La práctica de la atención plena. Jon Kabat-Zinn

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La práctica de la atención plena - Jon Kabat-Zinn

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poniendo de relieve las figuras que “veía” con su ojo de artista y que, en cierto modo, se hallaban presentes desde el mismo comienzo. Pero, por más que ya estén aquí, siguen siendo inaccesibles si no llevamos a cabo el esfuerzo necesario para que acaben revelándose claramente a los dominios de nuestra mente y de nuestro corazón. Sólo están “aquí” de manera potencial y, para que se nos revelen, debemos emprender un proceso de revelación y estar dispuestos, a su vez, a vernos transmutados por él.

      Por ello, cuando emprendemos el camino de la meditación, resulta muy útil disponer de un mapa del territorio en el que estamos adentrándonos, sin olvidar, no obstante, que “el mapa no es el territorio”. El territorio de los paisajes interno y externo de la experiencia y de la mente humana parece prácticamente ilimitado. Sin un mapa que nos ayude a orientarnos en nuestra práctica meditativa podríamos dar vueltas y más vueltas en círculo durante días y hasta décadas sin llegar a desembarazarnos jamás de nuestras ideas, opiniones y deseos opresivos y sin disfrutar de un momento de claridad, paz o libertad. A falta de mapa que nos ayude a orientarnos, podríamos quedar atrapados en lo que acabamos de decir, idealizando la promesa de un resultado especial, atrapados en las ilusiones y el autoengaño de “conseguir algo”, alcanzar la lucidez, la paz o la libertad y cayendo erróneamente en la paradoja de creer en la necesidad de alcanzar algún estado especial. Es cierto que lo hay… pero también lo es que no lo hay. Éste es el motivo por el que conviene disponer de un mapa y seguir las directrices de quienes nos han precedido, aunque –como veremos más adelante con cierto detalle– en algunos casos se afirme que no existen mapas, que no hay dirección, visión, transformación, logro ni nada que obtener. Además, y por más extraño que pueda parecer, también debemos tener en cuenta la motivación que impulsa la práctica, para no acabar sumidos en una actitud agresiva, adquisitiva o competitiva que inconscientemente acabe, a lo largo del camino, dañándonos a nosotros y a los demás.

      ¿Está confundido? No se preocupe. Baste, por el momento, con decir que muy probablemente le resulte útil conocer el camino en que está adentrándose y sus recovecos, siguiendo los pasos de quienes ya lo han recorrido y los mapas, a diferentes escalas, donde nos muestran el modo en que han gestionado sus propios encuentros con el infinito, del mismo modo, si lo que quiere es escalar el Everest o cualquier otra montaña, le interesará saber también antes el modo en que otros han acometido esa empresa, en lugar de confiar simplemente en la suerte, las buenas intenciones o los juicios del momento. No sólo es imprescindible, pues, disponer del equipo necesario, sino también apoyarse en la información y el conocimiento proporcionados por la experiencia y los mapas elaborados por otros y, más allá incluso, de su sabiduría que, aunque no sea transferible, sí que resulta, al menos, intuible. De otro modo, corremos el riesgo de engañarnos a nosotros mismos y perecer inútilmente en el intento. Resulta difícil permanecer vivo aun disponiendo de un andamio que nos sostenga, pero también es muy necesario que ese bagaje no acabe impidiéndonos disfrutar plenamente de la sorprendente belleza y presencia de la montaña y de la nuestra propia.

      Perderse no es necesariamente un problema, porque eso es algo que les ocurre incluso a quienes están provistos de los mejores mapas. Si tenemos en cuenta que cometer errores constituye una parte fundamental de cualquier proceso de aprendizaje, yo diría que el hecho de perderse forma parte intrínseca del viaje. Sólo así recorremos realmente el territorio y llegamos a conocerlo íntimamente de primera mano.

      La práctica de la meditación requiere invariablemente de algún tipo de andamio –en forma de instrucciones de meditación y de una amplia variedad de métodos y de técnicas– sobre todo al comienzo, hasta que acaba convirtiéndose en una especie de segunda naturaleza y ya no es necesario seguir apelando a la “voluntad”, el “intento” o el “recordatorio”. Ese andamio incluye también el contexto mayor en el que emprendemos tan extraña aventura vital, una aventura que nos lleva a perfeccionar la capacidad de sentarnos en la quietud, de contemplar profundamente la naturaleza de nuestra mente y de darnos cuenta, tanto en éste como en todos los demás instantes que se presenten, de la dimensión liberadora de la conciencia.

