El tiempo en un hilo. Maruja Moragas Freixa

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу El tiempo en un hilo - Maruja Moragas Freixa страница 3

El tiempo en un hilo - Maruja Moragas Freixa Biografías y Testimonios

Скачать книгу

Los nuevos proyectos

       Hacia un nuevo feminismo

       La ONU

       11. El futuro

       De nuevo en la clínica

       Diferencias entre las dos crisis

       El tiempo, a la carrera

       Afrontar las crisis y su repercusión en la biografía de uno mismo y de otros

       EPÍLOGO

       OTROS LIBROS RIALP

       FOTOGRAFÍAS

      MARUJA EN MI VIDA

      Siempre dicen que lo difícil es cómo empezar a contar una historia, y puedo corroborar que así es. Mi especial conexión con Maruja no se debe precisamente a mis vivencias junto a ella, durante su vida. De hecho, el libro que tienes en tus manos me sirvió para descubrir al verdadero personaje en toda su grandeza.

      Mi nombre es Xavi y soy amigo de los hijos de Maruja. Conocí a Joan, el hijo mayor, hace 25 años en un antiguo gimnasio que ahora ya no existe. Juan era y sigue siendo una persona muy extrovertida que fácilmente entabla conversación con la gente. Si no hubiera tomado la iniciativa para presentarse hace 25 años, nada de esto hubiera ocurrido. Parece increíble cómo pequeñas situaciones pueden tener una influencia tan grande en nuestras vidas.

      Joan me presentó a sus hermanos, Ignasi y Xavi, quien ha acabado convirtiéndose en mi mejor amigo y a quien quiero como a un hermano. En esa época teníamos 19 años y los encuentros en casa de los hermanos “Sanmi” eran frecuentes los fines de semana. Sus padres se iban a Bolvir y ellos tres se quedaban “solos” en su casa, o, mejor dicho, bien acompañados:

      mañana, tarde y sobre todo noche, la casa se llenaba de amigos, y montábamos unas fantásticas fiestas que aún recordamos con nostalgia.

      A Maruja tardé tiempo en conocerla. Fue seguramente algún día entre semana, cuando quedábamos para estudiar en casa “Sanmi”. Dentro del grupo de amigos de sus hijos yo era una cara nueva para Maruja, a diferencia de otros chicos a los que había visto crecer. Mi trato con ella era, por ese motivo, algo distante y respetuoso.

      Con el paso de los años, a las fiestas de fin de semana en Barcelona se añadieron los fines de semana en su casa de Bolvir. Mi relación con Maruja fue creciendo, pero nunca más allá de lo que era: la madre de un buen amigo, por la que sentía un gran respeto.

      De hecho, ella tenía mucha más confianza con otros amigos de sus hijos, para quienes era como una segunda madre. Mi relación con ella no alcanzó nunca esa familiaridad. Pero sí compartimos comidas y risas en Bolvir con sobremesas interesantes, pues Maruja era un pozo de sabiduría. Era la época previa a su paso por el IESE.

      Pasaron los años, me casé y nació mi primera hija, Laura. Los encuentros con Maruja se limitaban a algún fin de semana en que subíamos a la Cerdanya. El último fue durante la fiesta de la Purísima de 2012. Aún recuerdo estar bailando un vals con Laura en brazos en el salón de la casa de Bolvir mientras Maruja decía: «Es la única niña que conozco que con un año canta el Danubio Azul».

      Lo poco que la traté en vida hace más sorprendente aún la conexión que tengo con ella desde su fallecimiento. En abril de 2013, perdía su lucha contra el cáncer en la clínica Teknon de Barcelona. Todos sabíamos que eran momentos delicados y que en cualquier instante recibiríamos una llamada con la triste noticia. El domingo 27, poco después de comer, recibí un mensaje de Cristina “la mujer de Xavi” diciéndome que fuera a la Teknon porque Xavi me necesitaría. Llegué en quince minutos, junto a los hermanos y al grupo de amigos más íntimos. Nos informaron del inminente desenlace y nos preguntaron si queríamos pasar a despedirnos de ella. Entramos en la habitación y permanecimos un rato a su lado, en silencio. Maruja estaba sedada. Cada uno fue despidiéndose como quiso, con una caricia en la mano, un beso en la frente…

      Cuando salimos, sentí una opresión en el pecho y pregunté dónde estaba la capilla. Una vez allí, sin saber por qué, empecé a llorar como nunca antes lo había hecho. Me vacié. No entendía nada. Soy una persona poco o nada emotiva, de las que apenas sueltan una lágrima. ¿Por qué reaccionaba así? ¿Por qué me afectaba tanto? Al fin y al cabo, solo era la madre de mis amigos.

      Falleció al día siguiente, por la tarde, a las 20:30 h.

      Dos semanas después del funeral, sentí la necesidad de ir a visitar su tumba en el cementerio de Sant Gervasi (Barcelona). Frente a su lápida me sucedió lo mismo, volví a desmoronarme. Empecé a llorar, y me arrodillé. Desde entonces voy a menudo, y llevo flores. Paso ratos de reflexión junto a ella y le pido consejos sobre innumerables cosas. El vínculo que se ha establecido es tan especial que llevo en mi cartera una foto suya, junto a la de mi mujer y mis hijos. Y por más que me lo he preguntado, no entiendo el motivo de este sentimiento hacia Maruja.

      Maruja y el nacimiento de Pau

      Pasaron los años, y en enero de 2017 mi mujer se quedó embarazada de Pau, nuestro segundo hijo. Fue un embarazo muy complicado, con continuas pérdidas, reposos, ingresos en la Maternitat… hasta que el 23 de junio, en el quinto mes de embarazo, Bárbara empezó a tener contracciones y tuvo que permanecer ingresada.

      Las doctoras nos informaron de lo delicado de la situación y de los riesgos de un nacimiento tan prematuro. Bárbara es una mujer excepcional y mantuvo un absoluto reposo, sin moverse de la cama, para ganar el máximo tiempo posible. Contábamos los días como victorias.

      Pero el 26 de junio todo se precipitó. Me telefoneó a las 23:15 h llorando, diciéndome que la bajaban de inmediato a quirófano: Pau ya venía y no se podía esperar más... Salí de casa volando en dirección a la Maternitat, y llegué justo a tiempo para despedirla a la entrada del quirófano.

      Pau nació a las 00:30 h del 27 de junio cuando debería haber nacido a mediados de octubre.

      Era un prematuro extremo de tan solo 24 semanas de gestación, con un peso de apenas 700 gramos. Me lo dejaron ver fugazmente en el pasillo, camino de la UCI, metido en una incubadora repleta de aparatos y botellas de oxígeno.

      A la mañana siguiente, en la UCI de neonatos, descubrí un mundo desconocido. La doctora me informó de la gravedad de la situación: entre otros problemas, a Pau no le funcionaban los pulmones. A diferencia del resto de incubadoras, la de Pau estaba llena de bombas por las que le administraban numerosos fármacos. A la respiración asistida se sumaban las botellas de óxido nítrico y, pese a todo, mantenía muy baja la saturación

      de oxígeno en sangre, con continuas y graves apneas. La doctora me dijo que, si la madre aún no había visto a Pau, que bajara lo antes posible: el pronóstico era muy malo. Cuando apareció Bárbara, pude apreciar las miradas de compasión de todas las enfermeras mientras caminaba hacia la incubadora.

      Pasaron 48 horas y Pau no mejoraba. Los médicos nos dijeron que no podían hacer nada más, que ya dependía de Pau el salir adelante, y que la noche siguiente

Скачать книгу