La práctica de la atención plena. Jon Kabat-Zinn

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La práctica de la atención plena - Jon Kabat-Zinn

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nos impulsen hacia la avaricia, el odio y el engaño, sino que movilice los recursos más profundos de nuestro corazón y aliente la bondad, la generosidad, la compasión y la buena voluntad. Éstos no son sentimientos que sólo debamos permitirnos en Navidad, sino una forma de vida, una práctica por derecho propio, el auténtico fundamento de la curación, la transformación y las posibilidades a las que nos abren paso la meditación y la atención plena.

      Merece la pena señalar que, aunque es una buena idea plantear todas estas cosas desde el mismo comienzo de la práctica de la meditación, también es demasiado fácil caer en un tipo de retórica moral que se asemeja demasiado al sermón y que invariablemente despierta en los demás dudas sobre si la persona que dice abrazar esos valores realmente los cumple. No olvidemos que son muchos los casos de personas que se hallan en posición de autoridad, ya se trate de figuras religiosas, políticos, terapeutas, médicos o abogados, algunos de los cuales han llegado a salpicar incluso a centros de meditación, que no han tenido empacho alguno en romper sus votos y transgredir el código ético de su profesión. Por ello, dentro del contexto de la enseñanza de la atención plena de la Stress Reduction Clinic, nos parece mucho más interesante y auténtico encarnar como mejor podamos con nuestro ejemplo la presencia, la confianza, la generosidad y la amabilidad sinceras como parte esencial de nuestra práctica, dejando que las conversaciones más explícitas sobre la moral y la ética surjan naturalmente durante los diálogos personales sobre la experiencia con la práctica de la meditación, es decir, en medio de la vida misma. La actitud amable y la percepción clara de los estados y hábitos mentales reactivos y destructivos forman parte de las instrucciones de la meditación, de modo que convendrá prestarles una cuidadosa atención, mientras seguimos practicando para cobrar una mayor conciencia de los beneficios de ciertas actitudes y acciones y de los riesgos que implican otras.

      Independientemente de la elocuencia, la transmisión de la ética y de la moral es mucho más eficaz a través del ejemplo que de la palabra. En cierto modo, cada cual debe ver, sentir y experimentar por sí mismo, como fruto del cultivo de la atención plena, los efectos, tanto internos como externos, de sus acciones, palabras y aun pensamientos y expresiones faciales, sean éstas las que sean, instante tras instante, respiración tras respiración y día tras día.

      ¿Qué es, después de todo, la atención plena? Según el monje y erudito budista Nyanaponika Thera, la atención es «la llave maestra infalible y el punto de partida para el conocimiento de la mente, la herramienta perfecta y el punto focal para el desarrollo de la mente, la manifestación más elevada y el punto culminante de la libertad mental». No está mal para algo que básicamente consiste en prestar atención.

      Quizás la atención plena sea, de entre todas las prácticas meditativas de sabiduría desarrolladas por las culturas tradicionales de todo el mundo a lo largo de la historia, la más básica, la más poderosa, la más universal y la más fácil de entender y de llevar a cabo. También es, obviamente, la que más necesitamos hoy en día, porque no es más que la capacidad, a la que todos podemos acceder, de saber lo que realmente está sucediendo tal y como está sucediendo. El maestro de vipassana Joseph Goldstein la define como «la cualidad de la mente que está presente sin juicio ni interferencia alguna. Es como un espejo que refleja claramente todo lo que desfila ante él». Larry Rosenberg, otro maestro de vipassana, la llama «el poder observador de la mente, un poder que varía en función de la madurez del practicante». Pero yo añadiría que, si la atención plena es un espejo, se trata de un espejo que conoce de manera no conceptual todo lo que cae dentro de su alcance y que, al no ser bidimensional, se asemeja más a un campo electromagnético que a un espejo, un campo de conocimiento, un campo de conciencia, un campo que, como un espejo, está esencialmente vacío y, en consecuencia, “puede contener” todo lo que desfila frente a él.

      Si la atención plena es una cualidad innata de la mente, también es una cualidad que puede –y, para la mayor parte de nosotros, debe– perfeccionarse a través de la práctica sistemática. Ya hemos mencionado lo distorsionada que suele estar nuestra capacidad innata de prestar atención. De eso, precisamente, trata la meditación, del cultivo deliberado y sistemático de la presencia atenta y, a través de ella, de la sabiduría, de la compasión y de cualquier otra cualidad de la mente y del corazón que nos libere de los grilletes de la ceguera y la ilusión.

      La postura atencional a la que llamamos atención plena ha sido calificada por Nyanaponika Thera como “el corazón de la meditación budista”. Se trata de un elemento central de las enseñanzas del Buda y de todas las tradiciones budistas, desde las distintas corrientes del zen en China, Corea, Japón y Vietnam a las distintas escuelas de vipassana o “meditación de la visión profunda” de la tradición theravada de Birmania, Camboya, Tailandia y Sri Lanka, las del budismo tibetano (Vajrayana) en la India, Tibet, Nepal, Ladakh, Bután, Mongolia y Rusia, escuelas y tradiciones que, en su inmensa mayoría, han acabado estableciendo sólidas raíces en las culturas occidentales en que actualmente florecen.

      Su llegada a Occidente en una época relativamente reciente no es más que la expansión histórica de la misma flor que se difundió por toda la India durante los siglos posteriores a la muerte del Buda y acabó propagándose en muchas formas diferentes a través de toda Asia, y que, en tiempos relativamente recientes, regresó a la India, de donde casi había desaparecido desde hace varios siglos.

      Estrictamente hablando, la aplicación de la atención plena da lugar a la aparición de la conciencia. Cuanto mayor y más estable sea nuestra atención plena, mayor será la conciencia y la profundidad de la comprensión que podrá proporcionarnos. Hablando en un sentido lato, sin embargo, los términos atención y conciencia son sinónimos, y, por mor de sencillez, nos atendremos a este último uso. Y puesto que no hay nada especialmente budista, oriental, occidental, norteño o sureño en el hecho de prestar atención o en la conciencia, la esencia de la atención plena es algo absolutamente universal que tiene más que ver con la naturaleza de la mente humana que con ideologías, creencias o cultura alguna, y está más relacionada con la capacidad de conocer (o, como ya hemos dicho, con lo que se llama conciencia) que con una religión, filosofía o punto de vista concreto.

      Una de las cualidades especiales de cualquier espejo, grande o pequeño, por volver a ese símil, es su capacidad para contener cualquier paisaje, dependiendo de su orientación y de que esté limpio, cubierto de polvo o empañado por el paso del tiempo. No hay necesidad alguna de anclar el espejo de la atención plena y restringirlo a una imagen concreta excluyendo otros paisajes igualmente válidos. Hay muchas formas de conocimiento, pero la atención plena las incluye y subsume todas, del mismo modo que también podríamos decir que sólo hay una verdad, pero muchas formas de expresarla en la inmensidad del tiempo y del espacio y en la gran diversidad de las condiciones culturales y locales.

      Pero la metáfora del espejo para ilustrar la atención plena, por más valiosa que sea en ciertas ocasiones, también resulta, en otras, limitadora, porque la imagen que refleja es siempre invertida. Cuando usted contempla su rostro en un espejo, no lo ve del mismo modo en que lo ven los demás, sino que ve una imagen especular de su rostro en la que la derecha de la imagen es la izquierda de la realidad y viceversa. Además, la imagen del espejo no es tridimensional y, en consecuencia, no refleja las cosas tal como realmente son, sino que simplemente nos muestra una imagen limitada e ilusoria de ellas.

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