El Afilador Vol. 2. Juanfran de la Cruz

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El Afilador Vol. 2 -  Juanfran de la Cruz El Afilador

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de explorar algo más se presentó unos días después aprovechando uno de los días de descanso: «salid a rodar un par de horas y así hacéis descanso activo» nos dijo nuestro entrenador de entonces. E inmediatamente nuestra cabeza comenzó a pensar en el escarabajo. Cogimos la bici y pedaleamos en su búsqueda; y tras inspeccionarlo de arriba abajo en el lugar en el que estaba aparcado, llamamos al teléfono de contacto y concertamos una cita con su dueño para ir a probarlo esa misma tarde.

      Una vez a los mandos del bólido, a mí no me hacían falta argumentos para convencerme de la compra: el precio me parecía justo, y el coche era una base sólida para prepararlo a mi propio gusto. ¡Era precisamente lo que andaba buscando! Óscar lo condujo puerto arriba, y al llegar a la cima paramos a disfrutar del paisaje y le pregunté ansioso: «¿qué te parece?». «Es viejo, incómodo, lento y está hecho un cristo... pero no lo dudes, cómpralo» me contestó. Este último consejo me dio el empujón definitivo, y terminé por hacerle caso, lo compré. Y cómo me las arreglé después para llevarlo a mi domicilio 1.000 kms más al norte es una historia muy larga que ahora no viene a cuento -como anécdota, tuve que tomar prestados de un campo unos 60 kgs de naranjas para meterlos en el compartimento de carga y mejorar así la estabilidad del tren delantero; el coche lo agradeció, y tuve zumo natural asegurado durante unos cuantos días-, pero aquel viejo Volkswagen sigue vivo disfrutando ahora mismo de una segunda juventud a sus más de 40 años. Fabricado en Brasil, matriculado por primera vez en Portugal y rematriculado años más tarde en España. Y ahora rodando a pulmón suelto en plena forma por las carreteras del País Vasco con su nueva tapicería de piel de cebra.

      Los rallyes de regularidad históricos son pruebas deportivas que consisten en un recorrido marcado con rutómetro en el que hay que realizar tramos a unas medias determinadas. Estas medias son siempre inferiores a los 50 km/h -49,9 en muchas ocasiones-, y se celebran a carretera abierta, por lo que hay que respetar todas las normas de circulación. Se estructuran en tramos cronometrados intercalados de tramos de enlace; y los controles de paso en las cronometradas son electrónicos y aleatorios, es decir, que en un tramo de 40 kms puede haber 2 o 5 controles, eso nunca lo sabes. Están ocultos detrás de cualquier señal, por lo que nunca los descubrirás, pero tomarán tu tiempo exacto cuando pases por allí gracias a un microchip que llevamos adosado en la ventanilla. Eso, unido a los cambios de media constantes marcados en el libro de ruta, hace que la dificultad sea muy alta, a pesar de que teóricamente no parece tan complicado.

      En el rallye Valle de Piélagos 2014 la distancia a recorrer era de un total de 181 kms, divididos en 9 tramos cronometrados que sumaban 132 kms -el más largo de 28 kms y el más corto de apenas 4,6-; el resto de kilómetros serían de enlace. Todo el recorrido por las pequeñas carreteras cántabras, cercanas todas ellas a su localidad natal de Torrelavega. Tomamos la salida un minuto después del vehículo precedente en el punto marcado como salida en el libro de ruta tomando como referencia la hora oficial del rallye. No hay ningún juez que te dé la salida, ni nadie te indica el lugar concreto ni el momento exacto de la salida más allá de la viñeta del libro de ruta y tu horario preestablecido. Penaliza tanto el retraso como el adelanto, y las penalizaciones se miden en décimas de segundo, por lo que tener el reloj correctamente sincronizado es vital.

      En el aspecto tecnológico, contamos con un cuentakilómetros Cateye heredado de una de nuestras antiguas bicis y montado en el coche con artesanía -el imán, por ejemplo, lo tenemos soldado al final de una de las tuercas con las que se sujeta la rueda-, con doble terminal para que tanto piloto como copiloto puedan ir analizando la información. Contamos además con un viejo iPhone 1 pegado con cinta americana al tablero, en el que tenemos instalada una App que hace la función de pirámide, es decir, que en función de la velocidad media que hayamos introducido, nos va chivando los metros ideales que deberíamos llevar recorridos. Como antes de la prueba hemos calibrado nuestro Cateye en el tramo de calibración, teóricamente los metros nos deben cuadrar con los indicados en el libro de ruta. Pero lo que nos sucede es que como vamos un poco justos de potencia y acortamos en exceso en las curvas por deformación profesional, la verdad es que siempre nos salen unos centenares de metros de menos. Así que no es raro vernos dar unas cuantas vueltas en cualquier rotonda tratando de recuperar esos metros perdidos (trucos de perros viejos que ya tenemos bien aprendidos).

