Un puñado de esperanzas. Irene Mendoza
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Esa noche todo fue muy dulce entre nosotros. Frank fue tan carnal, tierna y suave… Y yo le correspondí haciéndole el amor del modo más intenso que hubiese imaginado jamás. Nos amamos muy despacio, sin ninguna prisa. Fue un sexo lento, agotador y fantástico. Toda la noche entera haciéndonos el amor mutuamente.
Ella se enredaba en mí impúdica, sin freno, totalmente entregada al placer susurrándome en francés y haciéndome sentir el mismísimo cielo entre sus piernas.
Hay mujeres que han nacido para volver locos a los hombres. Frank era de esas mujeres y ni tan siquiera se daba cuenta, solo jugaba y con ello hacía que la vida fuese mejor, que mi vida fuese mejor. Mejor que nunca.
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