Un puñado de esperanzas. Irene Mendoza
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Me reí bajito cuando sus dedos juguetearon con mi cremallera. Solo con ese toqueteo mi polla comenzó a crecer sin freno. Era lo que Frank quería lograr, y vaya si lo hizo.
Allí en medio del tráfico, en pleno Manhattan, metió su mano en mis pantalones, bajo el calzoncillo, y agarró mi erección apretándola sin reparos. Para entonces yo ya estaba completamente excitado, fuera de mí.
De pronto Frank se agachó y sin más preámbulos se metió mi miembro en la boca dejándome completamente atónito. «Está jodidamente loca», pensé aturdido y fascinado a partes iguales. Cerré los ojos inspirando de golpe y solté el aire con fuerza mientras acariciaba su cabeza para que continuase. Ella se aplicó afanosa en chupar, lamer, succionar, en dejarme sin aliento ni voluntad rápidamente.
Aquello iba a ser vertiginoso. Me lo estaba haciendo para que llegase muy deprisa. Justo entonces el tráfico se puso a rodar de nuevo, muy lentamente, así que no me quedó más remedio que ponerme a conducir con Frank agachada, con parte de mí dentro de su boca.
Mientras, yo intentaba maniobrar con el volante, mirar por el retrovisor, dar a los intermitentes y pasar el limpiaparabrisas, su lengua no paraba de chupármela, como si mi polla fuese una barra de caramelo.
¿La verdad? Me importaba bien poco estar en medio de aquel caos circulatorio con mi miembro en su boca, aquello era genial. Y he de ser sincero, lo que más nos gusta a los hombres es lo que Frank me estaba haciendo en esos momentos. Somos unos verdaderos vagos.
La adrenalina corría por mis venas. Las lunas estaban tintadas y era difícil que alguien nos viese, a no ser que pegase su nariz a los cristales del Mercedes, pero aun así, aquel juego era peligroso, podíamos chocar en cualquier momento entre frenazos y arrancadas y acabaríamos saliendo en las noticias.
Ya estaba imaginándome los titulares sensacionalistas: hija de un diplomático de la ONU pillada haciéndole una felación a su chófer en pleno Manhattan.
A pesar de todo, como poseído por una locura transitoria, me eché a reír entusiasmado y Frank elevó un poco la cabeza mirándome divertida.
—¡Tienes… una boca estupenda, nena! —jadeé excitadísimo, mirándola loco de placer.
Como respuesta a mi entusiasta declaración, Frank volvió a bajar la cabeza para chupármela aún con más esmero, incitada y complacida por mi efusivo halago.
Lo hacía de fábula, estimulándome con la presión justa en el momento exacto, haciéndome farfullar gemidos sin sentido, palabras inconexas y roncas, de puro deleite.
—Frank, si sigues así me voy a… correr en tu boca —le previne.
Mi inflamada erección, palpitante y tensa, estaba a punto de estallar.
—Hazlo —susurró sin apartar su boca y en ese instante exploté entre poderosas sacudidas y potentes gemidos de genuino placer.
Después de unas suaves pasadas con su lengua y de varios intentos míos por recuperar el resuello, se levantó presumida, orgullosa de lo que acababa de hacer y sonriéndome como si no pasara nada se encendió otro cigarrillo que me pasó directamente a los labios.
¿Así cómo no iba a estar loco por ella?
—¿Te habían hecho esto alguna vez? Me preguntó quitándome el cigarro.
—No, en medio del tráfico y en marcha, no —reí suspirando.
—Yo tampoco lo había hecho nunca así. Ha sido muy divertido —rio.
Por alguna razón esa respuesta me gustó. Me daba seguridad el pensar que no iba haciéndole eso a cada tío con el que se montaba en un coche.
Y sé que ese pensamiento fue muy injusto cuando yo me había estado tirando a medio Manhattan y en peores circunstancias, pero supongo que el machista que todo hombre lleva dentro se asomó vanidoso.
—Mañana tengo la cena de despedida de la compañía. No hace falta que vayas a buscarme —me dijo tranquilamente pasándome el cigarro.
De pronto sentí una punzada de rabia porque sabía que yo no podría estar en aquella cena con ella, pero me tragué mi decepción. Lo que acababa de hacerme había sido su extraña forma de compensarme, o eso quise creer.
Capítulo 16
Nessun Dorma
Al final no fuimos a ninguna parte. La llevé al garaje, la acompañé hasta la puerta y le dije un escueto «Pásalo bien», besando su mejilla con brevedad para no alargar la despedida. Me hice el duro, sí.
—Seré buena chica —dijo haciendo un mohín muy gracioso que me arrancó una sonrisa.
Salí con Pocket esa noche. No quería quedarme en casa rumiando, pensando en Frank, en su fiesta, en con quien estaría, en si habría otro que la haría reír más que yo.
—¿Eso hizo? —gritó Pocket y yo asentí—. ¡Joder! Esa tía está loca.
—No, es genial. Me tiene completa y absolutamente… —Sonreí recordando esa mañana.
—Te avisé. Lo hice, ¿no? —me dijo Pocket señalándome con el dedo.
—Sí, lo sé —rezongué.
—Sí, estás pillado y «encoñado» —asintió sonriendo y dándome unas palmaditas en el hombro.
—Como un maldito idiota y un jodido principiante —reconocí riéndome con amargura.
—Nunca pensé que viviría para verlo, tío.
—Ni yo. —Sonreí sarcástico.
—Oye… Ahora en serio. Frank parece una tía muy maja, pero te meterá en problemas —vaticinó mi amigo.
Lo sabía, pero me daba igual.
De vuelta a casa me despedí de Pocket, que se iba a buscar a Jalissa. Justo en el momento en que comenzaba a llover, un taxi paró a la puerta del edificio donde teníamos el loft. De él salió Frank y al verme vino hacia mí corriendo bajo la lluvia.
Le sonreí, ella me sonrió también y al llegar a mi lado me plantó un apasionado beso. Estaba espectacular, con un precioso vestido de noche, corto y dorado, una cazadora de cuero negra, como de motero. Balenciaga, creo que me dijo. Seguro que el conjunto le había costado una fortuna. Se había puesto unas Dr. Martens negras, las que se había comprado esa mañana, e iba sin medias. Perfecta.
El pelo lo llevaba recogido en un moño cardado despeinado y los labios pintados de rojo. No era el color que solía utilizar. En ese momento pensé que llevaba el rojo más rojo que había visto en mi vida después de… del de mi madre.
Mi padre había conservado siempre una foto de ella en la que llevaba un rojo de labios igual de intenso y en ese instante lo recordé de golpe. Y me sentí extraño de repente, extraño y sombrío, como cuando era niño y pensaba en ella, en mi madre.
Tomé su rostro entre mis manos, volviéndola a besar con ternura, y saboreé