Antología. Ken Wilber

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Antología - Ken  Wilber

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FILOSOFÍA PERENNE

      La filosofía perenne es la visión del mundo compartida por los principales maestros espirituales, filósofos, pensadores y hasta científicos del mundo entero. Se la denomina «perenne» o «universal» porque se halla implícita en todas las culturas y en todas las épocas y lo mismo la encontramos en la India, México, China, Japón y Mesopotamia, que en Egipto, Tibet, Alemania o Grecia.

      Y lo más curioso es que, dondequiera que la hallemos, siempre presenta los mismos rasgos distintivos fundamentales, ya que es un acuerdo universal en lo esencial, algo que, para el ser humano contemporáneo –casi incapaz de ponerse de acuerdo en nada–, resulta ciertamente difícil de creer. Como bien resumió Alan Watts: «Apenas somos conscientes de la extraordinaria singularidad de nuestra postura y nos resulta muy difícil de admitir la existencia de un consenso filosófico único de amplitud universal, sostenido por muchos hombres y mujeres que, tanto hoy como hace seis mil años, comparten las mismas experiencias y han enseñado esencialmente la misma doctrina, desde Nuevo México en el Lejano Oeste hasta Japón en el Lejano Oriente».

      Se trata de algo realmente muy notable, y considero que estas verdades de la naturaleza universal constituyen el legado de la experiencia universal del conjunto de la humanidad que, en todo tiempo y lugar, coinciden en las mismas verdades profundas con respecto a la condición humana y al modo de acceder a lo Divino…

      ¿Cuáles son esas verdades profundas?, ¿cuáles los acuerdos fundamentales?

      Veamos las siete que considero más importantes:

      Uno: el Espíritu existe.

      Dos: el Espíritu está dentro de nosotros.

      Tres: a pesar de ello, la mayoría de los seres humanos vivimos tan inmersos en un mundo de pecado, separación y dualidad –en un estado, en suma, de caída ilusorio– que no nos percatamos de ese Espíritu interno.

      Cuatro: existe un camino para salir de este estado de caída, de pecado o de ilusión, un Camino que conduce a la liberación.

      Cinco: si seguimos ese Camino hasta el final, llegaremos a un Renacimiento, a una experiencia directa del Espíritu interno, a una Liberación Suprema.

      Seis: esa experiencia pone fin a nuestro estado de sufrimiento.

      Y siete: el final del sufrimiento desemboca en la acción social amorosa y compasiva hacia todos los seres sensibles.

      Gracia y coraje, 95-98

      LA GRAN CADENA DEL SER

      Una de las nociones fundamentales de la filosofía perenne es la de la Gran Cadena del Ser. La idea, en sí misma, es bastante sencilla. Desde el punto de vista de la filosofía perenne, la realidad no es unidimensional, no es una substancia chata y uniforme que se extienda de un modo monótono ante nuestros ojos sino que, por el contrario, se halla estructurada en dimensiones diferentes pero continuas. La realidad manifiesta, dicho de otro modo, está compuesta de niveles o grados diferentes, desde los más bajos, densos e inconscientes hasta los más elevados, sutiles y conscientes. En uno de los extremos de este continuo del ser –o espectro de conciencia–, se halla lo que Occidente denomina «la materia», lo insensible o lo inconsciente y, en el otro, «el Espíritu», «la Divinidad» o lo «Supraconsciente» (el Fundamento que impregna la totalidad del proceso). Entre esos dos extremos, se extienden las otras dimensiones del ser, dispuestas en distintos grados de realidad (Platón), actualización (Aristóteles), inclusividad (Hegel), conocimiento (Aurobindo), claridad (Leibniz), totalidad (Plotino) o sabiduría (Garab Dorje).

