AntologÃa. Ken Wilber
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El lector no debería buscar ninguna estructura básica en esta recopilación ni en el sumario que aquí presentamos, porque esta selección de pasajes, extraídos de sus diferentes libros, no aspira a ofrecer una visión completa de la obra de Wilber; tal cosa queda fuera de nuestra intención y del ámbito de un libro de estas características.
Lo único que pretendemos es desplegar el amplio abanico de algunos de los temas más representativos de la obra de Wilber a los lectores que lo desconozcan, con la intención de transmitirles la esencia de su pensamiento y ofrecerles también las referencias necesarias (título y página de la traducción castellana de la cita en cuestión) que pueden ayudar a quienes estén interesados a seguir sondeando por su cuenta.
También quisiera decir que esta recopilación no es el fruto de una simple tarea de seleccionar, copiar y pegar, porque todo el material se ha visto sometido a una extensa revisión para actualizar y unificar el lenguaje y el estilo. Asimismo debo señalar que, en la Introducción de esta segunda edición, ligeramente más amplia que la de la primera, se añade también un listado de toda la bibliografía de Wilber hasta el momento presente.
Le invitamos, pues, a comenzar a leer por donde más le plazca y a dejarse llevar por el vaivén de las olas de la lectura casual.
Esperemos que ésta resulte tan inspiradora como lo ha sido para nosotros y el lector se decida a bucear en estas aguas… y aclarar, de paso, en el camino, las turbulencias que obstaculicen el acceso a las dimensiones más profundas de su conciencia.
DAVID GONZÁLEZ RAGA
Valencia, septiembre de 2004
EL DESARROLLO HUMANO
«La Humanidad –dice Plotino– se halla a mitad de camino entre los dioses y las bestias.» Pues bien, mi interés es precisamente el de rastrear la prehistoria y la historia que han conducido al ser humano hasta tan delicada situación. Comenzaremos nuestra investigación en el momento en que el ser humano –o las primeras criaturas humanoides– apareció sobre la faz de la tierra, hace ya varios millones de años, en una época legendaria conocida como lejano Edén o paraíso prehistórico y, a partir de ahí, proseguiremos a lo largo de la historia hasta llegar al momento presente con la intención de entrever el futuro y tratar de esbozar nuestra posible evolución. Porque si bien el hombre y la mujer descienden de las bestias, es muy probable que acaben siendo dioses. A fin de cuentas, la distancia que existe entre el hombre y los dioses no es mucho mayor que la que hay entre el hombre y las bestias. Ya hemos dado el primer salto, y no hay razón alguna para suponer que no podamos terminar dando el segundo. Como bien sabían Aurobindo y Teilhard de Chardin, el futuro de la humanidad es la conciencia de Dios, y nuestra intención, por tanto, es la de echar un vistazo a ese posible futuro en el contexto de la historia humana.
Pero si bien el hombre y la mujer proceden de las bestias y se hallan en el camino hacia su divinidad, son, entretanto, figuras más bien trágicas. Ubicados a mitad de camino entre esos dos extremos se encuentran expuestos al más violento de los conflictos: han dejado de ser bestias, pero todavía no han llegado a ser dioses o, peor aún, son mitad bestias y mitad dioses. Ésta es la esencia de la humanidad. Dicho de otro modo, la humanidad es una figura esencialmente trágica ante la cual se despliega un espléndido futuro… en el caso de que consiga superar la crisis de crecimiento. Por esta razón, he abordado la historia del desarrollo y evolución de la humanidad desde una perspectiva más bien trágica. Hablamos demasiado de nuestro origen simiesco y creemos que cada nuevo paso evolutivo constituye un gran salto hacia adelante, el cual nos abre al desarrollo de nuevas potencialidades, nuevas aptitudes y nuevas capacidades. Y, de algún modo, esto es cierto. Pero también es igualmente cierto que cada nuevo paso evolutivo hacia adelante conlleva nuevas responsabilidades, nuevos terrores, nuevas ansiedades y nuevos sentimientos de culpa. Los animales son mortales pero lo ignoran y no lo comprenden; los dioses, por su parte, son inmortales y lo saben; pero el pobre ser humano, por encima de las bestias pero lejos todavía de ser un dios, es una desafortunada combinación: es mortal y lo sabe. De este modo, cuanto más evoluciona más consciente se torna de sí mismo y de su mundo, más se desarrolla su conciencia y su inteligencia y se da más cuenta de su destino, de su mortal destino. Éste es, en suma, el precio que hay que pagar por cada paso hacia adelante en el proceso de expansión de la conciencia.