      Los andamios son absolutamente necesarios para erigir un edificio y también lo fueron para que Miguel Ángel y sus aprendices pintasen los frescos de la Capilla Sixtina. Nosotros también necesitamos, del mismo modo, de algún tipo de andamio que nos transmita la esencia del trabajo interno durante esta inspiración, durante esta exhalación, en este cuerpo y en este instante.

      Cuando el edificio está ya construido y hemos acabado de pintar el techo, sin embargo, el andamio deja de ser necesario y debe ser desmantelado, porque nunca ha formado parte esencial de la empresa, sino que tan sólo ha sido un medio útil y necesario para seguir avanzando. Lo mismo podríamos decir en el caso de la meditación, cuando tenemos que desmantelar el andamiaje de instrucciones y esquemas, desmontar la realidad misma y dejar tan sólo la esencia impalpable e inefable, la esencia de estar despierto, más allá, por debajo y “antes” incluso de que emerja el pensamiento.

      Lo más curioso es que el andamiaje de la meditación es necesario en todo momento y, por el mismo motivo, debe desmantelarse en todo momento, no después de acabar la obra, como sucede en el caso de la Capilla Sixtina, sino instante tras instante. Y esto sólo se logra dándonos cuenta de que no es más que un andamio necesario e importante y no identificándonos con él. Es preciso, por tanto, erigirlo y desmontarlo a cada instante. En el caso de la Capilla Sixtina, el andamio debe guardarse en un almacén y desempolvarse cuando sea necesario, llevar a cabo una rehabilitación, una reparación o un ajuste. Pero, en el caso de la meditación, la obra de arte está siempre en marcha y, como la vida misma, es siempre completa a cada momento.

      Dicho de otro modo, las instrucciones adecuadas permiten que la meditación sirva de trampolín de acceso, desde el mismo momento de partida, a lo que los tibetanos denominan la no-meditación, aunque al comienzo no sea más que un recurso misterioso y opaco, una simple sugerencia que más tarde deberemos recordar. Porque aun la idea misma de estar meditando forma parte del andamio. El andamio resulta útil para dirigir y sostener la práctica, pero también es importante que nos demos cuenta de que la práctica va mucho más allá de él. Ambas están operando simultáneamente instante tras instante cuando nos sentamos, cuando descansamos en la conciencia y cuando practicamos, más allá del horizonte de la mente conceptual y de su incesante proliferación de historias y, muy en especial, de historias sobre la meditación y sobre uno mismo.

      Este libro, como todos los libros de meditación, todas las enseñanzas de meditación, todos los linajes, todas las tradiciones (por más venerables que sean) y todos los cedés, casetes y ayudas para la práctica no son más que andamios o, por cambiar la metáfora, dedos apuntando a la luna cuya función consiste en recordarnos hacia dónde debemos dirigir y mantener la mirada si finalmente queremos ver. Podemos fijarnos en el andamio, en el dedo o aprender a dirigir nuestra atención hacia el lugar al que apunta el dedo. La decisión es siempre, en última instancia, nuestra.

      Es muy importante saber y recordar esto desde el mismo comienzo de nuestra práctica meditativa, para no perdernos o descubrir luego súbitamente que estamos identificados con un concepto, con una idea o con un maestro, enseñanza, método o instrucción determinados, por más interesante o satisfactorio que todo ello pueda parecernos. El peligro que implica la inconsciencia en este dominio es que podemos elaborar una historia muy convincente sobre la meditación y su importancia y aferrarnos luego a ella, en lugar de aprestarnos a conocer nuestra esencia en el único momento de que disponemos, que no es otro más que éste.

      Pero los andamios deben también asentarse sobre un fundamento sólido y no parece muy inteligente erigirlos sobre arena o arcilla.

      El fundamento de la práctica de la atención plena y de toda investigación y exploración meditativa se asienta en la ética y en la moral y, por encima de todo, en la motivación de no causar daño. ¿Por qué? Porque es imposible que nuestra mente y nuestro

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