      Algunas de las descripciones de la Gran Cadena nos hablan de tres grandes niveles (materia, mente y Espíritu); otras, de cinco (materia, cuerpo, mente, alma y Espíritu); otras nos brindan clasificaciones más exhaustivas, y otras, por último –como ocurre con ciertos sistemas yóguicos, por ejemplo–, se refieren literalmente a decenas de dimensiones discretas pero continuas. Por el momento, sin embargo, bastará con una disposición jerárquica simple que abarque la materia, el cuerpo, la mente, el alma y el Espíritu.

      La afirmación fundamental de la filosofía perenne es que los hombres y las mujeres pueden crecer y desarrollarse (o evolucionar) a través de toda la jerarquía hasta llegar al Espíritu, donde tiene lugar la realización de la «identidad suprema» con la Divinidad, el ens perfectissimus a la que aspira todo crecimiento y evolución.

      Pero lo primero que debemos advertir es que la Gran Cadena constituye, en realidad, una «jerarquía», un término que, lamentablemente, parece haber caído últimamente en desgracia.

      Pero como lo utiliza la filosofía perenne –en realidad, como lo utiliza la psicología moderna, las teorías evolutivas y la teoría de sistemas–, una jerarquía no es más que una disposición escalonada de órdenes o eventos que poseen una capacidad holística diferente. En toda secuencia evolutiva, la totalidad de un determinado nivel se convierte en una mera parte de la totalidad correspondiente al siguiente nivel. Una letra, por ejemplo, forma parte de una palabra que, a su vez, forma parte de una frase que, a su vez, forma parte de un párrafo, etcétera. Arthur Koestler acuñó el término holón para referirse a lo que, siendo totalidad de un determinado estadio, constituye una parte de otro estadio superior. En la frase «la corteza de un árbol», por ejemplo, la palabra «corteza» constituye una totalidad con respecto a las letras que la componen pero una parte, al mismo tiempo, de la totalidad frase. Y la totalidad (o el contexto) puede determinar el significado y la función de una parte (el significado de la palabra «corteza», por ejemplo, no es el mismo en la frase «la corteza de un árbol» que en la frase «la corteza cerebral»). La totalidad, dicho en otras palabras, es superior a la suma de sus partes y puede influir hasta el punto de llegar, en ocasiones, a determinar las funciones de sus partes.

      La jerarquía, pues, es simplemente una disposición holónica de diferentes grados de totalidad y de capacidad integradora. Éste es el motivo por el cual la jerarquía constituye un elemento tan importante en las teorías sistémicas, en las teorías de la totalidad y, en suma, en cualquier tipo de holismo. Y también es absolutamente fundamental para la filosofía perenne. Cada escalón superior de la Gran Cadena del Ser supone así un aumento en la unidad y una identidad más amplia (en un amplio abanico que se extiende desde la identidad aislada del cuerpo hasta la identidad social y colectiva de la mente y, finalmente, la identidad suprema del Espíritu [la identidad literal con toda manifestación]). Ése es el motivo por el cual la gran jerarquía del ser se representa, a veces, mediante una serie de círculos o esferas concéntricas (o de «nidos dentro de nidos»).

      Digamos también, finalmente, que toda jerarquía es asimétrica, porque el proceso discurre en una sola dirección (en la dirección de una -arquía «superior»). Por ejemplo, tenemos letras, luego palabras, después frases y, por último, párrafos, pero no viceversa. Y es precisamente ese no viceversa el que evidencia la irreversibilidad de la jerarquía, un ordenamiento escalonado, un orden asimétrico de totalidad creciente.

      El ojo del Espíritu, 55-56

      * * *

      Como ya he dicho antes, las grandes tradiciones de sabiduría del mundo son, esencialmente, versiones diferentes de la filosofía perenne, de la Gran Holoarquía del Ser. En su maravilloso libro La verdad olvidada, Huston Smith resume en una sola frase las grandes religiones del mundo: «una jerarquía de ser y sabiduría». En Shambhala. La senda sagrada del Guerrero, Chögyam Trungpa Rinpoché dice que la idea esencial que impregna todas las filosofías de Oriente –desde la India hasta Tibet y China, la idea

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