      Esta prueba en concreto se celebra en un solo día, lo que en el caso de Óscar es una ventaja, pues era especialista en este tipo de formatos, como el Mundial, la Milán-San Remo o la Flecha Brabanzona. Pero aquí te puedes perder, más bien tienes que ser consciente de que lo vas a hacer y estar preparado para la improvisación. Y tanto lo de perderse como lo de improvisar es algo habitual tratándose de Óscar, pues su fama de despistado es algo más que merecida. Además, para añadir dificultad a la tarea, hay tramos en los que la información del libro de ruta es escasa de manera premeditada; o incluso hay tramos «a tablas», lo que significa que las medias son desconocidas y tan solo tienes el tiempo de paso por cada 100 metros. Es decir, que te dan una tabla en la que pone por ejemplo que en el km 8,3 tienes que llevar un tiempo de 10:27, o en el 19,3 de 24:53:04. A partir de estos datos, suerte y búscate la vida...

      Como yo tenía experiencia en estos temas, y Óscar debutó después de que yo le incitase a ello, opté por dejarle a los mandos del bólido, encargándome yo del trabajo sucio que es el de copilotaje. En cuanto a lo del trabajo en la sombra no me sen-tía extraño, puesto que es lo que en muchas ocasiones me ha tocado realizar para él en mi carrera deportiva, pero en cuanto a lo de dejarle mi coche y confiar en sus manos para la aventura, eso ya se me hizo más complicado. De ciclista confiaba mucho en sus piernas, eran toda una garantía y eso bien que lo sabían sus rivales, pero sus manos y su gusto por la velocidad me hacían temer lo peor en un vehículo que ni acelera, ni frena, ni ilumina -y no tiene la misma adherencia en curvas- como un vehículo moderno. Pero tras tres rallyes realizados con él, puedo ahora afirmar que mis miedos eran totalmente infundados. El Freire piloto tiene tanto talento como el Freire ciclista, dadle un volante y enseguida sabréis de lo que hablo.

      No obstante, algún que otro apuro sí que nos ha tocado vivir. En un rallye se puso a diluviar y vimos como el coche flotaba en curva con demasiada facilidad. Mientras esperábamos a la salida de uno de los tramos, bajamos la presión de las ruedas y Óscar se fijó en la numeración de las ruedas. «¿Desde cuándo no cambias las cubiertas?» me preguntó. «Nunca lo he hecho, son las originales y aún tienen marcado el dibujo» le dije. «Te creo» me dijo, «porque según la numeración están fabricadas la semana 17 del año 97, y ya ha pasado algo de tiempo desde entonces». En el siguiente rallye nos presentamos con neumáticos nuevos y esta preocupación se olvidó, aunque aparecieron otras nuevas. En una zona bacheada, de repente, el coche comenzó a sonar con estruendo. Paramos al terminar el tramo y vimos con sorpresa cómo nos faltaba un trozo del tubo de escape. «Déjalo así, que suena más deportivo» me dijo; y la verdad es que no le faltaba razón, pero tras el rallye le tocó al coche pasar por el mecánico para quitarle de encima ese toque tan deportivo pero tan fuera de la ley.

      A Óscar siempre le ha apasionado el mundo del motor, pero hasta que no fue Campeón del Mundo y comenzó a tener un sueldo correspondiente a ese status, nunca se pudo permitir un capricho moto-rizado. Un tío suyo le regaló un modesto Opel Corsa en su época de junior, y fue tal el cariño que le cogió a aquel coche que solo empezó a pensar en cambiarlo cuando se dio cuenta de que con el sueldo de un solo mes se podía comprar tres o cuatro coches como aquel. Aquello ocurrió en la temporada 2000, cuando fichó por el Mapei, y en una de las primeras reuniones de equipo se sorprendió al encontrarse un Ferrari aparcado en la misma puerta del hotel. Se puso a mirarlo con admiración, y entonces apareció su dueño, un tal Michele Bartoli, sorprendido de ver a su nuevo compañero de equipo, el flamante Campeón del Mundo, observando con admiración su impoluto vehículo. «¿Qué pasa Óscar, te gusta el Ferrari?» le dijo, «más tarde te dejo las llaves y nos vamos a dar una vuelta... ¿Por cierto, tú que coche tienes?», le preguntó el italiano esperando encontrar una respuesta concordante con su nuevo estatus de figura mundial. «Yo tengo un Opel Corsa» le contestó Óscar con orgullo, «tiene sus años pero lo tengo bien cuidado». «Ah sí, un utilitario para andar a diario, pero como coche de capricho para ir a los eventos,

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