ser racional –sin importar su origen ni su autenticidad– se vea tan fácilmente elevada a la gloria transracional y espiritual. Desde esta perspectiva, cualquier cosa que sea racional está equivocada, y cualquier cosa que no sea racional es espiritual.

      El Espíritu es, ciertamente, no racional, pero no está más acá de la razón sino más allá de ella, no es pre sino trans. El Espíritu trasciende e incluye a la razón, no la excluye. La racionalidad, como cualquier estado concreto de la evolución, tiene sus propias limitaciones, represiones y distorsiones pero, como ya hemos visto, los problemas inherentes a un determinado nivel se ven resueltos (o, mejor dicho, «disueltos») en el siguiente nivel del desarrollo […]. Ésta es la grandeza y la miseria de la razón: proporciona extraordinarias capacidades y soluciones nuevas a la vez que introduce sus propios problemas concretos que sólo pueden resolverse en los dominios superiores y transracionales.

      Subrayemos, pues, que muchos movimientos elevacionistas no están por encima, sino por debajo de la lógica. Creen que están –y así lo proclaman a los cuatro vientos– ascendiendo la montaña de la Verdad cuando, en mi opinión, lo único que hacen es deslizarse rápidamente cuesta abajo […] atreviéndose a calificar de «búsqueda de la bienaventuranza» a la vertiginosa sensación de caída por la pendiente evolutiva. Y lo más curioso es que tienen el valor de presentar esta alarmante situación como el nuevo paradigma de la transformación planetaria y afirman «sentirlo mucho» por quienes, sin participar, les contemplan con el corazón encogido de quien está a punto de presenciar un accidente de automóvil. Porque lo cierto es que la verdadera beatitud espiritual no se encuentra en la base sino en la cima de la montaña.

      Sexo, ecología, espiritualidad vol. 1, 235-238

      LOCURA Y ESPIRITUALIDAD

      Siempre se ha considerado a la esquizofrenia y al misticismo de un modo similar a la locura y la genialidad pero, por más que se asemejen, se trata de dos fenómenos completamente diferentes. En cualquiera de los casos, las similitudes existentes entre la esquizofrenia y el misticismo han dado origen a dos estados generales de opinión al respecto. Quienes consideran a la esquizofrenia como una enfermedad, una dolencia, o una de las peores patologías, suelen tener (dadas sus semejanzas) la misma idea sobre el misticismo. Desde este punto de vista, si los sabios y los místicos no están completamente trastornados, poco les falta para ello. Según un reciente informe del Group for the Advancement of Psychiatry (GAP): «El psiquiatra hallará el fenómeno místico interesante porque puede encontrar en él formas de conducta que se hallan a mitad de camino entre la normalidad y la psicosis, una especie de regresión egoica al servicio de la defensa contra la tensión interna o externa […]». Con cierta frecuencia he aceptado –e incluso sostenido– la existencia de esta posible hipótesis de la regresión y de que algunos de los que se autodenominan místicos están, de hecho, atrapados en algún tipo de regresión e incluso que, en su camino hacia los estados superiores de unidad, algunos auténticos místicos reactivan ocasionalmente complejos regresivos. Pero esto, sin embargo, no debería impedirnos diferenciar de forma rotunda la esquizofrenia del verdadero misticismo. Así pues, la generalización del GAP sobre la trascendencia y el misticismo resulta bastante limitada.

      El segundo clima de opinión con respecto a la esquizofrenia y al misticismo parece más próximo a la verdad, pero es tan generalizador y dogmático como el primero. Esta perspectiva no tiende a considerar a la esquizofrenia como algo patológico sino, por el contrario, como el paradigma de la salud. Quienes sostienen este punto de vista –investigadores, por otra parte, a quienes tengo en gran estima, como R.D. Laing y Norman O. Brown, entre otros–, simpatizan con la idea de que los estados trascendentes son ultrarreales (algo con lo que estoy plenamente de acuerdo) y, puesto que la esquizofrenia y el misticismo parecen tan semejantes, el esquizofrénico es el paradigma de la salud mental óptima. Según Brown: «No es en la esquizofrenia sino en la normalidad donde la mente se halla dividida; en la esquizofrenia las falsas barreras se desintegran […]. Los esquizofrénicos están sufriendo de realidad […]. El mundo del esquizofrénico es el mundo de la participation mytique;

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