Un puñado de esperanzas. Irene Mendoza
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Un puñado de esperanzas - Irene Mendoza страница 2
Fue aquel un día memorable para mí, porque me trajo grandes cambios. Pero en todas las vidas ocurre lo mismo. Imaginad que se suprime de ellas un día determinado, y pensad cuán diferente habría sido su curso. Deteneos los que esto leéis a pensar por un momento en la larga cadena de hierro y oro, de espinas y flores, que nunca os hubiera atado de no haber sido por un primer eslabón que se formó en un día memorable.
Grandes esperanzas, Charles Dickens
Capítulo 1
Yellow
Pongamos que me llamo Mark y ella Frank. Ambos con «k».
En realidad es Marc, con «c» de Marcus, pero un día me lo cambié porque mi amigo Pocket me dijo que mi nombre sonaba mejor así.
Soy Marcus Declan Gallagher. Mi amigo tampoco se llama Pocket, pero leyó Grandes esperanzas a los diez años y quiso llamarse así porque nuestra amistad había comenzado igual que la del protagonista de la novela de Dickens: por culpa de una pelea. El libro se lo había prestado mi padre.
Pocket es Jamal Moore, de Forest Hills, nuestro barrio en Queens, de donde son los Ramones y Spiderman. Y, aunque también tiene apellido irlandés, es negro negrísimo. A mí me llama «blancucho», pero es y será siempre mi mejor amigo y quien hizo posible que conociese a Frank.
En mi vida he sido chico de los recados, camarero, paseador de perros, dependiente de zapatería, modelo y actor ocasional. Lo que se tercie para poder comer, aunque en realidad me considero pianista. Bueno, no un pianista al uso. Durante años he tocado jazz por los abrevaderos de Nueva York. No se gana gran cosa, pero siempre me ha encantado tocar el piano. Soy feliz mientras toco.
Pero, por aquel entonces, lo que de verdad quería era ser pianista de jazz en la Costa Azul. Creo que se puede decir que eso era lo más parecido a un sueño que había tenido jamás.
Nunca lograba ganar lo suficiente como para irme a Francia, pero tampoco perdía la esperanza. A mis veintiocho años mis posesiones más preciadas eran mi piano y mis seis camisas a medida que me hice gracias a mi último sueldo como modelo, a los veintiuno. Siete años más tarde ya no tenía cara de niño y sí mucho pelo en el pecho, por lo que no había vuelto a conseguir trabajo como efebo. Aunque aún me valían las camisas y estaban como el primer día. La calidad se nota.
Pocket siempre ha dicho de mí que soy un tío raro, como pasado de moda. Y su madre, Charmaine, que era totalmente cierto y que mi verdadera posesión es mi sonrisa.
No es por dármelas de guaperas, pero tengo unas bonitas cejas pobladas, con carácter, ojos verdes, una estupenda cabellera oscura y muy buena planta, herencia de mi padre. Y he de reconocer que siempre he imitado