Cada nuevo paso en este proceso de expansión cuesta un precio. Ésta es, en mi opinión, la única perspectiva válida para situar a la historia evolutiva de la humanidad en su justo contexto. La mayoría de los relatos existentes sobre la evolución del ser humano confunden alguno de los términos de esta ecuación. En ocasiones, se subraya excesivamente el crecimiento y se contempla la historia de la humanidad como el mero resultado de un desarrollo continuado en la misma dirección, ignorando que la evolución no constituye la simple sumatoria de una serie de avances tranquilos y afortunados, sino un doloroso proceso de crecimiento. En otros casos, ante el sufrimiento y el dolor que aflige a la humanidad, suele asumirse precisamente la actitud contraria, la de contemplar con nostalgia el pasado, aquel inocente paraíso perdido anterior a la autoconciencia en el que el ser humano dormitaba junto a las bestias en bendita ignorancia. Desde este punto de vista, cada nuevo paso evolutivo de la humanidad constituye una especie de crimen, y la guerra, el hambre, la explotación, la esclavitud, la opresión, la culpa y la pobreza son considerados como los frutos de la civilización, de la cultura y de la creciente “evolución” del ser humano. Desde esta perspectiva, el hombre primitivo, en su totalidad, no padecía este tipo de problemas y, si el hombre civilizado y moderno es un producto de la evolución, que Dios nos libre de tal progreso.
Pero, en lo esencial, ambos puntos de vista son correctos. Cada paso hacia adelante en el proceso evolutivo constituyó un avance, un crecimiento por el que el ser humano tuvo que pagar un elevado precio; cada nuevo paso conllevó nuevas responsabilidades que la humanidad no siempre pudo asumir y cuyas trágicas consecuencias trataremos de describir.
Después del Edén, 9-11
¿QUIÉN SOY YO?
Cuando alguien nos pregunta: «¿quién eres?» y procedemos a darle una respuesta más o menos razonable, sincera y detallada, ¿qué es lo que en realidad hacemos? ¿Qué sucede en nuestra mente mientras lo hacemos? En cierto sentido, estamos describiendo nuestro ser, como hemos llegado a conocerlo, incluyendo en nuestra descripción la mayoría de los hechos importantes, buenos y malos, dignos e indignos, científicos y poéticos, filosóficos y religiosos, que tenemos por fundamentales en lo que se refiere a nuestra identidad…
Sin embargo, hay un proceso aún más básico que subyace en todo el procedimiento para establecer una identidad. Cuando uno responde a la pregunta «¿Quién soy?», sucede algo muy simple. Cuando describe o explica quién «es», incluso cuando se limita a percibirlo interiormente, lo que en realidad está haciendo, a sabiendas o no, es trazar una línea o límite mental que atraviesa en su totalidad el campo de la experiencia, y a todo lo que queda dentro de ese límite, lo percibe como «yo mismo», o lo llama así, mientras siente que todo lo que está fuera del límite queda excluido del «yo mismo». En otras palabras, nuestra identidad depende totalmente del lugar por donde tracemos la línea limítrofe…
De modo que al decir «yo» trazamos una demarcación entre lo que somos y lo que no somos. Cuando uno responde a la pregunta «¿Quién eres?», se limita a describir lo que hay en la parte acotada por esa línea. Lo que solemos llamar crisis de identidad se produce cuando uno no puede decidir cómo ni dónde trazar la línea. En otras palabras, preguntar «¿Quién eres?» significa preguntar «¿Dónde trazas la frontera?».